Venezuela está atrapada en una incertidumbre casi diabólica. El 90% quiere -¡a gritos!- la urgente salida de Maduro, sepulturero de un país, otrora, paradisíaco y no encuentra el camino para salir del infierno. La trampa insólita es que esa abrumadora mayoría se enfrenta a la confusión de «votar como sea» o «votar con garantías» en las elecciones presidenciales convocadas -apresuradas e «inconstitucionalmente»- por un Gobierno que, conociendo los estertores de su final, busca desesperadamente aferrarse al poder …aunque, evidentemente, no es «amor patrio al poder», sino buscando la fórmula para escapar de los tribunales que, como colofón de justicia, deberán asumir las sanciones por el saqueo más grande a un país que, objetivamente y según todos los analistas, se recuerda en la historia del planeta. ¡Y no es exageración, los números lo revelan!

Cuando nos referimos a los estertores del fin no sólo aludimos al desastre económico donde, ciertamente, éste adquiere niveles descomunales, sino al pánico que ahora invade a la «mafia de cleptómanos summa cum laude» -según el elegante decir del talentoso humorista Laureano Márquez- al sentirse individualizados y seguros residentes de inhóspitas celdas carcelarias.

El 90% de la oposición, entre otras razones para rechazar absolutamente la «revolución del siglo XXI», es la devastación y expoliación de la empresa petrolera más eficiente y productora del mundo (PDVSA), donde sus estadísticas lapidarias reflejan que su producción de 3.160.000 barriles de petróleo -apuntando a 6.000.000 en un plan de 5 años- alcanza hoy a sólo 1.600.000, significando una «evaporación» de 80.000 millones de dólares. Evidencia irrefutable de ineptitud y corrupción.

Eso ha creado miseria, escasez, hiperinflación y angustia generalizada. La hiperinflación en Venezuela se gradúa como la más grande del mundo, estimándose para este año un guarismo superior al 5.000 %...!una locura insólita e impensable!

Pues todo este maremágnum justifica plenamente la arrolladora y rabiosa avalancha opositora. Lo que no se justifica es que ese masivo repudio no logre unidad total, es decir, definir una estrategia común. Esta dicotomía fatal, sumado al ventajismo y control absoluto que el Gobierno tiene en el Consejo Nacional Electoral (CNE), puede conducir a la terrible e inexplicable desgracia de una reelección de Maduro. No olvidemos que los resultados que emane de las máquinas receptoras de sufragios -manejadas por el oficialismo y sin supervisión directa y eficiente por parte de la oposición- serán en definitiva los «resultados oficiales e irreversibles», como ya nos tiene acostumbrado anunciar la Presidenta del CNE al final de cada elección.

Paradójicamente la oposición tiene posturas coincidentes en dos aspectos fundamentales, además de cuestionar radicalmente a Maduro:

  • Buscan la restauración de la democracia por la vía pacífica, a través del voto, y

  • Buscan la instauración de un sistema económico ajeno a controles abusivos del Gobierno y que genere dinamismo en la producción. Hay otras similitudes pero éstas son las más visibles.

Siendo estas dos condiciones un puente sólido e idóneo para comprometerse con el valor máximo que es «el país está primero», sorprende o no se entiende la falta de inteligencia para deponer intereses particulares o grupales, llegando al anhelado acuerdo consensual que reclaman cerca de 30 millones de venezolanos.

Por eso, afirmamos con pesar que la estrategia gobiernera ha sido exitosa y eficiente en su estrategia de dividir y producir enfrentamientos casi irreconciliables en la oposición y, por el contrario, en ésta ha faltado un liderazgo que mire con una perspectiva de Estado la dramática situación del país. Al reflexionar sobre esta necesidad se me asoman las figuras de Betancourt, Caldera, Aylwin, Suárez, entre otros estadistas visionarios que se jugaron por construir la estabilidad futura de sus pueblos, no cayendo en la tentación del oportunismo cortoplacista o personalista. Sin dudas, existen esas figuras en Venezuela pero la Providencia aún las tiene escondidas o están políticamente inhabilitadas por la dictadura.

Conclusión final de Perogrullo: como el 90% de los venezolanos coincide en lo fundamental y todos quieren votar en un proceso que ofrezca la garantía mínima de respetar los resultados, la exigencia común es luchar -¡ahora y ya!- para exigir que la mayoría de los electores tengan protagonismo, expresión y responsabilidades de supervisión en el conteo de los votos. ¡Simple decisión para desactivar la trampa diabólica que tanto nos angustia y confunde!