El arcaico Portugal de hace cuatro décadas estaba casi totalmente aislado del mundo. Sus relaciones “normales” se limitaban a algunos países occidentales, dictaduras latinoamericanas y al “país hermano” Brasil. Estados Unidos y los países miembros de la OTAN fingían que el régimen corporativista lusitano era una suerte de dictadura bondadosa.

Portugal, miembro fundador de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), en cuyo territorio se halla el estratégico Archipiélago de Azores, era crucial en el diseño de la alianza para detener al comunismo en el mundo.

Para el dictador y fundador de O Estado Novo corporativista, el profesor de Finanzas Públicas de la Universidad de Coímbra, Antonio de Oliveira Salazar (1889-1970), el atraso de Portugal era una ventaja. Así podía gobernar con puño de hierro, al más puro estilo conservador y confesional-provinciano, como si se tratase del patio trasero de su casa de la aldea natal de Vimieiro de Santa Comba do Dão.

Criticado por toda la comunidad internacional por negarse a descolonizar, tal como lo estaban haciendo Bélgica, Francia, Holanda e Inglaterra, Salazar respondió con una consigna: «Orgullosamente solos» e hizo sobreponer todos los territorios coloniales en un mapa de Europa, publicando una ilustración que cubría todo el territorio del viejo continente, desde la costa Atlántica hasta la Rusia Central, con la leyenda de Portugal no es pequeño, empieza en el Minho (extremo norte luso) y acaba en Timor, en el Archipiélago indonesio.

La tozudez del sátrapa en mantener el vetusto imperio colonial, fue el principio del fin. Al régimen salazarista, la más larga dictadura europea en los últimos 200 años, se opuso un vasto movimiento no sólo en Portugal sino en todo el mundo democrático. Ese era el país que Marcello Caetano, el delfín del dictador, heredó de Salazar a fines de la década de 1960.

La Revolución está en la calle

Todo comenzó a cambiar radicalmente a primeras horas de la madrugada del 25 de abril de 1974, cuando el joven capitán Fernando José Salgueiro Maia (1944-1992), destituyó a sus superiores del Regimiento de Caballería Mecanizada de la ciudad de Santarém y encabezando una larga columna de carros de combate, recorrió los 110 kilómetros que separan de Lisboa.

Cuando los blindados de Salgueiro Maia ocuparon la plaza Terreiro do Paço, símbolo del poder ejercido con mano de hierro durante medio siglo en Portugal, comenzaba el golpe de Estado más singular de la historia: militares levantados en armas para imponer la democracia por la fuerza.

Los capitanes contaban con la colaboración de periodistas de la Radio Renascença, emisora de la Iglesia Católica, y de Radio Club Portugués que a las 03:00 de la madrugada, transmitieron Grândola, Vila Morena, una canción prohibida por el régimen, que era la contraseña para que los jóvenes oficiales tomaran el mando en las principales unidades militares del país, ofreciendo a los oficiales superiores la posibilidad a unírseles. Caso contrario, eran arrestados en los cuarteles.

Aquella madrugada de abril, los soldados partieron al combate con los ojos puestos en la paz. Fue el día más largo que vivió Portugal y el más corto para el dictador Marcello das Neves Caetano (1906-1980), despertado por su jefe de gabinete a las 05:00 horas de la madrugada para comunicarle la noticia fatal: «la revolución está en la calle».

Bastó sólo una mañana para que los 144 capitanes conspiradores del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA) lograsen que el régimen de «O Estado Novo» corporativista, instaurado por Salazar tras el golpe militar de 1926, se desmoronase como un castillo de naipes.

Marcello Caetano, sucesor de Salazar desde 1969, y el decorativo presidente de la república, almirante Américo de Deus Rodrigues Thomaz, se rindieron poco después humillados ante el joven capitán Salgueiro Maia y el aún más joven teniente Alfredo Assunção, quienes les salvaron de la ira popular llevándolos al aeropuerto en un vehículo blindado, donde fueron embarcados para Brasil.

En las calles, la revolución se traducía en una constante ebullición. El nombre Revolución de los Claveles nació la propia mañana del 25 de abril de 1974, cuando un niño colocó un clavel rojo en el cañón del fusil de un soldado insurgente. En los años sucesivos, los alcaldes de ciudades, pueblos y aldeas ordenaron plantar claveles rojos en los viveros municipales, que eran ofrecidos como el símbolo de la Revolución.

En los días posteriores, continuó la fiesta total. No había muro sin consignas. Todo tipo de organizaciones de base discutían acaloradamente en las principales plazas de todas las ciudades y pueblos.

El 1º de mayo de 1974, marineros desfilan con banderas rojas y los soldados en las calles levantan los fusiles con claveles rojos en sus caños. En los meses que siguieron, muchos soldados se dejaron crecer el cabello y colocaron en sus boinas insignias del rostro del Che Guevara.

Libros y revistas prohibidas durante los 48 años de dictadura repletan los quioscos. Los espacios en los escaparates de las librerías y los programas en las salas de cine eran disputados entre el marxismo y la pornografía. Portugal se movía entre Marx y una mujer desnuda.

Saudades

Es difícil recordar hoy la Revolución de los Claveles sin una profunda «saudade», un vocablo portugués imposible traducir a otras lenguas, porque según el poeta Fernando Pessoa, «saudade no es una palabra, sino un estado de alma», que en castellano solo puede interpretarse recurriendo a una explicación, que abarca la melancolía, la nostalgia y la añoranza, con esa sensación del lugar común de que «todo tiempo pasado fue mejor».

Después de todos estos años, los “capitanes de abril” convertidos ahora generales, almirantes y coroneles, la mayoría de ellos en la reserva, entienden que en lo esencial, su programa fue cumplido. Portugal es hoy una democracia parlamentaria insertada en la Unión Europea (UE), lo cual le significó un desarrollo inmenso respecto de cuatro décadas atrás y Lisboa ya no es una odiada metrópoli colonial.

La calma en el debate político registrada en las primeras tres décadas de democracia fue inesperadamente quebrada en 2004 por el Gobierno conservador del entonces primer ministro José Manuel Durão Barroso, cuando decidió realizar una campaña publicitaria subrayando que la efeméride debe celebrar no una revolución sino una evolución.

El ex responsable estudiantil del maoísta-estalinista Movimiento de Renovación del Partido del Proletariado/Partido Comunista Portugués-Marxista Leninista (MRPP/PCP-ML), que presidía un gobierno conservador en el 30 aniversario de lo que él llamó Evolución, destacó en su campaña que entre los grandes logros de Portugal en esas tres décadas hay que contar la proliferación de los teléfonos celulares móviles, canales de televisión por cable, autopistas y automóviles a buen precio.

Las reacciones no se hicieron esperar y se dio paso a una polémica de vastas proporciones que, contra lo esperado, no dividió al país entre izquierda y derecha sino entre dos bandos irreconciliables: los defensores de la memoria histórica, por un lado, y sus detractores, por el otro.

Con esta campaña, de norte al sur del país, el gobierno pareció optar por la fuga de la historia, empeñándose en el olvido, un hecho imperdonable en democracias adultas.

La génesis de esta ‘idea brillante’ fue la urgencia política, casi obsesiva, de colocar la historia en el sótano y optar por evocar otras épocas, de “las grandezas” del dominio colonial portugués, una idea mítica del imaginario de la derecha de un pasado remoto, con la reconstrucción bondadosa del imperio, el recuerdo a la gesta épica de los grandes navegantes y la marca de los presuntos errores de los “capitanes de abril” en el proceso de independencia de las colonias.

Según el catedrático Fernando Rosas, contrariamente al deseo de Durão Barroso y de muchos otros ex ultraizquierdistas hoy reciclados al fundamentalismo neoliberal, el 25 de abril de 1974 fue una Revolución con todas sus letras, es decir la ruptura ‘ilegal’ con el régimen en vigor y la inauguración de una nueva era política, con movimientos sociales masivos: el MFA fue un movimiento revolucionario armado, conducido por oficiales intermedios cansados de la guerra colonial y que, al triunfar, decapitó las jerarquías castrenses.

Portugal fue un modelo típico de transición por ruptura, o sea revolución, muy diferente al de España, donde hubo una transición por evolución, ya que se realizó con los propios dirigentes que venían de la dictadura (1939-1975) del generalísimo Francisco Franco.

No obstante, la derecha sigue ensayando este propósito ideológico de cortar la democracia portuguesa con su humus revolucionario con el propósito de apagar la revolución de la historia contemporánea lusa.

Todos los historiadores coinciden en que el 25 de abril de 1974 perdurará como una revolución, porque no hay que olvidar lo esencial: la derrota de la política de la guerra colonial, por los soldados y los capitanes, dispuestos a todo para satisfacer las exigencias de la inmensa mayoría de los portugueses de acabar con ella y dar las manos a los movimientos de liberación de las entonces colonias africanas.

La génesis del golpe

¿Cómo surgió este grupo de militares que realizó una acción exactamente en sentido contrario de todo lo que los militares habían hecho a través de toda la historia?

Las Fuerzas Armadas Portuguesas eran por naturaleza conservadoras, al igual que en el resto del mundo. Contaban con un alto mando orgulloso de las colonias lusitanas, con una jerarquía de generales y almirantes que siempre fueron sólidos soportes del régimen salazarista y antes, de la monarquía imperial.

Es en el seno de esta institución que en 1973 aparece un grupo de jóvenes capitanes, sin ligazón a ningún partido o movimiento político clandestino, decididos a avanzar hacia una arriesgada acción de liberación y de implantación de la democracia.

Su único propósito declarado desde la fundación del MFA, era “devolver el poder al pueblo”, sin que los militares pretendiesen conservarlo para ellos. A través de toda la historia, es posible a modo de excepción, encontrar militares demócratas que intentaron derribar dictaduras, pero no lograron vencer a la máquina represiva. En Portugal lo consiguieron sin eternizase en el poder.

Esta es una diferencia fundamental para corregir el error en que incurren muchas veces historiadores, analistas y periodistas, al comparar la Revolución de Abril portuguesa con algunos militares con inquietudes sociales con tendencias de izquierda que accedieron al poder en América Latina, pero que lo conservaron mientras pudieron.

No fue el caso en Portugal, donde el proceso siempre tuvo la marca de la generosidad y el desprendimiento del poder. El plazo de un año para celebrar elecciones fue escrupulosamente cumplido.

Tal como los demás ejércitos en el mundo, el sello conservador estaba patente en la institución. Fue esencialmente la guerra en los tres frentes de batallas en África, lo que indujo a los cuadros intermedios, que eran cruciales en toda la estructura de combate, a optar por las vías de hecho.

La guerra colonial se hacía fundamentalmente mediante la unidad de batalla: la compañía, al mando de un capitán, grado en el cual reposaba toda la responsabilidad operacional y logística de comando.

La prolongación de la guerra, que se había iniciado en 1961, lleva a los oficiales de ese grado a abrir los ojos para la realidad. Y no solo africana, sino también de lo que sucedía en la metrópoli.

En Lisboa, el régimen recibía de África una vasta información, proporcionada por la omnipotente y omnipresente Policía Internacional de Defensa del Estado /Dirección-General de Seguridad (PIDE/DGS), que tenía carta blanca para actuar no solo en el ámbito civil, sino también en el seno del Ejército Colonial durante la guerra. Una suerte de SS-Gestapo a la portuguesa.

A inicios de la década de 1970, la guerra africana comienza a crear problemas al poder y Caetano, al buscar soluciones, en el fondo creó nuevos embrollos.

Inicialmente, intentó aferrarse a una terminología de recurso mundial: “el enemigo externo” y los “terroristas”, grupos compuestos no solo por los combatientes de los movimientos independentistas, sino también por los opositores domésticos.

Como toda dictadura que pretende perpetuarse en el poder, Salazar y más tarde Caetano, bombardearon a la población con consignas de “combate victorioso contra los terroristas que masacran colonos portugueses”, intentado generar una gran voluntad nacional para “derrotar al terrorismo de ultramar”.

En esta encrucijada, las FFAA estaban cumpliendo su papel de institución armada, es decir, hacer la guerra decidida por el poder político, el que tozudamente, se negaba a aceptar una solución de compromiso para una salida “a la inglesa”, propuesta por los menos fundamentalistas del régimen, cuya idea era la formación de una suerte de Commonwealth inglés en versión y estilo lusitano.

El fantasma de la India, antesala del fin del régimen

Como la solución no apareció, entre los militares comenzó a reflotar el “fantasma de la India”, temiéndose un desenlace similar al ocurrido en diciembre de 1961 en Goa, capital del llamado Estado Portugués de la India (EPI), formado también por los enclaves de Diu, Damão, Dadra y Nagar Haveli.

En esa oportunidad, el gobernador del EPI, general Antonio Vassalo e Silva (1899-1985) ordenó la rendición de los 3.000 militares portugueses que defendían las fronteras, cercadas por 40.000 soldados del ejército indio enviado por el entonces primer ministro, Jahawarlal Nehru.

Los ingleses se habían retirado 15 años antes de India. En cambio, Salazar sostenía que Portugal no saldría de Asia, porque junto a Filipinas, era “el último farol del cristianismo en el oriente” y cuando la luz del Evangelio se vio amenazada por el poderoso Ejército de la Unión India, el sátrapa envió desde Lisboa un mensaje terminante al gobernador de Goa: «solo podrán regresar a la metrópoli portugueses muertos en combate o vencedores».

Al caer la noche del 19 de diciembre de 1961, Vassalo e Silva entregó su sable al comandante de las fuerzas indias, mayor-general Kunhiraman Palat Candeth, con lo cual se estima que el gobernador salvó de una muerte segura a los soldados portugueses.

Acababa derrotado de esta manera, el primer país europeo que se instaló en Asia con la llegada del almirante Vasco da Gama en 1498 y que ahora se veía forzado a abandonar India de manera humillante.

Por orden de Salazar, al regresar a Lisboa Vassalo e Silva fue degradado y expulsado del Ejército. En 1974, el Consejo de la Revolución del MFA le restituyo el grado, al tiempo de aprobar una dura crítica al Estado Mayor por haber incurrido en inusuales ataques al honor del general.

Los capitanes en África, vislumbran una situación semejante y temían que nuevamente el régimen les usase como chivo expiatorio, argumentando que si se perdía la guerra, especialmente en Guinea –que en 1973 estuvo a punto de caer–, se debería a que los militares fueron cobardes, que no querían combatir.

Las sucesivas derrotas en Guinea, reveses en Angola y Mozambique y la posibilidad de un desastre militar global en África, unido a problemas de orden corporativos en escalafones y antigüedades, apresura la conspiración.

Entre julio y agosto de 1973, se reúnen en Bissau capitanes, mayores, tenientes y suboficiales, en especial sargentos, y se llega al rápido consenso de que las FFAA estaban desprestigiadas frente a la ciudadanía.

En las primeras reuniones, los jóvenes oficiales coordinados por el capitán Vasco Lourenço concuerdan en que la institución castrense es vista como un sostén de un régimen opresor, que no encuentra soluciones políticas en África y aislado internacionalmente.

A partir de allí, todo comienza a ocurrir de manera vertiginosa. Se designa al capitán Lourenço y a los mayores Otelo de Carvalho y Vítor Alves como el trío coordinador de la conspiración.

Al primer grupo conspirador de los capitanes, en 1974 se comienzan a unir otros mayores y hasta un coronel, Vasco Gonçalves, que más tarde sería primer ministro y dos tenientes-coroneles, Franco Charais y Artur Batista. Las grandes banderas eran la democracia, la libertad y resolver el problema colonial.

A inicios de 1974, entre los que se unen a los capitanes, aparece el mayor de artillería Ernesto de Melo Antunes, cuyas conocidas dotes intelectuales, le hacen depositario de la confección del programa del MFA, fundamentalmente basado en las llamadas “tres D” : Democratizar, Desarrollar, Descolonizar.

Descolonización a marcha forzada

En África, los portugueses fueron los primeros en llegar y los últimos en salir. Una expansión colonial que comenzó entre 1330 y 1350, es decir, 162 años antes de la llegada de Cristóbal Colón a América. Pocos días después de la caída de la dictadura, el MFA comenzó el proceso de descolonización y en el plazo de un año se traspasó el poder a los movimientos de liberación de los países luso-africanos.

En Asia, 13 años después de la derrota de Goa, fue finalmente reconocida por Lisboa la soberanía de Nueva Delhi tras cinco siglos de presencia portuguesa, se comenzaron a dar los primeros pasos para independencia de la colonia insular de Timor Oriental y para la devolución del enclave de Macao la “madre patria” China.

Sin embargo, las intenciones anticoloniales de los jóvenes capitanes se vieron truncadas por cruenta invasión de Indonesia a Timor, que dejó un saldo trágico de 210.000 muertos, un tercio de su población en 1975, el mayor genocidio del siglo XX en proporción a los habitantes de un país.

La entrega de Macao, que nunca fue una colonia, sino “territorio chino bajo administración portuguesa”, por negativa de Beijing de aceptar su devolución en 1975, acabó por ocurrir tan solo en diciembre de 1999.

Con el retiro forzado por la comunidad internacional de las tropas de Yakarta en 2000 y reconocimiento de Naciones Unidas a la joven República Democrática de Timor Oriental, el 22 de mayo de 2002, se cerraron definitivamente las puertas del imperio, concluyendo también la presencia portuguesa de 504 años en Asia, donde al igual que en África, fueron los lusitanos los primeros en llegar.

Al triunfar la Revolución de los Capitanes, Portugal salía de una dictadura corporativista-colonial, condenada por Estados Unidos y la Unión Soviética, apoyados por sus respectivos aliados, así como por la totalidad del Movimiento de los No-Alineados. Era un país poco o nada conocido en el mundo. Explicar el proceso, que incluía una complicada descolonización, no era una tarea fácil. Mientras, a la población de Portugal, habituada a su sino de país periférico, le costaba convertirse de pronto en centro de atención mundial.

En la época, todos conocían la guerra de Vietnam, pero sólo los más ilustrados sabían que en las llamadas Provincias do Ultramar lusitano, existían teatros de guerra cruentos, hasta con uso de Napalm, en Angola, Guinea-Bissau y Mozambique, con un cuerpo expedicionario de 220.000 hombres.

Considerando que Estados Unidos tiene 33 veces la población de Portugal, en proporción a sus habitantes es como si el Pentágono hubiese destacado 7,2 millones de soldados a Vietnam en lugar del número máximo de 540.000 que envió a ese país asiático.

Entre fines de abril y comienzos de mayo de 1974, las hostilidades habían cesado en África. Comenzaba así el desmantelamiento del primer imperio colonial que dio la vuelta al mundo, desde Brasil hasta Timor y Macao.

La orden de cese de las hostilidades en Angola, Guinea-Bissau y Mozambique, los entonces tres teatros de guerra contra los movimientos de liberación, había sido dada el propio 25 de abril de 1974, pero las necesarias negociaciones para el traspaso del poder se prolongaron por más de un año.

¿Dónde estaba el poder real?

La gesta de los capitanes se traducía en el programa del MFA, que ponía punto final a la dictadura, un documento que sintetizaba en Programa de las tres D: Democratizar, Descolonizar y Desarrollar, en lugar de las tres “F” del salazarismo: Fútbol, Fado y Fátima.

Para tranquilizar a la opinión pública más conservadora, no tanto en su sentido político, sino más bien dirigida a los sectores tradicionalistas, aprehensivos de que un puñado de jóvenes se hacía cargo del país, los capitanes recurrieron a dos generales de gran prestigio militar, llamados a retiro meses antes por haberse negado a jurar fidelidad en un homenaje público a Caetano.

De esta forma, el MFA designó presidente de la república al general Antonio Ribeiro de Spínola (1910-1996), ex gobernador de Guinea Portuguesa, mientras delegó el poder castrense en el mariscal Francisco da Costa Gomes (1914-2001) como Jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas (CEMCFA), cargo que había ocupado y del que a inicios de ese año había sido destituido por Caetano.

En una jugada que se comprendió solo más tarde, Caetano aceptó entregar el poder sin ordenar resistir a la leal Guardia Nacional Republicana y a un regimiento de blindados de Lisboa, que le habían permanecido fieles, tan solo si el bastón de mando era recibido por Spínola, un militar conservador que dos meses antes había publicado el libro Portugal y el Futuro, donde cuestionaba la continuidad del régimen si este no se renovaba y buscaba una solución para las guerras en África.

En los últimos años de la dictadura de “O Estado Novo” corporativista, existían dos derechas militares.

La primera, fiel al régimen e incondicional en el proseguimiento de la guerra en África, partidarios de la ortodoxia imperial sin fisuras, cuyo exponente principal era el general Kaúlza Oliveira de Arriaga (1915-2004), ex comandante de las Fuerzas Terrestres de Mozambique, responsable por la utilización de Napalm en esa entonces colonia africana del Océano Índico.

Sin embargo, no era leal sin reservas al régimen, ya que unos meses antes de la revolución de abril, intentó aglutinar al sector más retrógrado de las fuerzas armadas con vistas a dar un golpe para sustituir a Caetano por alguien más duro. En mayo de 1974 el MFA lo mandó a la reserva, en septiembre fue arrestado y permaneció en prisión durante un año y medio.

La segunda, una derecha aparentemente “civilizada”, encabezada por Spinola y formada por altos oficiales que estaban contra la guerra y la dictadura corporativista-colonial, pero que no estaban dispuestos a empuñar las armas contra Caetano. Su acción se limitó a la publicación de Portugal y el Futuro, que causó algunas molestias en los círculos del poder.

En la noche del 25 de abril de 1974, se reunió la Junta de Salvación Nacional, de la que además de los generales de ejército Costa Gomes y Spínola, era formada el brigadier del ejército Jaime Silvério Marques, el general de la Fuerza Aérea Manuel Diogo Neto, el coronel de la misma arma Carlos Galvão de Melo, mientras la marina estaba representada por el capitán de navío José Baptista Pinheiro de Azevedo y el capitán de fragata António D`Alva Rosa Coutinho, ambos ascendidos a almirante pocos días después.

Los capitanes no participaron en la reunión, ocupados de consolidar el poder en los cuarteles y en los puntos neurálgicos de las ciudades. La coordinación de las operaciones de todo el país y las entonces provincias de ultramar, procedía del puesto de comando de Pontinha, en Lisboa, a cargo del mayor Otelo Saraiva de Carvalho, que había ocupado el lugar inicialmente destinado a Vasco Lourenço, ya que al igual que Melo Antunes, había sido trasladado compulsivamente a Azores.

El poder real estaba indudablemente en manos de los capitanes, secundados por mayores, tenientes y sargentos que ya llevaban cerca de un año conspirando contra O Estado Novo.

Entre los generales, Costa Gomes era el preferido de los capitanes, pero aun así, no fue nombrado presidente, sino Spínola. El poder real en 1974, era militar. Los jóvenes oficiales confiaban más en Costa Gomes que en Spinola a cargo de las FFAA y sabían que en la vorágine revolucionario-democrática, el cargo de Jefe del Estado sería efímero.

En la época, Vasco Lourenço hacía gala de su buen humor con una de sus frases favoritas: «Costa Gomes sabe más durmiendo que Spinola despierto».

En efecto, tras ocupar el cargo entre abril y septiembre de 1974, Spinola fue sustituido por Costa Gomes, que acumuló el cargo con el de comandante supremo de las FFAA.

En este cuadro de inestabilidad que se comienza a perfilar, la última palabra cabe al Consejo de la Revolución, formado por los militares más destacados de las tres ramas de las FFAA, donde todavía lograban coexistir en aceptable sintonía las tres principales tendencias de los uniformados: los que defendían una alianza privilegiada con los comunistas, los afines a los socialistas y a otros sectores llamados “moderados” de izquierda y los simpatizantes de la extrema izquierda, designados por “verdaderos M-L” (marxistas-leninistas).

Tras un período de euforia revolucionaria donde la unidad de los uniformados era la nota dominante, a partir de la dimisión forzada de Spinola en septiembre de 1974, se comienzan a verificar las primeras divisiones en el MFA.

Spinola pasó a la historia como una de las grandes figuras de la democracia portuguesa. Nada más alejado de la realidad. Como tampoco fue un gran comandante militar. Pese a que tenía seis años de edad más que Costa Gomes, nunca logró superar las estrellas de este último. En el ejército portugués, la antigüedad cuenta, pero los ascensos son fundamentalmente determinados por capacidades de los aspirantes al generalato.

Lo que sí Spinola dominaba a la perfección era el arte de cultivar su imagen. En cada visita que realizaba a las provincias de Guinea como gobernador de la colonia, enviaba anticipadamente camarógrafos y fotógrafos, que deberían tener todo listo para registrar la salida triunfal del general de su helicóptero, dando golpecitos con su fusta de oficial de caballería en el muslo, mientras ajustaba el monóculo que le caracterizaba.

El desenlace se produce el 11 de marzo de 1975, cuando Spinola debe huir a España en un helicóptero, tras haber fracasado su proyecto de dar un golpe de Estado clásico de derecha contra el MFA.

Vasco Lourenço siempre advirtió que, para Spinola, el 25 de abril fue un proyecto de poder personal que intentó imponer a toda costa. La sucesión de intentos de golpe, provocó reacciones entre los militares demócratas que casi llevaron al fracaso la creación de un régimen democrático y estuvo a punto de estallar una guerra civil.

El grupo de oficiales leales al ex presidente y ex gobernador de Guinea , comienzan a actuar en la sombra. Las acciones de una red de militares de extrema derecha que se habían unido a Spinola en la colocación de explosivos contra las sedes de partidos de izquierda, causaron los únicos muertos del período revolucionario.

Los protagonistas más destacados (grados en 1974)

  • Mayor Ernesto de Melo Antunes (1933-1999)

Fue indiscutidamente el líder intelectual de la Revolución de los Claveles. A riesgo de parecer una paradoja, Melo Antunes fue un militar antimilitarista. Su rol no fue solo de vital importancia como redactor del programa del MFA, sino también en su decisiva intervención para impedir el retorno del autoritarismo militar el 25 de noviembre de 1975, cuando explicó en la televisión que el objetivo de los militares era la democracia más amplia y un profundo cambio social y económico, no nuevas persecuciones.

Melo Antunes era un militar más conocido por su afición a los libros que a las armas y a la disciplina ciega. Conocido en la época como “el militar civilista” y “el intelectual de uniforme”, fue el redactor del manifiesto ideológico de la revolución portuguesa del 25 de abril de 1974, un hombre del cual se llegó a decir que tenía muchas de las cualidades de los comunistas italianos y muchos defectos de los militares portugueses.

Al consolidarse la democracia portuguesa, Melo Antunes se dedicó a actividades intelectuales. Se unió a la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) en calidad de Subsecretario General, entre 1986 y 1991.

En efecto, durante la revolución y en el período que se inició en 1976, Melo Antunes fue un militar muy diferente de aquel joven que zarpó en 1963 a mando del Batallón de Artillería Nº 436 con destino al norte de Angola. Asiduo lector de Marx, Sartre o Camus, a diferencia de muchos de sus compañeros de armas, no necesitaba de la experiencia africana para fortalecer sus convicciones libertarias. Sabía que partía a África a combatir en el lado errado. «Es una herida que nunca cicatrizó. Viviré con ella hasta el fin de la vida», confesó poco antes de su muerte a la periodista María Manuela Cruzeiro.

  • Mayor Otelo de Carvalho

Comandante operacional de las acciones del 25 de abril de 1974 y es considerado hasta nuestros días como el ícono de la revolución. Bajo sus órdenes, estaba el Comando Operacional del Continente (Copcon), una suerte de fuerzas encargadas de la salvaguardia de la revolución, dirigidas por el emblemático mayor, graduado general de división y gobernador militar de Lisboa consideradas las unidades más izquierdistas de las fuerzas armadas.

Otelo de Carvalho fue el rostro mediático del MFA y que al finalizar el período revolucionario, continuó defendiendo sus ideas, que le costaron ir a prisión entre 1984 y 1989, acusado de pertenecer a grupos armados de extrema izquierda.

Durante el proceso revolucionario, como comandante del Copcon y miembro del Consejo de la Revolución, Otelo defendió siempre la democracia directa, donde el pueblo elija a sus representantes sin pasar por las cúpulas partidarias.

Pese a que el coronel de artillería en retiro Otelo Nuno Romão Saraiva de Carvalho, se describe ahora como “un feliz abuelo de 81 años”, no ha perdido el ímpetu revolucionario que lo caracterizó como el oficial encargado de la coordinación operacional del golpe.

  • Capitán Vasco Lourenço

Historiadores y analistas coinciden en que “el eterno capitán de abril” Vasco Lourenço fue una figura insustituible en el acto fundador de la democracia en Portugal y el oficial de mayor consenso entre los militares del 25 de abril. Con frecuencia es descrito por sus camaradas de arma como el más puro de los puros, un coronel que hasta hoy conserva intacta su alma de capitán.

El coronel de infantería en retiro Vasco Correia Lourenço nació hace 74 años en Castelo Branco, en el centro de Portugal. Formó parte desde sus inicios de la conspiración para derrocar a “O Estado Novo”, coordinó la primera reunión clandestina del Movimiento de los Capitanes, en septiembre de 1973.

En marzo del año siguiente fue confinado en una prisión militar en los entornos de Lisboa y desde allí fue trasladado al archipiélago de Azores, una solución del alto mando para neutralizarle sin causar protestas entre sus camaradas de arma. Hizo parte del primer núcleo dirigente del Movimiento de los Capitanes y es el único militar que siempre perteneció a todos los órganos máximos del MFA: Comisión Coordinadora del Programa, Consejo del Estado y Consejo de la Revolución.

En septiembre de 1975 fue graduado general de brigada para asumir el comando de la Región Militar de Lisboa y en agosto de 1976 asciende a general de división y es investido gobernador militar de la capital portuguesa.

En 1978 deja esos cargos y regresa a su grado de mayor, manteniendo sus funciones como miembro del Consejo de la Revolución, hasta su extinción en 1982. En la actualidad, el hasta hoy “capitán de la Revolución de los Claveles”, preside la Asociación 25 de Abril, que congrega a militares en la reserva y activos que se identifican con la gesta libertaria.

  • Coronel Vasco dos Santos Gonçalves

Uno de los pocos altos oficiales que se pusieron a las órdenes de los capitanes durante las operaciones de 1974. Al año siguiente fue ascendido a general por el MFA y asumió como primer ministro y lideró el sector militar controlado por el Partido Comunista Portugués. Falleció en 2005 como general de división en la reserva.

  • Capitán de Fragata Antonio d´Alba Rosa Coutinho

Fue el último gobernador de Angola, donde se lo conoció como "El Almirante Rojo", y encargado por el MFA de traspasar el poder a los independentistas. Durante el período revolucionario fue el número dos del llamado "sector gonçalvista" de las Fuerzas Armadas. Se retiró en 1976 con grado de almirante, Falleció en 2010.

  • Mayor Víctor Manuel Rodrigues Alves

Fue ministro sin cartera de dos de los seis gobiernos provisorios y titular de Educación en el sexto y último. Víctor Alves era considerado "el rostro diplomático" del MFA. Al producirse las divisiones entre los militares de abril, hace parte del “Grupo de los Nueve” y se coloca en el sector de izquierda moderada del Consejo de la Revolución. Hasta su muerte en enero de 2011, vivió únicamente de su jubilación de coronel de Ejército y presidió desde 2005, sin recibir honorarios, la organización no gubernamental humanitaria Cidadãos do Mundo.

  • Teniente Coronel Pedro Pezarat Correia

Comandante de la Región Militar Sur, con asiento en Evora en la época y miembro del Consejo de la Revolución, formando parte del grupo de Melo Antunes. Se retiró en 1982 con grado de general de brigada y hoy es uno de los más destacados analistas de temas político militares.

  • Capitán José Salgueiro Maia

Fue conocido como el más desinteresado de los oficiales revolucionarios. Tras capturar el centro del poder en Lisboa y arrestar a Caetano y Thomaz, regresó a su cuartel y nunca aceptó cargo alguno. Fue llamado a retiro en 1985 con grado de teniente coronel. Falleció en 1992, año en que el entonces primer ministro, Aníbal Cavaco Silva, negó la petición de sus camaradas de armas de ascenderle póstumamente a coronel.

  • Teniente coronel Manuel Franco Charais

Comandante de la Región Militar Centro, con sede en Coimbra entre 1974 y 1976. Consejero de la revolución del sector pro socialista hasta su disolución en 1982. Pasó a la reserva ese año con grado de brigadier general. Cambió el fusil por el pincel y vive retirado en una pequeña aldea del sur, dedicado a la pintura y sus apariciones en público se reducen a las inauguraciones de exposiciones.

  • Teniente primero Manuel Beirão Martins Guerreiro

Consejero de la revolución como representante de la Armada. Pese a haber sido del sector gonçalvista, fue y es de las figuras más respetadas en todos los círculos castrenses, inclusive por los que otrora fueron su más acérrimos adversarios. El “Grupo de los Nueve” exigió su mantención en el Consejo de la Revolución después de noviembre de 1975. Con grado de almirante de ingeniería naval, dirigió los astilleros de Viana do Castelo. Actualmente preside Amnistía Internacional - Portugal.

  • Mayor Mario Antonio Baptista Tomé

Entre 1974 y 1975 fue comandante del Regimiento de Policía Militar, una de las unidades controladas por la izquierda radical revolucionaria. Retirado de la fuerza en diciembre de 1975 fue elegido 10 años después y por dos periodos diputado de la Unión Democrática Popular (UDP). Actualmente es dirigente del Bloque de Izquierda, formado por la UDP y otros partidos de la izquierda radical ex trotskista.

  • Teniente António Alves Marques Junior

Nacido el 3 de julio de 1946, fue uno de los militares más destacados del proceso revolucionario del 25 de abril, y la posterior democratización de la sociedad portuguesa. Fue diputado socialista y el elemento más joven del Consejo de la Revolución. Murió en la víspera de año nuevo 2012, a los 66 años.

  • Capitán Diniz Leitão dos Santos de Almeida

En el periodo revolucionario ascendió a mayor y comandó el Regimiento de Artillería Ligera de Lisboa, Ralis, conocido en la época como "el regimiento comunista". Está retirado desde 1976. Además de militar, es licenciado en medicina dental y psicología clínica, profesiones que ejerce en la actualidad.

  • Capitán Antonio Durán Clemente

Coordinador y vocero de los comandos paracaidistas de la Fuerza Aérea, cercanos al Partido Comunista y que el 25 de noviembre de 1975 se alzaron contra el poder militar controlado por los sectores castrenses proclives al Partido Socialista. Mayor en retiro, hoy es empresario editorial.

Portugal pagó mal a sus héroes

La inmensa mayoría de los dirigentes de la revolución que tuvieron una intervención destacada, acabaron su carrera con el grado de teniente-coronel o capitán de fragata. Los que llegaron a grados de general o almirante, se cuentan con los dedos de una mano.

El trío inicial que dirigía el MFA, Vítor Alves, Otelo de Carvalho y Vasco Lourenço, terminaron la carrera con ese grado. Melo Antunes, que era el responsable del programa político, también terminó como teniente-coronel. Las promociones a coronel, vienen más tarde, cuando ya estaban en la reserva.

Los militares de abril, pese al disgusto por el desarrollo de varias situaciones de desilusión, no se arrepintieron. Continuaron creyendo que valió la pena la batalla por la libertad.

La mayoría de ellos, son activos participantes en diversos actos de la sociedad civil. En manifestaciones contra el modelo neoliberal, es frecuente ver a capitanes de abril desfilando con los líderes de los sindicatos.

La sección portuguesa de Amnistía Internacional, es presidida por el almirante en la reserva Manuel Martins Guerreiro, que con grado de teniente primero y luego de capitán de fragata, hizo parte del Consejo de la Revolución del MFA. La Asociación 25 de Abril, que congrega a los militares en la reserva y los pocos que aun están en el activo y que fueron figuras claves en la gesta de 1974, participan en diversas actividades no proselitistas de la sociedad civil. Entre las que más se destacan No borren la memoria, una asociación que nació en 2005 motivada por la exigencia de salvaguarda, investigación y difusión de la memoria de la resistencia antifascista.

El célebre escritor Antonio Lobo Antunes –eterno candidato al segundo premio Nobel del Literatura para un portugués luego de José Saramago–, sirvió como alférez en la guerra colonial bajo las órdenes de Melo Antunes y cultivo con él una gran amistad que nació en el norte de Angola. Al fallecer su amigo Ernesto, escribió un epitafio que también sintetizaba el sentir de los Capitanes de abril:

«Cuando Melo Antunes murió, viví en el funeral una de las situaciones más conmovedoras y emocionantes de mi vida. Estaban allí los muchachos que hicieron la revolución, aquellos bravos capitanes, compañeros de Ernesto, muchachos que ya tenían 60 años, que lloraban como niños. Hombres duros, que habían probado su enorme coraje, pero que lloraban desconsolados, porque no solo perdían a un amigo y un gran hombre. Perdían sobre todo un camarada. Era muy emocionante verlos tan desolados. Se lloraba la muerte de Ernesto, pero también se lloraba por muchas otras cosas, esas que no había sido posible que sucedieran».