Durante el periodo colonial, en América todos los africanos y sus descendientes nacidos en el continente fueron víctimas de múltiples, repetidas y crueles formas de violencia física, sexual, verbal y psicológica; con ello se perseguía en primera instancia su dominación inmediata, pero también, su destrucción cultural e identitaria a largo plazo, a fin de garantizar la afirmación y sostenimiento del poder colonial europeo.

En este periodo se hicieron comunes y cotidianas las violaciones a las mujeres africanas y afrodescendientes, pero también -aunque en menor medida- pese a las prohibiciones y relaciones de poder subyacentes, las vinculaciones interraciales ilícitas. Estos hechos dieron paso a la miscegenación en la región y por tanto a la conformación de nuevas categorías dentro del grupo racializado, los cuales según los grados de cercanía o alejamiento con respecto al blanco o el negro fueron denominados: mulatos (descendientes de blanco y negra), cuarterones (descendientes de blanco y mulata), quinterones (descendientes de blanco y cuarterona) y salto atrás (mezcla en la que el color de piel es más oscuro que el de la madre).

Pero la aparición de múltiples tonalidades en el grupo étnico catalogado como «negro», favoreció la emergencia del colornialismo, y con ello, la definición de nuevos marcos y dinámicas relacionales. En este periodo si bien se mantuvo la idea de que todos aquellos africanos y sus descendientes nacidos en las Américas eran inferiores a los blancos europeos -por lo cual debían estar sujetos a diversas formas de discriminación y segregación racial-, se hizo común una segunda forma de discriminación; la distinción y trato diferenciado de aquellos sujetos racializados sobre la base de la intensidad o levedad de sus rasgos y color de piel.

Aquellos que producto de la miscegenación habían logrado de alguna forma diluir o minimizar la intensidad y notoriedad de su herencia africana, -pese a mantenerse en un contexto de maltrato, precarización y vulneración de su humanidad-, lograron obtener mejor trato, e incluso, mejores trabajos que aquellos de piel más oscura; ocupando principalmente las posiciones de servicio dentro de las haciendas en contraste con el trabajo subhumano en las plantaciones al que eran sometidos los «otros», racializados y colornializados.

No obstante, esta forma de discriminación racial no ha desaparecido, y en los últimos años ha comenzado a darse la discusión al respecto denominándole colorismo. Este término fue introducido en 1982 por la escritora Alice Walker, con el propósito de explicar la existencia de un trato preferencial o perjudicial para las personas de una misma raza basándose únicamente en el color de su piel; posteriormente en el año 2007, Margaret Hunter en su ensayo The Persistent Problem of Colorism: Skin Tone, Status, and Inequality definiría el colorismo como un proceso de estratificación que privilegia a las personas de color claro sobre aquellas de pieles más oscuras, en áreas como el ingreso a la educación, la vivienda y el mercado del matrimonio.

El colorismo supone entonces un proceso de discriminación racial adicional a la que ya están sometidos los sujetos racializados, es decir, el colorismo es un proceso de revictimización de los ya victimizados por el racismo, específicamente mediante la estratificación social fundamentada en las gradaciones existentes respecto a su color de piel. El colorismo está principalmente dirigido contra los africanos, afroamericanos y afrodescendientes, grupo dentro del cual, aquellos que posean una tonalidad de piel más clara y rasgos negroides menos notorios, experimentarán en menor medida formas o episodios de discriminación explicita, gozaran de mayores grados de aceptación social, tendrán más oportunidades educativas y laborales, de ascenso económico y social, más probabilidades de reconocimiento y visibilidad mediática, así como, mayores posibilidades de vinculación interracial.

Empero, aunque el colorismo –heredero del colornialismo- continua siendo ejercido principalmente como una forma de racismo por parte de la población blanca, este también puede manifestarse como una expresión del endorracismo. Producto de los prejuicios y estereotipos con los que han sido socializados y victimizados africanos, afroamericanos y afrodescendientes, estos también pueden reproducir la ideología colorista en sus prácticas y procesos interactivos con sujetos pertenecientes a su mismo grupo étnico; lo cual se concreta en actos como la valoración y el trato diferenciado, pero también mediante el establecimiento de proximidad o distancia con los sujetos en función de la tonalidad de su piel.