De mis años de estudiante universitario tengo algunos malos recuerdos. Entre ellos una profesora de matemáticas que se empeñó en enseñarnos la llamada Teoría de Conjuntos, una rama de la lógica matemática que estudia las propiedades y relaciones de colecciones abstractas de objetos, consideradas a su vez como objetos en sí mismas.

El desarrollo de la Teoría de Conjuntos se le atribuye a Cantor, Dedekind y Frege, que precedidos por Bolzano (hay una ecuación que lleva su nombre: la ecuación de Bolzano), la inventaron en la segunda mitad del siglo XIX para desdicha mía y de mis compañeros de estudio.

Para darte un ejemplo, los números enteros naturales, designados por N (…-4, -3, -2, -1-, 0, 1, 2, 3, 4…) son un conjunto. Los enteros naturales positivos son un subconjunto de los enteros naturales. Para decirlo en lenguaje matemático, el conjunto de los números enteros naturales positivos está incluido en el conjunto de los números enteros naturales.

Un gráfico ayuda a comprender la inclusión.

El conjunto A está incluido en el conjunto B. En lenguaje matemático eso se escribe B ⊂ A, o sea el conjunto B incluye al conjunto A. ¿Catchai?

Los conjuntos y sus operaciones más elementales son una herramienta básica en la formulación de cualquier teoría matemática. Mucho más tarde, Monsieur Maroni, jefe de grupo de investigación matemática en el CNRS y profesor en la Universidad Paris-Jussieu, pasó todo un año introduciéndonos en el estudio del comportamiento de los polinomios en los espacios vectoriales de n dimensiones.

Un colega de promoción –normando de origen– cogió una depresión porque nunca pudo entender que un espacio vectorial pudiese tener más de las tres dimensiones que él creía conocer en el mundo real que, como todos sabemos, posee al menos cuatro.

Con los conjuntos puedes efectuar todas las sencillas operaciones que aprendiste en aritmética, –suma, sustracción, multiplicación y división–, y otras muy apañadas, como la Intersección.

La Intersección de dos conjuntos que llamaremos I y D, es otro conjunto C que contiene los elementos que pertenecen simultáneamente al conjunto I y al conjunto D. En lenguaje matemático eso se escribe C = I ∩ D.

Una vez más, un gráfico ayuda a la comprensiva. Helo aquí.

La razón por la que te doy el coñazo de la Teoría de Conjuntos es de una sencillez bíblica: la desaparición –en política– de la izquierda y de la derecha, oportunamente remplazadas por la «centroizquierda» y por la «centroderecha».

No escapa a tu sagacidad que ambos conjuntos I y D tienen elementos en común –una Intersección– que pertenecen simultáneamente a I y a D, y que constituyen otro conjunto que podemos llamar C, por «centro».

La sabiduría pedestre de los políticos contemporáneos les lleva, sistemáticamente, a buscar mayorías al «centro», despreciando los «extremos», recientemente rebautizados «populismo»: tienes que comprar un diccionario actualizado o bien te pasa como a nuestros presidentes: no entiendes nada.

Hay quien le atribuye a Machiavelli eso de no pasarse de rosca, buscando siempre las aguas tibias, ni tan calientes que te quemes, ni tan frías que te hieles. Craso error. La idea ya estaba presente en la India del siglo IV antes de nuestra era, o sea hace unos 2.400 años. Kautilya, un brahmán del que ya te he hablado, escribió una obra ante la cual El Príncipe de Machiavelli pasa por el Manual de los Boyscouts.

Se suele citar una frase de Machiavelli:

«El príncipe se asegura en gran medida evitando ser odiado o despreciado y manteniendo al pueblo satisfecho».

He ahí un precepto que busca neutralizar un pueblo al que nunca se le consulta a propósito de nada, pero cuya hostilidad puede debilitar el poder del Príncipe. Manteniendo al pueblo «satisfecho» se obtiene la tan ansiada estabilidad política –la calma sumisión– que nuestra admirable modernidad rebautizó «gobernabilidad».

Kautilya, en su libro Arthaçastra, que como queda dicho precede la obra de Machiavelli de dos mil años (Machiavelli murió en el año 1527), aconseja no imponer castigos severos:

«…porque quien impone castigos severos se hace repulsivo al pueblo; mientras quien impone castigos blandos se hace despreciable. Pero quien impone castigos justos (merecidos) se hace respetable. Porque el castigo (danda) cuando es administrado con la debida consideración hace al pueblo devoto de la rectitud y de los trabajos productivos de riqueza y alegría…».

El método de Kautilya puede resumirse a mano de hierro en un guante de terciopelo. Sabio, Kautilya no olvida que lo esencial es que el pueblo produzca riquezas –de algo tiene que vivir el Príncipe– en medio de la alegría general. Sin olvidar que «la ciencia del gobierno (dandaniti)” no es sino la ciencia del castigo (Danda)», Kautilya agrega: «Es de esta ciencia del gobierno que depende la ruta del progreso del mundo». ¡Alabao!

Por ahí, Machiavelli señala, con razón, «No hay que desesperar a los poderosos…».

Para esos casos, como dos precauciones valen más que una, Kautilya sugiere asegurarse de la lealtad de los ministros, de los sacerdotes, del riquerío y del pueblo, organizando un refinado sistema de espionaje que no puede prescindir de espías que espíen a los espías. Discho en shileno, fihcalisaoreh que fihcalisen a los fihcalisaoreh.

Una vez más, no hemos inventado nada, apenas modernizado el sistema con servicios de inteligencia que se ahorran trabajo inventando no solo las acusaciones sino también las pruebas que prueban que las acusaciones han sido bien inventadas por sus inventores.

Así se gobierna al centro. De manera tal que tipos tan razonables como Jeremy Corbyn en el Reino Unido, Bernie Sanders en los EEUU, Lula en Brasil, Pablo Iglesias en España o Jean-Luc Mélenchon en Francia –por mencionar solo algunos– pasan por extremistas que le darían un susto a los bolcheviques.

El centro tiene la ventaja que se puede cambiar de políticos sin cambiar de políticas, adaptando, según la ocasión y el candidato, los lemas de campaña: Yo me atrevo (¡Uy! que miedo…), Volvamos a confiar(habría que ser muy de las chacras), Piensa en Chile (y en el bolsillo del candidato), Confianza que cambia Chile (ya vemos a dónde nos ha llevado la confianza…), Gobernar con la gente (alguien tiene que producir…) o los muy innovadores Buena onda y Vamos Todos (evitando la Línea 6 del Metro…).

Prevenido quedas: el truco de la Intersección –todos son del centro– funciona a toda pastilla.