El breve periplo que hemos hecho por el ámbito de las ideas en torno al rol de los intelectuales y su contexto cambiante, nos ha permitido llegar casi al final de las reflexiones, pero no, ciertamente, de la búsqueda que las inspira. Ésta debe continuar porque el quehacer de los intelectuales se da, actualmente, en un contexto social ciertamente complejo, crítico y crucial que a veces parece crear un distanciamiento entre las construcciones intelectuales (que a los no iniciados en estos campos se les antojan frías, sistematizadas, y en lenguaje a veces poco accesible) y por ello en aparente contradicción con la vida cotidiana de las personas. La intelectualidad resulta, en tal tesitura, para el común de los mortales, no sólo incomprensiva, sino también, lejana.

La característica más importante del ser humano no es su pensamiento, puesto que esta particularidad se da en la escala animal a diferentes profundidades. Lo esencial es su capacidad para reflexionar; para trascender el pensamiento puramente objetivo del animal y juzgar tanto el conocimiento como su propio pensamiento respecto a éste. La capacidad de desprenderse del pensamiento para analizarlo y juzgarlo es un acto de reflexión que posee características intelectuales y éticas y que lleva, necesariamente a un comportamiento moral.

La condición humana

De ello se deriva que la condición del ser humano es la de un ser que está presente, pero nunca enteramente «dado a sí», es decir, nunca acabado o completo; siempre está en la disyuntiva de que no «es»; de que es «creado» pero a la vez de que se «hace a sí mismo» pero no en un acto aislado, sino con sus congéneres. En el proceso de pensar sus pensamientos, la reflexión del intelectual debe -entonces- conducirle a conocer, además de su propia interpretación acerca de su naturaleza, del mundo que le rodea y del Universo, otras interpretaciones que pueden interesarle y satisfacerle o no.

Mente abierta, rechazo de los apriorismos del pasado. Todo dependerá - en buena parte - de que su reflexión sea «escrupulosa y sin apriorismos». Estas son condiciones difíciles de satisfacer, pero necesarias para comparar e incorporar al conocimiento de previo a desechar otro conocimiento. Este proceso es una verdadera selección en donde la fe, la lógica, la razón, la intuición y la experiencia de vida, como elementos disyuntivos, a veces, o conjuntivos, otras, pueden ser complementarios u opuestos,pero no ignorados. De qué manera y cuándo participan de una u otra característica, dependerá de una elección para integrar un proceso de reflexión que a su vez será inacabado, pero siempre permanente. O expresado de otra manera: el intelectual debe ser de mente abierta y por tanto humanista y humilde en el más profundo sentido de la palabra. Quien obre de distinta manera está cayendo no solo en la tiranía del pensamiento (además obsoleto), sino en la arrogancia que caracteriza al ignorante.

Libertad de Selección

Obviamente no se trata - de ninguna manera - de conceder espacio a las explicaciones falsas en detrimento de la veracidad, porque en realidad, como acotara hace casi dos mil años un judío universal, Jesucristo:

«Sólo la verdad os hará libres».

Y en efecto, sólo la verdad hace libre al ser humano para optar por una salida a tono con la responsabilidad de ser .Y quizá una viejísima y breve anécdota nos ilustre el camino del compromiso de los intelectuales que incursionan en la política para no caer en la corrupción. Se dice que cuando Sócrates describía a su discípulo Glauco la forma de vida y la sociedad ideales en las que el creía, éste le dijo: «Sócrates, no creo que exista esa Ciudad de Dios en ningún lugar de la Tierra». Y Sócrates le comentó:«Exista o no tal ciudad en el cielo o exista alguna vez sobre la Tierra, el hombre sabio debe vivir según las costumbres de esa ciudad, sin tener nada que ver con otras; porque aspirando a vivir en la Ciudad de Dios, pondrá en orden su propia casa».

Opción Ética

En cuanto al tema que nos ocupa, podríamos abordar el punto desde perspectivas complementarias, pero una primera lección que debiéramos aplicar es ésta:

  • Hay reglas de objetividad que debemos tratar de mantener, que nos obliga a mantenernos actualizados en el conocimiento para reunir datos e ideas que puedan ser confirmadas por otras.

  • Es necesario adoptar como actitud permanente el poner en tela de juicio lo que se conoce y la forma en que se llega a ese conocimiento.

  • Requerimos mantener intacta la capacidad para enmendar, rectificar o comenzar de nuevo y el valor para proseguir, independientemente de que nos guste o no.

  • Pasar de la información al conocimiento implica tener que llegar a comprender y hacerlo parte de la premisa de tener que aceptar o rechazar en pleno ejercicio de libertad, sin sujeciones a dogmas ideológicas y mucho menos acotados en visiones de partidos políticos nacidos al influjo de ideas caducas.

Conclusión

Pero si encontramos que el camino a que nos obliga esa intelectualidad es muy complicado, también es fácil y sencillo encontrar el camino si nos perdemos: no valoremos solo atenidos a nuestro raciocinio humano, tampoco lo hagamos uncidos por la emoción humana, porque ambos métodos son engañosos...

Simple y sencillamente emitamos juicios cada vez más veraces basándonos en lo que nos dicte la conciencia, ahuyentado el oportunismo. Y mientras llegamos a la verdad, tengamos claro un mandato fundamentado en el amor y la solidaridad humana, que se constituye -per se- en la mejor receta de lucha contra la corrupción: ¡Vivamos cada día construyendo la Ciudad de Dios! Y –por ende- vivamos menos viendo los errores de los «otros» cuando los nuestros son iguales o inmensamente superiores a los de ellos, sea por exceso de razón o por exceso de emoción.