En la vida, a nivel biológico, social, organizativo, cultural y económico, nos enfrentamos a una contradicción creciente entre lo que podríamos denominar procesos y estructuras o exigencias ambientales, cambios y la rigidez de las organizaciones en todos los sentidos y es por esto que el cambio es siempre un disruptivo, en el sentido que una fuerza externa, el flujo, nos obliga a superar las estructuras, nuestros hábitos y modo de organizarnos para adecuarnos a nuevas exigencias.

El desarrollo de las sociedades modernas nos ha llevado a niveles de flexibilidad, donde cada estructura tiende continuamente a ser superada y la capacidad de adaptarse es una ventaja competitiva imprescindible. Algunos definen esta situación como sociedad liquida y esto no sólo comprende exclusivamente las estructuras sociales, sino que también nuestros conceptos, valores, conocimientos generales y actitudes.

Históricamente, nuestra capacidad de sobrevivir ha sido determinada por una evolución constante y, a diferencia del pasado, las fuerzas que inciden en nuestro modo de vivir son siempre más tecnológicas, sociales e inherentes a la organización social misma. La velocidad de los cambios es tal que adaptación, diversificación, búsqueda de nuevas soluciones y estructuras, definen un proceso continuo y esto nos obliga a ser flexibles mentalmente, lo que para muchos es una exigencia tal, que crea oposición y se intenta volver al pasado o a modelos de vida ya superados.

Por otro lado, la sociedad liquida presenta problemas de orden moral y social que nos obligan a redefinir nuestra visión y actitud hacia la sociedad, aceptando siempre más la diversificación, el movimiento y la apertura a nuevas alternativas y esto representa un esfuerzo cultural desconocido que nos aproxima a la sociedad anómala descrita por Emile Durkheim en su libro: El Suicidio.

Llamo flujo todas las fuerzas externas que nos obligan al cambio y molde todas las formas de organización en todos los niveles que en un momento histórico se han mostrado eficaces logrando un equilibrio y creando un espacio y método de control social. La novedad actual está en el hecho que el flujo constantemente ejerce una presión mayor y la validez de los moldes está siempre más delimitada en el tiempo. Lo que hacíamos, sabíamos ayer, no es apropiado para el presente. Las instituciones como escuela, matrimonio y sociedad en general, hacen agua por todas partes, dejándonos expuestos a cambios veloces e inesperados. La política, administración y relaciones laborales son cada vez más precarias y todo intento de crear estructuras fracasa antes de consolidarse.

Jamás en la historia de la sociedad hemos afrontado la exigencia de aceptar el desorden como la única forma de orden posible y nuestras referencias éticos morales se demuestran rápidamente como el producto de nuestra propia incapacidad e impotencia y la pregunta es cómo sobrevivir humanamente en una sociedad liquida siempre expuesta al cambio.

Los seres humanos somos víctimas de una ilusión: la de poder crear orden en el desorden, la de imaginar y controlar lo inimaginable e incontrolable. Los ejemplos clásicos de esta ilusión son las religiones y las ideologías políticas, que en estos momentos, tenemos que definirlas como completamente superadas. En este contexto, expuesto al flujo, tenemos que preguntarnos de situación en situación qué significa ser humano y, paradójicamente, hoy, cuando la sabiduría es más necesaria que nunca, nos descubrimos ignorantes y completamente desorientados.