Más allá de los resultados electorales, es tiempo de descubrir y construir una definición de país que nos incluya a todos. Es tiempo de no dejar atrás lo que pensamos, ni mucho menos nuestras posiciones ideológicas, pero sí de actuar por un objetivo común: superar la polarización.

Colombia puede definirse como un país que probablemente los mismos colombianos condenan por sus decisiones; puede definirse también como un país dividido, que al parecer olvida el pasado y se guía por pasiones. Sin embargo, un país que a pesar de las múltiples dificultades que ha enfrentado, le ha demostrado al mundo lo que significa luchar. Y esa lucha plantea hoy distintos retos, bajo un nuevo escenario: la elección de Iván Duque como Presidente de la República 2018-2022.

Después del 2 de octubre de 2016, cuando el NO fue la opción ganadora en el «Plebiscito para la paz», era predecible que en Colombia lo imposible puede ser posible. Así es, Iván Duque, que para aquel entonces era relativamente desconocido ante la opinión pública, logró capitalizar como candidato de la derecha, 10.373.080 votos en la segunda vuelta presidencial de 2018. En la otra orilla, Gustavo Petro, con una amplia trayectoria política pero muy cuestionado por su gestión como alcalde de Bogotá, alcanzó 8.034.189 sufragios, que representa la votación más alta para la izquierda colombiana en su historia. Dos polos opuestos, el reflejo de un país.

Estos resultados dejan varias lecciones. El voto de opinión se está consolidando cada vez más y está derrotando a la maquinaria política; la prepotencia e intereses personales de varios dirigentes son más fuertes que el propio bienestar de los partidos y de la sociedad, los liberales son un claro ejemplo. Los jóvenes no son indiferentes al devenir del país y esto se refleja en las urnas, la izquierda parece ir moviéndose más hacia el centro y la paz aunque sigue siendo un tema importante, no definió la elección, como sí sucedió en 2014. No puede faltar, por supuesto, el fervor que produce todo aquello que se relacione con un nombre: Álvaro Uribe Vélez, un expresidente que para muchos es nuevamente presidente. La lección en este caso es que cuando se trata del uribismo no hay lección.

Es esta segunda vuelta, estaban en disputa dos visiones de país totalmente opuestas. Aún muchos se preguntan por la posibilidad de un escenario distinto si el candidato de la Coalición Colombia, Sergio Fajardo, hubiese enfrentado a Duque, pues se pensaba que así sería más fácil consolidar la unidad de la centro izquierda, incluyendo a los votantes de Petro. Al final, la diferencia entre Duque y Petro no fue superior a los 3 millones de votos, por lo que se podría decir que un número importante de los simpatizantes de Fajardo decidieron votar por Petro, no por afinidad política sino por minimizar la diferencia con Duque. Pero el destino ya estaba escrito.

Ese destino, precisamente, requiere ahora de todos los colombianos y no de unos cuantos. Es cierto, que resulta muy difícil unificar criterios, sin embargo, no se trata de uniformar, se trata de respetar y aprender del otro. Aun con todos sus errores, el legado que deja el Gobierno saliente es muy importante: tenemos un acuerdo de paz con el exgrupo guerrillero FARC-EP, reconocimiento jurídico para algunas minorías, avances en política exterior, entre otros. Construir sobre lo construido no es doblegarse, es afianzarse.

La oposición se debe respetar, porque también construye y aporta. Petro anunció que así lo hará, desde el Senado de la República, y aun cuando se sabe de antemano que el Legislativo favorecerá la gobernabilidad de Duque, con aportes de todos los sectores políticos se lograría más. Con garantías, todos los colombianos podemos aportar, siendo conscientes de que al final, las diferencias nos pueden unir en torno a un mismo propósito, tener un mejor país. No invito a olvidar el pasado, como suele suceder, pero sí a respetar el presente con resistencia y tolerancia.

Falta aún valentía, incluso en los discursos, para reconocer la importancia del oponente, y este sería un paso muy importante. Que sea verdad, que «no se trata de 'duquismo' o de 'petrismo', se trata de una Colombia para todos», como lo aseguró Duque tras su victoria, pues si esta afirmación se convierte en una realidad, aún tenemos esperanza.