El progresismo chileno ha sufrido su mayor derrota política electoral desde 1988. No estamos ante un mero problema de manejo de campaña. Nunca la derecha había obtenido tan alto porcentaje de votos en una elección democrática presidencial desde la instauración del voto universal (Constitución de 1925).

Un buen diagnóstico es esencial para el diseño de un nuevo proyecto progresista. El futuro no está predeterminado, ni es la simple proyección de lo que existe. La función política es construir el futuro que deseamos. Y no basta con una simple mirada nacional, ni menos de corto plazo, es necesario poseer una visión global, conocer las experiencias de otros países donde el progresismo ha sufrido reveses y éxitos, y mirar también la experiencia latinoamericana de la cual somos parte.

Luego del triunfo presidencial de la derecha en 2017 se han formulado diversas explicaciones del resultado electoral. Con el propósito de contribuir a una reflexión que recién se inicia señalaremos siete hipótesis y, al final, algunas líneas de futuro.

Hip 1. El término de un ciclo

Desde el plebiscito de 1988 hasta el término del gobierno de la presidenta Bachelet en 2018, han transcurrido 30 años de predominio de una coalición de centro izquierda, con 24 años de gobierno desde 1990, con la excepción de 2010-2014. Para realzar su relevancia bastaría constatar que se trata de la coalición de centro izquierda más prolongada del mundo occidental. Esta coalición mayoritaria fue capaz de realizar transformaciones sustantivas en todos los planos de la vida nacional. La transición chilena ha sido considerada una de las mejores del mundo. De esos 30 años, 20 constituyen la experiencia continua de la Concertación y 4 de la NM, constituida por los mismos partidos de la Concertación más el PC. Por vez primera se conquistó la mayoría en ambas Cámaras del Congreso. Esta notable y extensa coalición cambió el país. Como toda obra humana, se fue desgastando, perdió eficacia y al final no fue capaz de interpretar la nueva realidad que ella misma había transformado. Pero todo ciclo tiene su fin, nada es permanente.

Tal interpretación, el término de un ciclo, empuja a pensar un nuevo camino. Para hacerlo se requiere de un análisis profundo de las causas de la pérdida de capacidad de representación social y de eficacia de gobernar, dos causales relevantes para explicar la derrota. Se argumenta que la derrota fue consecuencia de la insuficiente comprensión de la nueva realidad social gestada en estas décadas, en particular de las llamadas clases medias emergentes, que habrían duplicado o triplicado su gravitación en la composición social de Chile desde comienzos de los años 90. La centroizquierda habría sido víctima de su propio éxito. Realizó un enorme cambio económico social y político, pero también preservó una inercia a favor de las políticas que le dieron éxito. Continúo inclinada hacia políticas de lucha contra la pobreza y de protección a los más pobres, e innovo menos para responder a los anhelos de los nuevos grupos emergentes que, si bien buscan protección, aprecian la creación de nuevas oportunidades.

No hay claridad respecto de esas clases medias, por lo general dispersas y diversas, que también se desapegan de sus grupos de origen, y abrigan temor de caer de nuevo en lo que vivían. El progresismo deberá recalibrar las nuevas políticas, para abrir nuevas oportunidades y valorar el emprendimiento, y al mismo tiempo conseguir mayor inclusión.

La gestación de un nuevo camino pasa por una discusión sobre la socialdemocracia, el socialcristianismo y el progresismo. Las dos primeras se encuentran debilitadas en Europa, donde la amenaza de la extrema derecha conduce al electorado a optar por formaciones de centro derecha, por la lógica del mal menor. En Estados Unidos, el rol del Partido Demócrata también sufre una crisis luego de su derrota ante Trump. Algunos lo atribuyen al abandono de los trabajadores que eran su apoyo en el pasado. Al cambiar la sociedad por la globalización, se produjo el cierre de numerosas actividades productivas, dejando rezagados a miles de trabajadores. El Partido Demócrata pasó a representar a nuevos grupos con más educación, ligados a las actividades tecnológicas, y perdió parte de su base histórica, que se sintió abandonada y escuchó el llamado populista de la extrema derecha.

Por tanto, el análisis de un ciclo que termina y otro que se inicia tiene que estar enmarcado en lo que son los cambios nacionales y mundiales. Si el ciclo 1988-2018 ha terminado y se inicia uno nuevo, es indispensable evaluar objetivamente los grandes avances de los gobiernos de centroizquierda, sus déficits y asumir los nuevos desafíos. Queda pendiente una reflexión profunda sobre el período de 30 años que termina, la confluencia de factores positivos que dieron forma a una gran coalición capaz de conducir, con amplio respaldo democrático, el periodo más fructífero que ha conocido Chile desde 1810. Y los factores desfavorables que la limitaron.

Hip 2. La división y decaimiento de la coalición de centroizquierda y de sus partidos

La derrota también es atribuible al desgaste de la Nueva Mayoría. Sus síntomas son múltiples: los fracasos para configurar una candidatura única, listas parlamentarias divididas, incapacidad de realizar elecciones primarias y de elaborar un programa común, y muy baja aprobación ciudadana. Las disputas y la división alimentaron la desconfianza, también la crítica a la Concertación por parte de algunos personeros de la NM debilitó a la coalición. El no reconocimiento de lo realizado por la Concertación y sus partidos generó la paradoja de que la derecha, que se opuso a todo, la abraza y la izquierda que la impulsó, la cuestiona. Esta disputa dio pie para que otros grupos de izquierda amplificaran esa crítica, calificando a la Concertación y la NM como una experiencia «neoliberal». De ello se valió el FA para efectuar un ataque persistente a la NM, con la pretensión de reemplazarla.

También se señala como causa del deterioro de la coalición el impacto del financiamiento privado a la política y sus formas ilegales, que la ciudadanía rechazó como corrupción. A ello se agregó la inesperada explosión del llamado caso CAVAL que sacudió la credibilidad de la presidenta y de su gobierno, y los fundamentos éticos de la promesa de un combate a las desigualdades, privilegios y abusos. Creció abruptamente la desconfianza en los partidos progresistas, percibidos como parte de las élites que se han alejado de los sectores más modestos que dicen representar. La falta de renovación, la burocratización por la prolongada permanencia en el poder y la continuidad de los mismos rostros acentuó esa apreciación negativa. La debilidad de los partidos políticos se tornó crónica. Los partidos políticos han sido una base de la institucionalidad chilena, y un pilar esencial del poder político del progresismo. Con el correr de los últimos años, los partidos se desestibaron, inclinándose a ejercer cargos en el gobierno, subordinando el trabajo junto a los sectores más desfavorecidos y a sus organizaciones. Se instalaron prácticas de poder y pugnas de grupos más interesados en influir y sacar ventaja que en responder a su misión de mejorar la vida de los sectores excluidos o discriminados.

Tampoco los partidos privilegiaron la formación de jóvenes para generar nuevos liderazgos capaces de asumir las causas de futuro. Estas falencias se fueron acumulando, sin corrección oportuna.

En lo inmediato, se argumenta que otra causa de la derrota es que los partidos concentraron su esfuerzo en las elecciones de senadores, diputados y consejeros regionales, pues muchos dirigentes creyeron que no se podía ganar la elección presidencial y, por tanto, había que reforzar su posición partidaria.

Hip 3. Las responsabilidades del gobierno de Bachelet

También se agrega como causal de la derrota electoral una gestión deficiente del gobierno de la presidenta Bachelet y su alto nivel de desaprobación. La gestión de gobierno influye decisivamente en la valoración de la coalición que lo respalda. La desaprobación comenzó a subir rápidamente desde el primer año de gobierno, por la percepción de reformas improvisadas. Si bien en la NM predominaba un amplio respaldo al propósito de las reformas, elevar la inclusión social, perfeccionar la democracia y la educación para promover el desarrollo, también brotó desde temprano una inquietud por la calidad de la gestión, la impericia e insuficiente capacidad técnico-política de las personas encargadas, y también la desordenada estructura de mando sectorial y regional. Además, las realizaciones importantes del gobierno en el ámbito económico como la transformación energética y la infraestructura pudieron tener más impacto y ser orgullosamente valoradas por el gobierno y los partidos.

En el sistema político chileno el presidente de la República es el líder de la coalición y existió poca coordinación entre gobierno y partidos, lo que contribuyó a debilitar a los partidos. A ello se agrega el lento crecimiento durante el periodo 2014-2017, con el consiguiente temor a perder empleo y caer en la indefensión, en amplios sectores de clases medias emergentes. La derecha se encargó eficazmente de relevar estos hechos y atacar a las reformas mismas.

Se debe concluir entonces que la realización de un buen gobierno, gestión eficiente, bien coordinada, con supervisión y evaluación de resultados, selección rigurosa del personal, es una cuestión crucial para el progresismo y deberá ponerse en lugar destacado de las preocupaciones futuras.

Hip 4. El candidato, su comando y la debilidad de la campaña

Otra línea argumental de la derrota apunta a la debilidad del candidato, la deficiente calidad de la campaña y la impericia de su comando. A pesar del enorme esfuerzo personal y de la resiliencia de Alejandro Guillier, se señala que carecía de la suficiente experiencia política para tejer los acuerdos y potenciar la acción de los partidos. La relación entre partidos y candidato fue conflictiva y poco eficaz. El candidato buscaba proyectar su imagen independiente para atraer votos de muchos ciudadanos alejados de la política y disgustados con el gobierno. Guillier estimaba que acercarse a los partidos y a sus dirigentes debilitaría su campaña, y apreciaba una menguada labor de los partidos para impulsar su campaña, particularmente evidente durante la recolección de firmas para la inscripción de la candidatura. La pugna prolongada, críticas públicas al candidato de parte de dirigentes de la NM, y del candidato a los partidos, revelaba división y falta de capacidad del candidato de generar lo necesario para ganar y gobernar.

Otros constatan que la organización de la campaña fue precaria, carecía de recursos financieros, inicialmente el candidato no tenía cómo responder ante los bancos para la obtención de créditos y no existieron sino mínimas donaciones de privados. A su vez se generó división entre el comando operativo, con mayor presencia de partidos y un grupo de asesores de confianza que operaba en el entorno inmediato del candidato. Fue una pugna entre quienes buscaban una prescindencia de los partidos para garantizar un éxito electoral y dirigentes de partido que se sentían limitados para sumar sus capacidades electorales, vincular las campañas parlamentarias a la presidencial y activar a sus militantes de base. También afectó a la campaña la percepción de escasa capacidad de gobernar y la ausencia de personal técnico de calidad en torno al candidato. Este hecho fue resaltado, obviamente, por la derecha.

Otro dilema fue cuán cerca o cuán distante situarse respecto del gobierno de la presidenta Bachelet, cuánta continuidad y cuánto cambio, para reducir el contagio de los niveles de desaprobación. Al comienzo predominó un cierto distanciamiento, a fin de colocar temas nuevos y anunciar mejorías a lo obrado por el gobierno, especialmente atendiendo a la inacción de éste durante la primera vuelta, con dos candidaturas de su coalición. Al final, en la segunda vuelta, Guillier se alineo plenamente con la presidenta.

Para extraer conclusiones valederas es indispensable tener en cuenta las difíciles circunstancias de esta campaña, cualquiera hubiese sido el candidato, y la necesidad de contar con niveles de organización y gestión muy superiores.

Hip 5. Un comportamiento ético cuestionable de los políticos, a ojos de la ciudadanía

Otra manifestación de la declinación del progresismo fue la falta de cohesión, fundada en principios éticos, de unidad y lealtad. Así se apreció en muchas personas por el abandono al presidente Lagos, por la soledad que fue dejado Guillier, por la división y la búsqueda del protagonismo personal. Y no menos importante, la actitud individualista de partir culpando a otros sin hacer un análisis de las responsabilidades de cada uno. Durante la campaña se observaron prácticas y ataques entre miembros de la coalición que nunca habíamos observado antes. Así ocurrió con declaraciones de Carolina Goic contra Alejandro Guillier que no tenían justificación desde el punto de vista de la competencia electoral. Más increíbles fueron los ataques de Enríquez Ominami, denunciando que Guillier no era una persona de izquierda, que no apoyaba a Michelle Bachelet y, peor aún, que estaba vinculado al narcotráfico.

Un ánimo distinto es imprescindible para recuperar espacios de diálogo y disminuir la desconfianza ciudadana en los políticos.

Hip 6. La indiferencia y el temor afectaron al progresismo

Se ha señalado que el abstencionismo es más elevado en los territorios donde habitan los sectores de ingresos medios bajos, que tradicionalmente votan por la izquierda y la centroizquierda. El análisis por comunas revela que en las de ingresos medios altos la participación electoral es porcentualmente más elevada que en las de ingresos medios bajos. Por tanto, en la centroizquierda se pensó que una mayor tasa de participación electoral en la segunda vuelta favorecería a Guillier. No fue así, ocurrió lo inverso. La derecha fue más efectiva. Mientras los sectores progresistas solo retuvieron el 80% de los votos de la primera vuelta, la derecha logro más de 100%. ¿Por qué? A lo menos es necesario explicar una diferencia tan apreciable ¿el temor? ¿escasa motivación potente para que votaran los sectores de menores ingresos?

Una de las explicaciones posibles es que el voto es más voluble que antaño y pueden provocarse oscilaciones en los últimos días. Entre la primera y la segunda vuelta cambió la estrategia de la derecha asumiendo que las reformas en curso (Gratuidad, AFP estatal) no serían desmanteladas (al contrario de las amenazas de Piñera en la primera vuelta) y que nadie perdería lo ganado. Luego recurrió al factor miedo: no saben gobernar, se están izquierdizando, no les interesa crecer ni generar empleos. Y luego la imagen descabellada de Chilezuela. Estos factores fueron subestimados en la campaña de Guillier ¿quién podría creer semejante absurdo? Sin embargo, parece haber provocado un impacto.

La candidatura progresista no encaró ese riesgo. En la segunda vuelta buscó ampliar su base para atraer votos de Beatriz Sánchez. Realizó nuevas propuestas improvisadas (CAE) y declaraciones inapropiadas (introducir la mano en el bolsillo de los poderosos) que produjeron confusión y que la derecha propagó con astucia. Logró que el temor movilizara a indecisos. La izquierda no captó la magnitud del efecto psicológico de esta campaña. ¿Es este un fenómeno pasajero o hay una razón más profunda? Será preciso esclarecer si las aspiraciones de seguridad y crecimiento de un sector que antes votaba progresista ya no se siente representado por el progresismo.

Sin duda, la apatía daña la democracia y es una obligación política del progresismo luchar contra la indiferencia, dando más poder a la ciudadanía. Esto exige establecer una relación más estrecha con los sectores medios y populares y con las organizaciones de la sociedad civil. Para corregir la tendencia al abstencionismo, muchas personas advierten que el voto voluntario ha sido una mala decisión política. Los sectores conservadores son contrarios a la reinstauración del voto obligatorio, porque el voluntario les favorece, por esa diferencia de comportamiento que nace del hecho de que siempre se está presto a defender lo que se posee, mientras es mucho más tibio el respaldo a lo que no se posee, aunque podría llegar.

¿Es importante considerar una campaña para retornar al voto obligatorio? El progresismo debe estudiar estos temas con más rigor y menos ideologismo. Si el resultado electoral fue más que un error de campaña de la centroizquierda, el predominio de la derecha podría ser prolongado.

Hip 7. Eficacia superior de la derecha

Los sectores progresistas, injustificadamente, son propensos a reflexionar solo sobre sus propias falencias y descuidan el pensamiento, acciones y organización del adversario político.

Esta vez, la derecha actúo con bastante más eficacia que la centroizquierda. Mostró unidad tras un solo liderazgo y logró construir listas parlamentarias únicas, aumentando su capacidad de obtener diputados y senadores. Utilizó bien su capacidad para capitalizar el descontento con el gobierno, en particular la crítica a las reformas, denunció que la NM y su candidato se izquierdizaba, que no tenía capacidad de gobernar y pretendía continuar con las mismas reformas. La derecha mostró superior organización y gestión en todo el país, desplegó apoderados en todas las mesas, realizó puerta a puerta, empleó las redes sociales y las tecnologías de comunicación de mayor sofisticación tecnológica, superando con creces a la NM, y contó con mayores recursos financieros. Caló su discurso en torno al empleo y el crecimiento: bienestar con seguridad. Esas capacidades de la derecha no se deben subestimar.

¿Se trata de una cuestión pasajera, fruto de una superioridad en publicidad, mejor gestión de campaña o la derecha ha logrado configurar un relato atractivo para sectores medios con la esperanza de un mejor gobierno? La cuestión de fondo es si este triunfo se sustenta en una primacía cultural, un relato coherente y atractivo que puede perdurar; y si su posicionamiento cultural ha logrado persuadir de la ventaja del mercado y del esfuerzo individual como fundamento de progreso, minimizando la función del Estado, de la sociedad civil y la solidaridad. Además, a futuro hay que anticipar que sectores de la derecha han evolucionado a posturas más liberales en lo valórico y más sociales en lo político. Numerosos jóvenes se desmarcan de la dicotomía democracia-dictadura, alejándose de la dictadura. Esta evolución podría marcar un estilo menos confrontacional y una acción de gobierno que busque ocupar el centro político, constituyéndose en un nuevo desafío para la centroizquierda.

La derecha cuenta con universidades para formar a las élites gobernantes. Un porcentaje creciente de ellas proviene de colegios y universidades particulares, como se observa en la conformación de los gabinetes y del nuevo Parlamento. Ha constituido fundaciones y centros de investigación político social que promueven sus puntos de vista en los medios de comunicación escritos o la televisión, de propiedad mayoritaria de grupos económicos. Se podría decir que la derecha entendió mejor a Gramsci.

La izquierda, que tenía un predominio en materia intelectual, ha pasado a segundo plano. Un desafío importante de futuro es acrecentar la fuerza de las ideas, recuperar el predominio con una reflexión en sintonía con la experiencia de las organizaciones sociales y el futuro. Esta ventaja es clave para el progresismo. De cada una de estas supuestas causas de la derrota se pueden extraer lecciones, para superarlas y reponer la fortaleza del proyecto progresista.

Trazos de futuro

Para salir adelante, además de analizar lo sucedido, es esencial mirar al futuro. No cabe duda que las fuerzas progresistas tienen una presencia contundente en la sociedad, tanto por su acción transformadora, por la potencia de sus valores, como por la capacidad de traducirlos en políticas y programas eficaces. Pero es esencial captar lo que viene, los anhelos y esperanzas, los temores y oportunidades, en un mundo en cambio veloz e incertidumbre creciente. Para revertir la situación actual los progresistas deben afirmar sus valores permanentes: la igualdad y la libertad, la libertad para avanzar hacia la igualdad y la igualdad para hacer posible la libertad.

El progresismo deberá diseñar políticas que aumenten el empoderamiento ciudadano, el pluralismo, la diversidad, la solidaridad. El progresismo debe fortalecer el avance cultural, científico y tecnológico, y confiar en la conciencia y capacidad de cada persona, para desplegar su potencial. Cada dirigente progresista debe dar ejemplo de un trabajo al servicio de los demás, de una preocupación prioritaria por la defensa de los derechos humanos y el cuidado de la naturaleza, con probidad.

El progresismo promueve y debe ceñirse a un método de acción política, que ha resultado exitoso, de reformas continuas, con mayoría, sin polarización y sin violencia, distanciándose de posturas radicalizadas. El progresismo debe estar abierto a entendimientos políticos más amplios en materias de interés estratégico para construir mayorías y potenciar la capacidad nacional de avanzar con rapidez.

Para hacer realidad y creíbles estos propósitos, se necesita practicar la convergencia política y la unidad, la participación ciudadana y la articulación con los movimientos sociales. Se requiere de un Estado con capacidad para hacer un buen gobierno, que materialice las transformaciones y sostenga la gobernabilidad democrática a nivel nacional y global. Y también requerirá de una alta capacidad de gestión, a fin de entregar resultados palpables a las personas, particularmente a las vulnerables.

Hay amplio consenso en torno a prioridades inescapables para el progresismo en el futuro inmediato.

Primero, la aprobación de una Nueva Constitución, aprobada en democracia, que exprese un nuevo pacto político, social y ambiental. Segundo, la regulación del sistema económico de modo de propender a una sociedad de derechos, evitando que el mercado inunde toda la actividad humana, y así profundizar la democracia con inclusión social. Esto implica afirmar y perfeccionar las reformas aprobadas y aprobar las que están en trámite parlamentario. Tercero, impulsar la ciencia, la tecnología y la cultura, para todos, para transformar la estructura productiva para generar un crecimiento alto y sostenido, creando empleos con especialización, y proveyendo bienes públicos de calidad al alcance de todos. Realzar la importancia del crecimiento para sostener la inclusión y la protección ambiental es otra exigencia para un proyecto de futuro. Y reafirmar el espíritu latinoamericano para juntos impulsar una cultura y desarrollo común. La derecha buscará afianzar su posición estratégica, cultural y política frente a una centroizquierda dispersa. La duración de este proceso dependerá de la capacidad de acometer al mismo tiempo la tarea de vincularse con la sociedad civil y renovar los liderazgos, especialmente juveniles, para que ingresen a la vida política con vocación de servicio público.

Por ello, un nuevo liderazgo progresista deberá combinar visión y persistencia, pluralismo y convergencia, ideas de futuro y capacidad de gobernar.