Se acerca la elección presidencial en Colombia y el candidato, Gustavo Petro (izquierda moderada), ha pasado a comandar la intención de voto en las encuestas más reconocidas popularmente: Innvamer, YanHaas y CNC (Centro Nacional de Consultoría). Los otros candidatos presidenciales, de cuyo ramillete seguramente saldrá el próximo presidente, son: Sergio Fajardo (centro-izquierda) por la Coalición Colombia; Germán Vargas Lleras (centro-derecha), en solitario, por ahora; Marta Lucía Ramírez y/o Iván Duque (derecha dura), con el respaldo de los expresidentes Álvaro Uribe y Andrés Pastrana.

El resto anda de media tabla hacia abajo. No parece que tengan posibilidad de disputar la presidencia en una segunda vuelta, pero serán clave en el triunfo de quienes pasen al balotaje. Entre estos «gregarios» se destaca el candidato del Partido Liberal, Humberto De La Calle, alma y nervio de los acuerdos de paz de La Habana, con un atractivo programa de gobierno social pero sin mucho eco electoral; el exprocurador, Alejandro Ordoñez; el exembajador en Washington, Juan Carlos Pinzón; la siempre combativa, Piedad Córdoba; la exsenadora cristiana, Viviane Morales, y pare de contar.

Con todo lo importante y sorprendente que pueda resultar el tenaz avance de Petro en las encuestas, la noticia política del momento, aunque no tenga mucha luz mediática, es el voto en blanco (VB), que a solo tres meses de la elección presidencial (domingo, 27 de mayo), registra una intención de voto del 30% en la encuesta de YanHaas; del 22% en Innvamer y del 8,1% en la del CNC.

Aunque en los albores de las presidenciales del 2014 la intención del VB alcanzó el 41,5% y luego se diluyó hasta quedar en el 3,40%, lo que se viene observando como constante es que los blancos han venido escalando participación electoral, elevándose del 1,77% en el 2002 al 4,03% en el 2014; y lo que se percibe de cara a las elecciones tanto de Congreso (domingo, 11 de marzo) como de Presidente, es que la tendencia se mantenga porque un síntoma popular así parece indicarlo: hace pocos años, la respuesta más segura de un taxista en vísperas electorales era «no voy a votar: gane quien gane lo mismo me tocará madrugar mañana a trabajar». Hoy se dice: «voy a votar en blanco: todos son una parranda de ladrones».

Abstención

Las elecciones en Colombia tradicionalmente están dominadas por la abstención de más del 50% del potencial electoral. Sobre el fenómeno electoral se tejen distintas versiones, según el color del cristal con que lo miren los respectivos analistas:

  • Unos lo atribuyen a falta de cultura política, dentro de la cual, la gente no valora la importancia de su voto en la conformación del Poder democrático.

  • Otros lo califican como indiferencia de la gente, o lo que aquí se ha definido como importaculismo: «me importa un culo eso...».

  • Algunos consideran la abstención como un abierto rechazo de la gente a la clase política que, no vislumbrando otra salida, optan por no salir a votar.

Entre los muchos mensajes políticos que por esta época circulan en las redes sociales, uno especialmente llama la atención: «Si usted es honrado y no piensa salir a votar, piense que los corruptos sí tienen la maquinaria aceitada para sacarla a votar».

Quiere este mensaje indicar que la abstención parece favorecer la maquinaria electoral, pues, mientras a través de la maquinaria se asegura una producción constante de votos, la abstención, al mantenerse también constante en el tiempo frente al crecimiento del potencial electoral, le mantiene su proporción dominante en los resultados, elección tras elección.

El voto en blanco

El voto en blanco, por su parte, parece haber surgido como una respuesta de la clase política a la alta abstención que venía siendo teorizada por los analistas como una deslegitimación del Poder establecido, al basarse en una exigua mayoría de una gran minoría electoral activa. Por eso se le dio categoría jurídica en la reforma política del 2003 al establecer:

«Deberá repetirse por una sola vez la votación (presidencial) cuando del total de votos válidos, los votos en blanco constituyan la mayoría».

Pero lo que se ve desde entonces es que el VB no le ha hecho mella a la abstención y, si ello es así (lo que podría observarse en un análisis estadístico más detenido), querría decir que los votos en blanco, en buena parte, están saliendo del desencanto con los partidos políticos que, en Colombia, aparecen no solo con una muy alta imagen popular negativa (68,6%), sino reducidos a su mínima expresión.

En la encuesta de enero-febrero de este año, la firma YanHaas, al preguntarle a la gente de cuál partido o movimiento político se consideraba militante, respondió: Partido Liberal, 18,2%; Centro Democrático 15,6%; Cambio Radical, 10,1%, Partido de la U, 8,2%; Verde, 6,7%; Conservador, 5,8%; Polo, 5,6% y de ahí para abajo… Todos estos lánguidos partidos están dirigidos por prominentes hombres de Estado como los expresidentes César Gaviria, Álvaro Uribe, Andrés Pastrana, el propio presidente Santos, y el hasta hace poco vicepresidente Germán Vargas Lleras. Sintomático resulta que los dos candidatos presidenciales que encabezan las encuestas, Petro y Sergio Fajardo, ni siquiera pertenezcan a partidos jurídicamente establecidos y popularmente reconocidos: Colombia Humana y Compromiso Ciudadano de Petro y Fajardo, respectivamente, son solo eslóganes de campaña.

No hay problema…

La conclusión más lógica es que el voto en blanco entró a disputarle a la abstención, no lo votos, sino las mismas consideraciones arriba mencionadas: que si votar en blanco es falta de cultura política; que si es importaculismo o un rechazo de la gente a la clase política.

A la luz de la experiencia que se ha vivido desde el 2002 en adelante, podría decirse que el VB no tendrá mayor trascendencia política: solo en tres casos ha ganado, y eso en municipios de poca monta: Bello, Antioquia (2011) y Tinjacá (Boyacá) y Florida (Valle) en el 2015. La repetición de las elecciones en estas localidades no mejoraron en nada las mismas condiciones de clientelismo y corrupción que habían inspirado el rechazo de los electores a los candidatos iniciales.

El voto en blanco, tal como está concebido jurídicamente, no resulta una amenaza cierta para la clase gobernante en el Poder, inclusive si llega a ganar al más alto nivel. En el caso del Presidente, gobernadores y alcaldes, solo es válido si gana en la primera vuelta, pero a la siguiente elección (repetida) ya no tiene ningún valor jurídico. Y en el caso de cuerpos colegiados es peor, pues, su triunfo solo castiga a los partidos y movimientos políticos que no pasen el umbral, es decir, a los más débiles que son siempre los de oposición, que no pueden presentar candidatos a la siguiente elección (repetida).

Parece, llegando a conclusiones objetivas, que el voto en blanco ha logrado maquillar un tanto los resultados electorales en provecho de la desgastada clase política, pues, una cosa es desglosar el resultado entre total de votos y abstención, y otra entre votos por candidatos, votos en blanco y abstención, y pare de contar.

Así es: si la abstención se ha sostenido en el 60%, promedio, y si el voto en blanco no existiera, ese índice abstencionista podría estar bordeando el 70%, causando un impacto mayor en la deslegitimación de la gobernanza democrática, pues, podría decirse que solo el 30% del potencial electoral participa en la elección de Congreso y Gobierno que, vendría a conformarse, para el caso, por la mitad +1= 16%. Ahora, con el voto en blanco en escena, seguirá diciéndose que la participación electoral es del 40% de la cual, el 30% por candidatos y el 10% en blanco que, a pesar de no tener fuerza jurídica ni representación real funge como candidato de carne y hueso: ¿Qué tal esa?

Mientras no se le pongan dientes al voto en blanco, como por ejemplo, reconocer su triunfo, no por la mayoría absoluta sino por la mayoría simple (en cuanto a elecciones unipersonales); y en cuanto a corporaciones legislativas otorgarle las curules que le correspondan de acuerdo a su votación, esto seguirá siendo un juego del gato y el ratón.

La gente dirá que el triunfo del voto en blanco deslegitimará el Poder de la democracia representativa: ¿Y? También la abstención políticamente significa eso y a la clase gobernante le importa un bledo. Mientras no se le amenace con mandarla a freír espárragos, le importa un culo que su permanencia en el Poder sea refrendada de tiempo en tiempo por la mitad más uno de una insignificante votación con respecto al potencial electoral.

Está probado: el mundo avanza hacia una gobernanza sin partidos y sin pueblo, entre otras cosas, porque también, sin darnos cuenta, el mundo hoy está gobernado por una tecnocracia anclada en instituciones y organizaciones internacionales: el G-8, el G-20, la OCDE, el Banco Mundial, el FMI, la CIDH, la CPI y similares. Los gobiernos nacionales, que seguimos llamando democráticos, son solo obsecuentes servidores de directorios multinacionales que nadie ha elegido, como bien lo describe, Josep M. Colomer, en su libro: El gobierno mundial de los expertos.

Fin de folio. Parece que ya la democracia dejó de ser la excepción de las peores formas de gobierno hasta ahora probadas, como en su momento lo anotó Churchill.