Cuando mi esposa y yo nos conocimos, ella habló de mí con su abuelo—un estadounidense veterano de la Primera Guerra Mundial—y lo primero que él le dijo fue «Nicaragua siempre ha sido un país problemático». Al llegar a Nicaragua por la primera vez para conocer a mi familia, mi padre le habló de la muerte violenta del obispo español Antonio de Valdivieso. El obispo fue asesinado en 1550 por el entonces gobernador del territorio español sobre lo que eventualmente sería territorio nicaragüense. Su crimen fue defender al pueblo indígena. «La leyenda es que, desde entonces, Nicaragua ha sido maldita», dijo mi padre (en los años 50 el escritor José Román tituló su novela Maldito país). Esas dos conversaciones se realizaron hace más de cincuenta años. Como va el dicho, lo más que las cosas cambian más permanecen iguales…

Nicaragua es el país de mayor extensión territorial de toda América Central y se encuentra en una situación geográfica privilegiada, siendo el puente terrestre de las Américas. La distancia entre Managua, la capital de Nicaragua, y Anchorage, Alaska, en EEUU es casi igual que la distancia entre Managua y Tierra del Fuego. Siendo rica en tierras para un excelente desarrollo agrícola, una industria pesquera gracias a su gran Lago Cocibolca y acceso a los océanos Atlántico y Pacífico, y conocida en tiempos anteriores por sus minas de oro, ¿Cómo no podría ser todo un éxito? Nuestra historia podría tal vez abrir una perspectiva nueva sobre la situación en que se encuentra Nicaragua en este momento.

Primero, la Conquista por el Reinado Absoluto de la España del Siglo XVI, nos trajo algo de la cultura europea, una religión que—a sus 500 años de llegar al continente americano—continúa siendo dominante, y por medio del idioma castellano una lengua común. Pero también destruyó a las culturas autóctonas. Al imponer su ordenamiento absolutista, nos heredó una actitud de dependencia del gobernante absoluto, sin práctica de gobierno autóctono, como ocurriera en las colonias inglesas de América del Norte.

Así llegamos a la Independencia de 1821, momento en que—después de más de 200 años de gobierno a la distancia—los centroamericanos nos encontramos ajenos a toda experiencia de gobierno y con el estigma del sistema absolutista de gobernar. De inmediato, esto provocó conflictos a los cuales se les buscó soluciones violentas, y se originó un ciclo de guerras civiles que no parecen desaparecer encontrándonos ya en el siglo XXI. Consecuencia de todo ello ha sido la importancia e indispensabilidad que se le adjudica a las Fuerzas Militares en la mayoría de los países centroamericanos (Costa Rica disolvió sus Fuerzas Militares en 1948), pero especialmente en Nicaragua. Así vimos en varias ocasiones procesos constitucionales abortados por la no aceptación militar de la primacía de autoridades civiles.

Asimismo, se provocó un fuerte enfrentamiento entre las facultades del Poder Ejecutivo por un lado y de los Poderes Legislativos por el otro. Confrontación que se mantiene en el tiempo y a la cual no hemos sido capaces de darle una respuesta racional, estableciendo la auténtica separación de poderes y los mecanismos de controles y balances, para un funcionamiento coordinado y armónico. Llevamos casi 200 años tratando de resolver esta situación, sin éxito.

El Doctor Carlos Cuadra Pasos, reconocido jurista nicaragüense y militante del Partido Conservador de los años 1920, expresó que el gran pecado nicaragüense consistía en no haber sido capaces de adoptar un Orden Constitucional que fuera inclusivo, recogiendo no solo la opinión e intereses de la mayoría del momento, sino de los diversos sectores minoritarios que conforman la sociedad nicaragüense. Típico de ello son las Constituciones que se aprobaban solo conteniendo la ideología e intereses del grupo dominante, usando lo que llamamos la Aplanadora de quien dispone de una mayoría de votos. Fenómeno que aún continuamos practicando en la Nicaragua de hoy, con sus visibles consecuencias.

En esta misma época se desarrolló el mayor interés por construir un Canal Interoceánico que uniese ambos mares a través del territorio nicaragüense. Anteriormente, se había desarrollado la llamada Ruta del Tránsito, establecida por el magnate estadounidense Cornelius Vanderbilt, quien obtuvo una concesión sumamente favorable del Gobierno nicaragüense de turno. Dicha Ruta del Tránsito sirvió para el traslado de los norteamericanos atraídos por la Fiebre del Oro que explotó en California, estado de la costa occidental de los EEUU. La Ruta de Tránsito facilitaba el traslado desde ciudades como Boston, Nueva York, Philadelphia y New Orleans hacia las minas de oro, evitando el tener que cruzar el extenso continente norteamericano con sus múltiples peligros encarnados en tribus indígenas hostiles—y quienes defendían sus tierras—y bandoleros de todo tipo y calaña, además de las inclemencias climáticas.

Para esa época, Nicaragua se envolvía en una nueva guerra civil, confrontando a los Conservadores, basados en la ciudad de Granada, y los Liberales, con sede en la ciudad de León. Guerrita interna que se salió del control de las fuerzas en pugna y que produjo un aliado liberal estadounidense quien terminó confrontando a ambos bandos. La guerra culminó con este hombre no solamente apoderándose del país, pero también haciéndose elegir Presidente de la República de Nicaragua. Tal fue la saga de William Walker: filibustero estadounidense y médico, abogado y periodista de profesión. Para reforzar a su Ejército interventor, Walker ofrecía la nacionalidad y tierras nicaragüenses para la explotación agrícola a quienes se incorporaban voluntariamente a su bando.

Así, la Ruta del Tránsito se convirtió en el medio de transporte de los voluntarios del Ejército de Walker y en base al cual pretendía repetir su hazaña sobre el resto de los países de América Central. Incluso, quiso llegar a formar en Nicaragua un nuevo Estado de la Federación Norteamericana, impregnado de los principios de los estados sureños de EEUU de convivencia social.

La intervención de Walker eventualmente provocó la reacción de los países centroamericanos, los cuales aportaron tropas y pertrechos hasta lograr derrotarlo y hacerlo huir del país. Por medio de sus hazañas, Walker proyectó a Nicaragua a nivel mundial, originando solidaridad latinoamericana y repudio en círculos de los estados norteños de su país y Europa. Este episodio es lo que llamamos la Guerra Nacional de 1858.

Pero no han sido solo los españoles y estadounidenses los interventores. En su momento, Inglaterra también jugó un papel en la historia de Nicaragua al apoderarse de partes del territorio caribeño desde Belice al norte hasta la Costa Mosquita de Nicaragua, Costa Rica y Panamá. En la Costa Mosquita—la que ahora llamamos Miskita—establecieron la Monarquía miskita (enemiga de los españoles) de población miskita y afrodescendientes transportados principalmente desde las islas caribeñas controladas por los ingleses (Jamaica, Martinica y otras).

Esta Monarquía Miskita cercenaba casi la mitad del territorio nacional y fue privilegiado por los ingleses, llegando incluso a que la Reina Victoria apadrinara al Rey Mosco y a sus descendientes. Pero este experimento se derrumbó con el establecimiento de los EEUU, quienes después de derrotar la monarquía inglesa tomó su propio rumbo como nación soberana y eventualmente—en base a su Doctrina Monroe—logró el retiro de Inglaterra del Caribe nicaragüense. Este también era un paso fundamental para la construcción del Canal Interoceánico (el cual finalmente fue construido en Panamá en parte por el peligro que significaba el número de volcanes ubicados en territorio nicaragüense). Después de lograr el retiro británico, EEUU ejerció todo su poder económico sobre la débil Nicaragua y prácticamente asumió su economía y política exterior.

Al llegar al siglo XX, nuevamente se produce un conflicto interno y el triunfo liberal encabezado por el general José Santos Zelaya. Zelaya fue soldado profesional de formación prusiana e impuso una Revolución Liberal mediante la cual separó a la Iglesia Católica del Estado, estableció el sufragio universal, codificó parte del ordenamiento jurídico basado en la normativa del Código Napoleónico, y aprobó una Constitución tan liberal que se conoce como La Libérrima de 1904. Pero el carácter caudillesco y la mentalidad vertical del Presidente Zelaya le impidieron el hacer cumplir esta Constitución. Primero la suspendió y luego la reformó con otra sumamente restrictiva. Esta nueva Constitución es conocida como La Autocrática de 1905.

El Presidente Zelaya prolongó su ejercicio del poder por 16 años, años plenos de conflictos armados en su contra y una creciente presión norteamericana, respecto a los cuales él no tenía sentimientos positivos. La presión incrementó en virtud del Presidente Zelaya buscando financiamiento japonés o europeo para la construcción del Canal Interoceánico, dejando de lado los intereses norteamericanos.

Aprovechando otra revuelta de liberales y conservadores contra Zelaya el Gobierno norteamericano envió la célebre Nota Knox, escrita en 1909 por el entonces Secretario de Estado, ordenándole dejar el Gobierno y declarando non grato al embajador de Nicaragua ante el Gobierno EEUU.

Así vuelven al poder los Conservadores y se incrementa la influencia norteamericana. Éstos obtienen una concesión por 100 años para construir el Canal Interoceánico y a cambio entregan al erario nicaragüense tres millones de dólares. Para esa época ya había ocurrido la aventura de Panamá, cercenándola de Colombia, con la famosa frase del Presidente Theodore Roosevelt, *«I took Panama». El Canal se construye en Panamá sobre las bases del proyecto francés De Lesseps, fracasado anteriormente por falta de fondos. Si bien se firma el Tratado con Nicaragua, en el fondo es para que ningún otro país construya un canal por esa vía y para garantizar a EEUU el monopolio del paso transoceánico por Panamá de pasajeros y carga. Esto es exactamente lo que ocurrió hasta que en 1994 se dio el traspaso del Canal de la Américas a la plena soberanía panameña.

Los centroamericanos, a instancias del Gobierno norteamericano, suscriben un Tratado de Paz, que, entre otros temas, establece el rechazo a todo golpe de Estado o gobierno que no surja de procesos electorales libres y crea la Corte Centroamericana de Justicia, que permite el acceso a ella por personas particulares, no solo los Estados parte.

Poco después, el flamante ministro de Relaciones Exteriores de Nicaragua, general Emiliano Chamorro (civil de armas tomar), sufre una derrota electoral y procede a remediar ello mediante un Golpe de Estado. Reclama ser reconocido como el nuevo Presidente de Nicaragua, pero en base al Tratado de Paz recién suscrito, y firmado por él en nombre de Nicaragua, se le niega tal reconocimiento. La presión es tal que Chamorro es obligado a renunciar a sus pretensiones.

Los problemas de sucesión que siguen abriendo las puertas a intervenciones norteamericanas de carácter militar, por medio de la fuerza expedicionaria de los United States Marines. Aprovechando otra revuelta contra el Gobierno conservador—que también es pro EEUU—deciden reforzar sus fuerzas y envían un contingente de Marines a ocupar Nicaragua para restablecer la paz y el orden. Esta intervención militar norteamericana da lugar a una nueva proyección internacional del país y el eventual establecimiento de la dinastía de más de 40 años de la familia Somoza. Como lo describiera en su momento el nuevo presidente Roosevelt: «He´s an s.o.b., but he´s our s.o.b…» («Es un hijo de p…, pero es nuestro hijo de p….»).

Fue en esta época que también irrumpe en nuestra historia el general rebelde Augusto César Sandino en su lucha nacionalista y en contra del aferramiento de la familia del general Anastasio Somoza García en el poder y la intervención norteamericana, la que crea una Constabularia, en principio neutra pero que deviene somocista y se convierte en una Guardia Nacional pretoriana y base fundamental del poder de la dinastía somocista.

Tras tres generaciones, el gobierno somocista decae política- y socialmente, si bien logran mantener una fuerte economía gracias a aliados como los EEUU. En la década de los setenta, con el gobierno de Anastasio Somoza Debayle la dinastía y su así llamada Estirpe Sangrienta de más de 40 años de torturas, asesinatos y desapariciones son borradas del mapa nicaragüense por una insurrección popular acompañada de una lucha armada desarrollada por el grupo guerrillero del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). El FSLN, llevando el nombre de Augusto Cesar Sandino, se impone sobre la oposición civil y se declara la Vanguardia del Pueblo, conformando un Gobierno de Reconstrucción a su gusto y antojo.

Esta lucha armada es apoyada abiertamente por el Bloque Soviético mediante su proxi: Cuba. El Presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, hace esfuerzos por contrarrestar la influencia marxista-leninista, pero no son suficientes y muchos países democráticos prefirieron ignorar la situación. Es así como llega la Guerra Fría a Nicaragua.

El bloque soviético apoyo al nuevo gobierno. Este se inclina hacia el modelo cubano, y está plagado de asesores cubanos en todos los campos—especialmente de Educación y Fuerzas Armadas.

El bloque occidental, o norteamericano, decide que es momento de detener las intenciones expansionistas soviéticas y brinda apoyo a los denominados contrarrevolucionarios. Pero como sabemos, si bien el sistema norteamericano permite ciertas facultades al Ejecutivo, siempre tiene múltiples mecanismos limitantes. Así que su ayuda inconstante no es suficiente soporte para lograr el objetivo de detener los avances marxistas a nivel mundial con el ejemplo nicaragüense (Doctrina de Ronald Reagan).

Pero el bloque soviético pasa por el terremoto Gorbachov y éste decide retirar todo apoyo a las luchas armadas desarrolladas como guerra de baja intensidad. Él y el Presidente Reagan negocian el fin de estas confrontaciones y la Guerra Fría se enfría realmente.

El Gobierno de Nicaragua se ve obligado a suscribir los Acuerdos de Esquipulas II y a reducir el periodo presidencial adelantando un proceso electoral que resulta en una derrota inesperada para el Gobierno. Bajo presión internacional acepta los resultados, pero promete gobernar ¨desde abajo¨ mediante la violencia en sus diversas expresiones.

Ocurre un lapso de 16 años y un alevoso pacto cupular entre el FSLN y el Partido Liberal—liderado por el entonces Presidente de la República Arnoldo Alemán—les abre una ruta para la retoma del poder con solo el 38% de los votos en las elecciones de 2007. El FSLN gana, con la cúpula del Partido Liberal creyendo que en las próximas elecciones presidenciales el FSLN les entregaría su apoyo y así, el poder. Pensaron que se pasarían de uno al otro la presidencia a lo largo de todos los años venideros—y nunca ocurrió así.

Al poco tiempo irrumpe en la escena el fenómeno Chávez, quien inunda de petrodólares venezolanos al gobierno de Nicaragua y éste se olvida de sus compromisos políticos y democráticos, volviendo sus ojos al establecimiento del modelo cubano. Esto incluye el proyecto de establecer un Partido Único del FSLN. Pero esta vez involucran en su proyecto al sector empresarial cupular, que procede mercantilistamente aprovechando esta fluente oportunidad de mantener y crecer su poderío económico e influenciar políticas públicas al no oponerse a decisiones del gobierno sino acompañándolo en su gestión autocrática de gobierno.

Lo anterior da lugar a una nueva concentración del poder político y económico en manos del caudillo y un recurrente deterioro de la institucionalidad democrática. Se elimina todo tipo de seguridad jurídica y de protección a los Derechos Humanos, acompañado ello de políticas de represión letal que pareciera llevarnos a testimonios que incentiven a una segunda edición similar a la Estirpe Sangrienta.

Con lo que nos encontramos nuevamente en un ciclo de crisis que, de no resolverse ordenadamente y dentro del marco Constitucional precario existente, puede volver a convertirse en otra guerra civil. De ser así, habría consecuencias trágicas que afectarán no solo a Nicaragua sino al resto de Centroamérica en los ámbitos político-sociales y económicos.