«Somos lo que hacemos día a día. De modo que la excelencia no es un acto sino un hábito».

(Aristóteles)

En los últimos meses han pasado tantas cosas que dejan una sensación de vértigo mezclada con euforia, como las montañas rusas de los parques de atracción.

Cifuentes dimite por un máster falso y unas cremas faciales robadas, la primera moción de censura de la historia política española que tiene éxito, un Gobierno cargado de muchos mensajes comunicativo, Màxim Huerta duró solo pocos días como ministro de Cultura por su escándalo con Hacienda, vuelve más fuerte que nunca la televisión pública valenciana después de varios años, Rajoy se va de la política y un barco, el Aquarius, rechazado en Italia y Malta llega a España.

Son solo algunos de los sucesos que parecen dar movimiento a una España que estaba muy gris, parada y triste.

¿Pero por qué tanto revuelo? ¿Qué es lo que hace que nos interesemos por todos estos temas? ¿Qué es lo que nos hace llorar de felicidad al ver un programa finalmente en tu idioma y que hable de tu tierra? ¿Qué es lo que te hace sentir asombrado de que por fin haya profesionales liderando ministerios claves para impulsar proyectos útiles? ¿O indignado ante robos, saqueos y falsedades? Una palabra: emociones.

Las gestión emocional es justo lo que falta a un político que todavía piensa en la hegemonía de la retórica como instrumento único para su trabajo.

El político tiene que saber enamorar y emocionar. Las redes sociales estaban ardiendo durante el nombramiento de los ministros de Pedro Sánchez porque supo construir un acto comunicativo importante, un mensaje muy claro a la ciudadanía con sus elecciones.

Ahora el candidato político perfecto será una persona que tenga una imagen política congruente entre lo que piensa, lo que es y lo que hace. En pocas palabras, que sea un ejemplo.

No existe el candidato perfecto, no existe un político puro, todos hemos mentido en nuestra vida. Si ahora mismo recibieseis una llamada del nuevo Primer Ministro para ofreceros un ministerio seguro que a lo mejor recordáis aquella multa que os pusieron por aparcar mal o por exceso de velocidad, por mínimo que fuese.

Pero no por eso no podríamos ser buenos políticos. Nadie pasa el corte de la mentira, ya lo hemos hablado en un articulo anterior, si no fuera así tendrían que gobernarnos robots sin emociones.

Hace unos años diríamos que la cualidad perfecta para un candidato era la preparación o la fuerza, pero hoy en día no es así. Ahora la cualidad buscada es la naturalidad o la autenticidad. El buen aspirante debe poder construir un relato capaz de emocionar y enseñar a los votante que es un ser humano con sus virtudes y sus defectos. Mostrárnoslo tal como es, su historia personal, para generar empatía y simpatía. Que no parezca miembro de una casta alejada de la sociedad.

Y, sobre todo, capaz de generar cercanía: un candidato gana cuando el electorado lo siente mas próximo.

Por eso un buen político tiene que llevar una estrategia que permita enseñar congruencia entre lo verbal y lo no verbal. Y con eso construir un relato personal potente (parte verbal) y emocionar (componente no verbal) para lograr una comunicación espontánea y creíble.