Los países nórdicos –Dinamarca, Finlandia, Noruega, Suecia– iniciaron, aun antes de la Segunda Guerra Mundial, esquemas sociales que, desde la política y la economía, se definieron como objetivos de bienestar. Fueron planes que asumieron la lucha contra la pobreza y la desigualdad como tarea de Estado. Consecuente con los principios anunciados, en cada época de la humanidad, la economía del bienestar debiera asumir los costos que se derivan del progreso, los cuales en la economía del siglo XXI se caracterizan por la preservación del planeta Tierra y con ello nuestra propia sustentabilidad.

El modo de producción actual y las preocupantes realidades geopolíticas, que condicionan relaciones, iniciativas y desarrollo humano, plantean situaciones donde la sustentabilidad de la especie humana está en riesgo.

La contaminación, el agotamiento de recursos naturales no renovables, la alimentación de 10.000 millones de personas en el mundo, nos recordarán en un futuro próximo los costos que no se pagaron, las regulaciones que no se cumplieron, en fin, la lenidad de los administradores de los Bienes Públicos… y, sobre todo, el verdadero costo de las ganancias del presente.

En resumen, deberán tomarse en cuenta los costos del presente. Uno de ellos es el capital natural. Surge allí la problemática de un Bien Público cuyo uso representa un costo social de oportunidad del que el mercado no se hace cargo, pero que tiene consecuencias sociales decisivas y cuya responsabilidad corresponde al Estado. Se impone así en la academia el estudio de la política y la economía del bienestar.

Desde el razonamiento neoclásico de la economía, Pigou (1928; 1932)1 buscó la coherencia del gasto del Estado dados los objetivos del bienestar y la realidad de los impuestos. En la teoría de Pigou, la introducción de factores externos al acto productivo, pasa por el equilibrio del mercado. En el mercado, la tasa esperada de ganancia, calculada según la tasa de descuento de su futuro consumo, se iguala a la productividad marginal del capital; en ese cálculo el capitalista actúa como rentista entre consumo y ganancia futura, teniendo en cuenta la riqueza de que dispone y la tasa de interés. Si esta es baja tenderá a consumir más de lo que ahorra; si es alta el ahorro será mayor.

La decisión del capitalista de utilizar un stock de capital depende de la tasa de ganancia que deberá equipararse con la productividad marginal del capital. En este ejercicio la tasa del interés que representa el precio de oferta del capital disponible está en equilibrio con la tasa de ganancias que representa el precio de demanda del capital. Nótese que lo monetario es parte del cálculo de equilibrio del mercado expresado por las tasas de interés y de ganancia.

Sin embargo, este razonamiento no explica un elemento central a saber, las cantidades y precios de mercado en equilibrio resultantes de este no logran explicar factores externos que forman parte del acto productivo y que inciden en su realización. Son las externalidades que tradicionalmente han sido tratadas como fallas en relación al mercado de competencia perfecta –situación que refleja un caso teórico de estudio dentro de los muchos posibles de ocurrencia en el mercado.

En el sistema capitalista, la administración de los Bienes Públicos se entiende bajo las modalidades del mercado. Situación desde la cual los teóricos neoclásicos reconocen las llamadas fallas de mercado. Por su magnitud y relevancia en el proceso productivo específico y la presión que se ejerce sobre el Estado, como resultado de estas fallas surge una importante Deuda Social, contrapartida de una no menor Cuasi-renta del capitalista que se define en costos sociales no asumidos entre ellos, medio ambiente, infraestructura productiva básica, salarios justos, prestaciones sociales, etcétera.

La pregunta es si acaso la economía de bienestar de Pigou, mediante los impuestos del Estado, que para él representan señales de precio, miden efectivamente los costos sociales de la actividad productiva, para restablecer de esa manera la competencia perfecta. Esta es la tentativa de internalización de costos de Pigou. No olvidemos que en nuestra época, la racionalidad de la competencia lleva constantemente a las empresas a externalizar los costos y a internalizar las ganancias.

Despojado de los costos sociales, el razonamiento de Pigou, incluido el elemento monetario, caería dentro de la lógica de las relaciones normales de producción y mercado. En esta óptica, a pesar de sus complejidades las remuneraciones de los factores de producción no plantearían mayores problemas en el mercado. Es el caso de salarios; precio del stock de capital; tasas de interés del capital financiero y de ganancias…

No obstante, el problema se presenta si intentamos medir externalidades, sean estas el medio ambiente u otros Bienes Públicos básicos como por ejemplo, cuando se intenta incorporar a las remuneraciones ítems tales como educación, salud, vivienda social, pensiones. En esos casos el valor total del bien o servicio, incluido el Bien Público no se acomoda al valor comercial de período corto. Agreguemos que los valores monetarios tampoco expresan el valor presente del medio ambiente o de recursos naturales no renovables. El impuesto parece una solución de circunstancias, más aún si se busca expresar la productividad del trabajador como factor dependiente de la ciencia y la tecnología, que constituyen otros tantos Bienes Públicos. La imposibilidad del libre mercado de expresar un valor que designa el saber acumulado por la ciencia, tecnología e innovación implica, en una decisión fundamentalmente política, dejar de lado el reduccionismo del mercado.

En conclusión, pagar costos sociales mediante impuestos o subsidios es necesariamente limitado pues no va al fondo de la valorización del trabajador según la lógica de los Bienes Públicos. Existe un contenido controvertible según criterios y fuerzas sociales enfrentadas. Muchas veces surgen iniciativas de carácter global patrocinadas por los Estados, como las relativas al cambio climático; conferencias sobre la población, el hambre, etcétera que, aparte de expresar buenas intenciones, quedan sólo en eso. Se trata de prestaciones en el ámbito del poder más que de pasos necesarios para llegar a una solución de precios relativos fruto de una nueva estructura económica.

Una nueva estructura social y económica se valida según fundamentos éticos propios de una práctica social-solidaria, que expresan conciencia sobre los problemas básicos de la humanidad en la etapa de mundialización de sus desarrollos. Nuevos actores sociales deberán validar el funcionamiento de las nuevas estructuras. En el presente las estructuras del mercado invalidan las iniciativas de los Estados, grupos ciudadanos e intelectuales como Hessel2 en Francia, se hacen presentes en las calles o argumentan en foros, y prensa en todas sus manifestaciones. Sin embargo, el paso político organizado está aún en ciernes.

Sólo a partir de principios éticos centrales los esquemas regulatorios podrían llevarnos a un nuevo tipo de administración en un terreno de transiciones en juego. Sin dichos principios tenemos que reconocer que la diversidad de decisiones y de actores sociales con intereses radicalmente diferentes conspira contra la puesta en práctica de las regulaciones. Finalmente, tenemos la certeza que el rescate de los Bienes Públicos no tendrá lugar en la estructura económica capitalista donde priman relaciones de poder contrarias a la reproducción social del trabajador.

Notas

1 Pigou, A.C. (1928). A Study in Public Finance. Londres. UK: Macmillan; Pigou, A.C. (1932). Economics of Welfare. 4ª edición. Londres, UK: Macmillan.

2 Stéphane Hessel fue diplomático, escritor y militante político francés. Durante la Segunda Guerra Mundial fue miembro de las Fuerzas Francesas Libres, del ejército de la Francia Libre, liderado por Charles De Gaulle. En su lectura de la realidad, Hessel denuncia la riqueza que ha aumentado, la carrera por la privatización, el dinero y la competencia, suplantando el interés general de la sociedad. «En el plano de la historia –nuestra historia con su impronta occidental– es una historia de violencia asumida. El pensamiento productivista, la huida hacia adelante de la economía financiera es muy culpable pues engendra los traders, los conflictos, la competitividad, la violencia. Los avances de la tecnología, con la nano-informática, por ejemplo, aumentan la competitividad, el crecimiento irresistible de riquezas en relación a aquellos que nada tienen. De ahí un crecimiento de la desigualdad entre los más pobres y los más ricos. Componente fracasado de conducta y que ya llegó a término. Situación en la cual el Occidente ha jugado un papel siniestro y arrastrado al mundo en una ruptura radical con esta huida hacia delante de ‘siempre más’ en el plano financiero, pero también en el campo de la ciencia y la técnica. Ha llegado el momento que la inquietud por la ética, la justicia y el equilibrio durable prevalezca. Pues los más graves riesgos nos amenazan. Pueden poner fin a la aventura humana en un planeta que para el hombre habrá resultado inhabitable» (Mi traducción –HV. Cf. Hessel, Stéphane. (2011): Indignez-vous! Avec une postface des éditeurs. La fabuleuse histoire d’Indignez-vous! Indigène Éditions, p. 16).