Aunque el escenario ha cambiado con respecto a los peores años de crisis en los que la fiebre emprendedora provocaba que las entidades que estábamos en ello no diéramos abasto, aún hoy las incubadoras de empresas reciben y alojan a los llamados startaperos, que deambulan en esa procastinación necesaria familiarizándose con la terminología cool del networking, el Marketplace, el cash flow, las ideas y las nubes.

Cuando hablo con un emprendedor que me cuenta orgulloso su idea de negocio en un plan de empresa a tres posibles escenarios y ciento cincuenta páginas que lleva seis meses preparando, lo primero que siento es compasión y lo siguiente culpa. Esto último por haberme creído yo también que emprender iba de eso: de planificar y de saber.

Personalmente me considero una planificadora, nací para planificar; mis agendas son dignas de admiración y dado mi perfil no pareciera lógico decir que soy la más ignorante en esto de montar empresas y, sin embargo, ya llevo dos intentonas de negocio que me han hecho enterarme todo esto de qué va.

Se atribuye a Gaudí una cita que dice algo así como que la línea recta pertenece al hombre y la curva pertenece a Dios y me gusta extrapolarla a asuntos humanos y pensar que la vida es una sucesión de vueltas que, más que a un resultado, al final nos conduce a la construcción de nosotros mismos.

Emprender es exactamente igual; una decisión de vida, como casarte o como tener hijos, y afecta a todo lo que te rodea. Te enfrenta a un proceso que tiene poco de recto, no mucho de previsible, en el que las fórmulas mágicas no existen y donde la herramienta más valiosa eres tú y que te lo creas de verdad, además de algo de tiempo y de dinero para invertir, gastar y soportar los necesarios errores que nunca son gratis.

Pero es sobre todo un proceso creativo en el tienes que construir carácter, verdadero carácter, cultivando la empatía con los demás y aprendiendo a relacionarte contigo mismo y con tus estados emocionales. Por su naturaleza cambiante, emprender exige confianza para moverse en la incertidumbre, determinación para seguir cuando casi has abandonado y flexibilidad para adaptar constantemente tus ideas al contexto y a ti. Y saber ver; desarrollar una visión estratégica, una corazonada interior que uno debe aprender a escuchar y a respetar porque crea dirección, algo que luego se va aterrizando a base de pasos pequeños, sin grandes planificaciones.

Es parecido a conducir: siempre miras un poco más allá, pero manteniendo las ruedas justo debajo de tus pies.

Sin embargo el actual enfoque del apoyo al emprendimiento es una asignatura pendiente de reforma que pasa por el hecho de que las entidades, programas, profesionales y educadores dejen de basar la creación de negocios fundamentalmente en la creación de planes de empresa y en la oferta de abrumadores conocimientos. Todo esto representa una necesidad didáctica, sí, pero dista de la realidad emprendedora, se queda coro y no es eficiente.

A lo largo de todos estos años he visto cómo emprendedores con aptitud y actitud dejaban pasar el tren de una posible oportunidad empresarial detrás de la frustración de una hoja de Excel, intentando hacer previsiones financieras a cinco de años de algo que ni sabían aún verbalizar de forma convincente. Lo hacían bajo el consejo de lo que se debía hacer obviando lo fundamental: crearse a uno mismo, crear lo que vas a ofrecer, probar, fallar, encontrar el mensaje, hacerlo tuyo y vender. Y así una y otra vez.

Hemos animado a emprender desde la comodidad de estar al otro lado de la mesa sin comprender la enorme apuesta de liderazgo personal que supone y lo valioso y sano que puede llegar a ser para una sociedad con ganas de crecer.

Emprender es una forma de crear economía y valor social en el mundo, y junto con la educación puede representar una de las herramientas de mayor impacto para transformar sociedades. Por eso urge una reinterpretación del modelo de apoyo a emprendedores a partir de la creación de programas y de la formación de profesionales que sobre todo creen personas: su carácter, confianza y libertad interior para permitirse llevar a cabo algo en lo que creen, identificando sus propios valores, porque, en el día a día, van a ser la brújula de la toma de decisiones y de su perseverancia porque créanme, emprender es casi una cuestión de fe que implica una gota de locura.

Para los más ambiciosos, los que yo llamo emprendedores emocionales, una buena cuenta de resultados incluye rentabilidades económicas, pero también personales, sociales y familiares y, sobre todo, comprender que el negocio perfecto es aquel hecho a tu tamaño, es decir, el que no sólo está a la altura del mercado sino a la altura de tu naturaleza como persona. Si no haces lo primero, es decir, si obvias el contexto y el mercado, probablemente estarás muy happy pero quizás no vendas, y si no haces lo segundo, es probable que acabes abandonando porque te llevará a un estilo de vida que no manejarás con la holgura necesaria para hacerlo sostenible.

Lo habitual cuando creamos negocios es pensar en la primera parte.

El que sea quizás uno de los informes más reputados sobre emprendimiento a nivel mundial, el Global Entrepreneurship Monitor, en su análisis 2017 sobre emprendimiento femenino comparado sobre 74 economías mundiales y datos de actividad emprendedora formalizada y también no registrada, arroja métricas que ponen de manifiesto elevadas cifras de abandono y advierte de la necesidad de crear programas basados no sólo en formaciones básicas y acceso al crédito sino también en coaching: programas y profesionales formados para trabajar la confianza, la inspiración y todas aquellas habilidades que desarrollan la personalidad de cada emprendedor y que constituyen un elemento clave en el éxito no sólo en el inicio, sino en la hasta ahora malograda gestión de su continuidad. Hay entidades que ya tímidamente lo incorporan.

Además, el G.E.M propone basar los programas de emprendimiento no sólo en resultados sino también en procesos e invita a apoyar no sólo la escalabilidad de las startups sino los proyectos medianos y pequeños, no necesariamente tecnológicos, que dotan de vida y riqueza a todo su entorno más próximo, a las sociedades y que representan una muy cuantiosa realidad.

Es el día a día. Trabajar en las personas. Se trata de aterrizar conceptos y remangarse ante lo que pasa de verdad; bajar del cool networking y entrenar a una persona para mejorar su capacidad empática lo que le ayudará a mantener una conversación convincente sobre su negocio, contarlo naturalmente y escuchar, también a su cliente; Se trata de aterrizar el Marketplace y comprender que es simplemente un modelo de negocio cuya esencia es generar buenas relaciones con proveedores y saber negociar comisiones o entender que el cash flow es, al menos al principio, saber respetar y cumplir las cuentas de la abuela. En definitiva: exponerse.

Preguntar a un emprendedor en mitad de una sesión de mentorización sobre su salud suele provocar un cierto desconcierto, a veces risas, pero preguntarlo una segunda vez y en serio, lo que provoca es empezar a comprender que la vas a necesitar. Lo mismo ocurre cuando traigo a colación elementos como la familia, las parejas, los asuntos pendientes o no resueltos o cuál es su significado personal de éxito. Esto genera consciencia y ubicación y cuando una persona reconoce su sitio y desarrolla perspectiva, estamos en otro nivel.

Emprender no es distinto de vivir: es una sucesión de toma de decisiones que se desarrolla imprevisiblemente a través retos emocionales, gestión de personas, circunstancias de la vida diaria y estados de ánimo que van a afectar a tu capacidad de afrontar lo que va llegando y desde luego a la agudeza para escoger dirección.

Por eso no es extraño que el Global Entrepreneurship Monitor plantee poner el foco en ello, porque es clave para la eficiencia y porque el escenario actual lo pide en busca de resultados estables.

Echando un ojo a la lista Forbes, Warren Buffet, un inversor por excelencia, se explicaba a si mismo su trayectoria y decía:

«but ultimately, here´s one investment that supersedes all others, invest on yourself».

Cuando empiezas, cuando ya no tienes oficina y trabajas en casa y tú decides lo que quieres y lo que no, la gestión del negocio y del tiempo se convierte en una cuestión bastante humana que es importante aprender a gestionar desde el interior en busca de energía, coraje y lucidez. Eso es emprender.