La realidad es una gran maestra que enseña a quien sabe verlo algunas lecciones interesantes sobre la vida. Casi siempre, nos sorprende a contrapié. Y el sentimiento nos inunda, sobre todo en el caso de la conmoción que ha sacudido todo un país por el asesinato del niño Gabriel. No necesitamos manuales de psicología para darnos cuenta de que la muerte de un niño pequeño es un hecho contra natura devastador para el círculo de familiares y también con un gran coste social – la vida que se ha truncado y que podía aportar tanto a su comunidad-. Pero cuando esa muerte viene dada por un hecho brutal y macabro, fríamente planeada por un sujeto psicopático, es una lección que da mucho sobre lo que reflexionar detenidamente.

La gran socióloga y teórica política Hannah Arendt ya alertó a mediados del siglo XX por propia experiencia – la catástrofe del totalitarismo nazi- de la banalización del mal en el sentido en que hay sujetos que no se plantean qué está bien o mal, simplemente, como no tienen alma ni conciencia, buscan el control y su bienestar a cualquier coste, sin valorar ningún tipo de consecuencias. No quieren pensar, porque eso requeriría el esfuerzo de hacerse algún planteamiento que les aparatase de su objetivo, y por ello siguen la corriente de lo que sea pero siempre en su favor. La comunicación juega un papel importante, puesto que a día de hoy se sigue estudiando en las facultades de comunicación muchas estrategias y teorías que Joseph Goebbles –probado nazi que llegó a matar a sus propios hijos- aplicó al respecto. Para mostrar qué es propaganda y diferenciarla de comunicación sí, pero es que la comunicación hoy ha devenido más en esa corriente propagandística que en su función de ser la herramienta de diálogo, compresión y unión entre distintas culturas, intereses, informaciones para alcanzar la verdad.

Desde los principales canales de ocio con los que contamos hoy en día – televisión, cine, videojuegos- se cuentan historias acerca de narcotraficantes, asesinos, mafiosos, corruptos y un largo etcétera de sujetos o arquetipos que son todo lo contrario de seres humanos normales, de carne y hueso, que aportan cada día su granito de arena para construir su familia, su empresa, su país. No hablo de héroes (aunque bien podrían serlo) ni de seres inmaculados o ejemplares. Hablo de la gente normal. Ser malo es sexy porque, claro, son triunfadores. No tienen escrúpulos, viven como quieren tras haber superado una situación de exclusión social haciendo lo que quieren sin importarles nada, aunque acaben muertos. ¿No es así como acaba el cuento para todos? Al menos tienen mucho dinero, notoriedad y reconocimiento. Son respetados como Don Corleone en El Padrino o Pablo Escobar en la serie de Netflix. Son protagonistas de una historia que atrae la atención de cualquier espectador actual porque cumplen los requisitos de ésta: ser rico y famoso. A cualquier coste. Por cualquier cosa, si es mala mucho mejor porque significa que hay una historia detrás y es supuestamente entretenida. No vemos más allá del envoltorio las zonas oscuras de esa historia de humanos reducidos a un estado de primitivismo atroz. Sin sentimientos por nada ni nadie.

En esta jungla actual donde el sentido común, o la valentía de decir lo que uno piensa es casi un acto heroico es francamente esperanzador, admirable escuchar el testimonio de una madre como la de Gabriel que, a pesar del dolor inimaginable, da mensajes de amor, de unidad en un tiempo de crispación y violencia. Personalmente me he planteado que en una situación así quizá no sería tan serena, tan clara, pero ella tiene razón porque de otra forma el mal tendría aún más protagonismo en el relato. La figura de la madrastra-bruja. Ahí ha ganado Patricia: la luz, la cordura, el sentido común.

La política es el arte de lo posible y los políticos deberían ocuparse en lo que ocupa a la gente normal, lo que desea, lo que necesita. Legislar se traduce en organizar y establecer una serie de presupuestos sobre lo que la gente puede hacer y las consecuencias de sus elecciones para ellas y para la sociedad. Que este tipo de individuos psicopáticos estén constantemente en el imaginario colectivo no ayuda precisamente a evitar esas conductas porque los seres humanos funcionamos por catarsis, por imitación del otro. De ahí los dramas griegos donde se exponían todas las calamidades y los personajes que podrían suceder en cualquier historia. Por eso es fundamental exponer y destacar siempre los ejemplos de todo lo bueno que tiene el ser humano.

Francamente creo que en esta situación nos han fallado unos representantes políticos – en especial una izquierda narcisista, panfletaria, iletrada que incluso ataca a las víctimas- más interesados en sus objetivos de alcanzar el poder que en valorar que debe imponerse una legislación para establecer una mínima seguridad jurídica a sus ciudadanos y, por ende, a las víctimas. Evidentemente, ninguna ley ni a priori ni a posteriori puede devolver una vida humana, pero quizá puede hacer que el sujeto que haga esa acción lo piense dos veces. Por lo menos establece un esquema claro de las responsabilidades y las consecuencias. Porque sí, la libertad no exime de las consecuencias de cada acto que llevamos a cabo en la vida.

Finalmente, quería subrayar la contribución personal que cada uno puede hacer en la lucha contra estos sujetos. Cuando vemos la manipulación gratuita, el abuso, el narcisismo galopante y no alzamos la voz para denunciar porque «quién nos va a escuchar», «peligra mi situación», o simplemente reímos la ocurrencia.

Ningún político o Estado va a construir un mundo ideal, somos cada uno de nosotros los que construimos día a día un mundo que, sin pretender estándares de perfección imposible, sea decente. Sigamos el enorme ejemplo de Patricia Ramírez siempre. Porque la bondad, el sentido común, el amor, son los atributos más atractivos, elegantes y glamourosos que podamos tener en nuestra vida. Como ella dijo, arriba la gente buena.