Un nuevo tiroteo ha ocurrido en los Estados Unidos, esta vez en la preparatoria Marjory Stoneman Douglas en Parkland, Florida. Se le ha denominado la masacre de San Valentín y dejó un saldo de 17 personas muertas, entre los que se contabilizan estudiantes y profesores. Este terrible crimen ha conmocionado al mundo, pero también ha reavivado las discusiones sobre las masacres en el país norteamericano y como abordarlas.

Algunos consideran que la respuesta es endurecer la reglamentación en lo que respecta el acceso a las armas, otros apelan por el aumento en la edad para la compra y tenencia de armas; y hay quienes consideran que la solución pasa por hacer mucho más en materia de salud mental. Por su parte, otros como el presidente Donald Trump, apuestan por armar a los profesores para evitar masacres en las escuelas. El presidente de los Estados Unidos ha afirmado que «si tenemos al 20% de los maestros entrenados con armas podrían terminar con el ataque rápidamente»; esta posición es compartida por Wayne LaPierre, vicepresidente ejecutivo de la Asociación Nacional del rifle (NRA) quien afirma que «la única forma de detener a un tipo malo con una pistola es un tipo bueno con una pistola».

En la narrativa mediática y política, estas masacres continúan siendo presentadas y encubiertas bajo el discurso de la patologización. En la mayoría de los casos se afirma que el tirador tenía problemas psicológicos, se le describe como poco sociable y solitario, se afirma que sufría de depresión, problemas de ira o ansiedad, se especula sobre si el agresor en su infancia pudo haber sido objeto de maltrato o abuso sexual, se insiste en que padecía depresión o pensamientos suicidas, se hace referencia a su historial de alcoholismo o abuso de sustancias, se asocia a los tiradores con síndromes como el asperger o autismo, se afirma en que presentaba algún tipo de enfermedad mental como psicopatía, esquizofrenia paranoide, trastorno bipolar; es decir, los agresores suelen ser desprovistos de responsabilidad y presentados como como unas victimas de sí mismos, de sus circunstancias y de los demás, hechos en su conjunto que desde esta perspectiva probablemente precipitó la comisión de los asesinatos en masa.

No obstante, se continua desconociendo e invisibilizando el problema central y es la socialización diferenciada, la cultura de la violencia, la ideología, el odio y los imaginarios sociales prejuiciados y prejuiciosos que predominan en esta sociedad. Los tiroteos en los Estados Unidos, contrario a como se quiere presentar, no son hechos casuales, fortuitos, ni desgenerizados; por el contrario, quienes están asesinando masivamente a las personas son hombres, quienes han sido socializados en una cultura de la violencia que otorga a los hombres el poder sobre la vida y la muerte. Como ha afirmado Michael Ian Black en un artículo del New York Times: «las chicas no están jalando el gatillo; son varones. Casi siempre».

Los hombres no solo son los principales responsables de la mayoría de los homicidios dolosos a nivel mundial y de los femicidios, sino que también son responsables de casi todos los tiroteos masivos y masacres de los que se tiene registro. Así lo pone en evidencia las 10 masacres más mortíferas en los Estados Unidos desde 1991, de las cuales en solo una participó una mujer: George Jo Hennard autor de la masacre de Killeen, Texas (1991), Eric Harris y Dylan Klebold tiradores en la masacre de Columbine, Colorado (1999), Seung-Hui Cho responsable de la masacre de Virginia Tech, Virginia (2007), Nidal Malik Hasan perpetrador de la masacre de Fort Hood, Texas (2009), Adam Lanza causante de la masacre en la escuela primaria de Sandy Hook, Connecticut (2012), Omar Mir Seddique culpable de la masacre de Orlando, Florida (2016), Devin Patrick Kelley autor de la masacre de Sutherland Springs, Texas (2017), Stephen Craig Paddock ejecutor de la masacre de Las Vegas, Nevada (2017) y Nikolas Cruz responsable de la masacre de Parkland, Florida (2018).

Pero además de ser hombres, la mayoría de los tiradores que han protagonizado las masacres más emblemáticas de los Estados Unidos, han formado parte de los denominados grupos de privilegios, es decir, hombres, blancos, heterosexuales y poseedores de recursos económicos; quienes en varios de los casos han dirigido su violencia mortal contra grupos a quienes consideran inferiores o sobre los cuales anidan prejuicios, odio o desprecio, por ejemplo mujeres, homosexuales, transgéneros, afroamericanos, latinos, judíos, musulmanes, entre otros; así lo evidencia las masacres de Killeen (1991), Orlando (2016) y Parkland (2018).

George Jo Hennard, de 35 años, autor de la masacre de Killeen (1991), condujo su camioneta a través de la ventana frontal de vidrio de una cafetería y Gritó: «¡Todas las mujeres de Killeen y Belton son víboras! ¡Esto es lo que nos han hecho a mí y a mi familia! Esto es lo que el condado de Bell me hizo. ¡Este es el día de la retribución!». Numerosos informes del caso incluyeron relatos del odio expresado por Hennard hacia las mujeres, y un ex compañero de habitación del agresor afirmó que este «odiaba a los negros, hispanos y homosexuales. Dijo que las mujeres eran serpientes y siempre tenían comentarios despectivos sobre ellas, especialmente después de peleas con su madre». Así mismo, sobrevivientes de la cafetería dijeron que Hennard había pasado por encima de los hombres para disparar a las mujeres e incluso llamó a dos de ellos como «perra» antes de dispararles; pese a ello, el carácter misógino de esta masacre fue obviada e invisibilizada por las autoridades y los medios de comunicación.

Omar Mir Seddique Mateen de 29 años, fue el tirador de la masacre en la discoteca gay Pulse de Orlando, Florida (2016), en la que asesinó a 49 personas. Algunos conocidos afirman que el agresor frecuentaba clubes gais, que había manifestado interés por mantener relaciones homosexuales, algunas personas afirmaron que asistía regularmente al lugar de la masacre, bailaba con otros hombres e incluso intentó tener citas a través de una aplicación; pero pese a que este ataque es considerado el más violento y mortal en contra de la comunidad LGBT en Estados Unidos, el FBI anunció que no tenía motivos para considerar que la matanza hubiera sido motivada por odio a los homosexuales.

Nikolas Cruz de 19 años, tirador de la masacre de Parkland, Florida (2018), según un reportaje de CNN, en un chat privado en la red social Instagram instaba a matar mexicanos, así como, a mantener a los negros encadenados y cortarles el cuello. El agresor escribió que odiaba a los inmigrantes, acusaba a los judíos de tratar de destruir el mundo y tildaba de traidoras a las mujeres blancas que tenían relaciones con los afroamericanos. También expresó su odio por los homosexuales afirmando que había que dispárales en la nuca. Sin embargo, para las autoridades el crimen no tiene ninguna relación con los crímenes de odio.

Estos hechos ponen en evidencia que los tiroteos y masacres en los Estados Unidos no son hechos aislados perpetrados por sujetos que padecen algún trastorno o patología, por el contrario, son crímenes de odio perpetrados por hombres que persiguen legitimar y afianzar su poder; y cuya forma de dominación patriarcal en una sociedad violenta e hipermasculinizada en oportunidades se articula con otras formas de discriminación. Estos crímenes tienen como propósito el sostenimiento de la desigualdad y la inequidad, funcionan como respuesta de rechazo a la diversidad y a los intentos de igualdad, al mismo tiempo que buscan intimidar y limitar los procesos de participación y desarrollo de otros grupos sociales inferiorizados y despreciados.