Thích Quảng Đức, el 11 de junio de 1963, hace 55 años, se suicidó, como una forma de expresión de protesta política, inmolándose, quemándose hasta morir, en una calle muy transitada de Saigón, en Vietnam del Sur, cuando este país estaba ocupado por las tropas estadounidenses, en señal de protesta contra las persecuciones que sufrían los budistas, por parte del Gobierno títere vietnamita de Ngô Đình Diệm, y pro norteamericano.

A partir de esta muerte se sucedieron en los años siguientes muchas más de sacerdotes budistas, por iguales motivos y contra la presencia de esas tropas, por la reunificación de Vietnam, y por la paz en la región.

Cuando estos monjes iban a inmolarse lo anunciaban, indicando el lugar y la hora. Generalmente una confluencia de vías, de calles, donde ellos se colocaban al centro, en posición de loto. Otros monjes les ayudaban en su preparación para quemarse, rociándolos de aceites especiales, que posiblemente hacían de carburantes, quedando totalmente mojados. Una vez concluido este ritual, el monje mismo se prendía fuego, en la posición de loto, rodeado de una multitud de personas, y también de la prensa extranjera que seguía estos acontecimientos, conmoviendo no solo los cimientos de las sociedad vietnamita en su lucha nacional libertadora, sino también la conciencia mundial contra la ocupación e intervención norteamericana.

Obviamente, era una acto de extrema y absoluta libertad, de estos monjes decidir, de esa manera, no solo su muerte, sino la forma de llamar la atención sobre la ocupación político militar que tenía Vietnam del Sur, y de conmover y agitar la conciencia universal alrededor de esta situación. Y quienes así actuaban eran monjes, eran líderes religiosos.

Muchas muertes similares, e igualmente espectaculares, siguieron a la de Thích Quảng Đức. Todavía en el año 1967 y 1968 se dieron eventos de estos, cuando estaba yo en la Universidad. Y desde las luchas estudiantiles que hacíamos en solidaridad con la lucha del pueblo vietnamita, exaltábamos el honor y el valor de estos monjes.

Esta forma de expresar la protesta contra la guerra en Vietnam, hizo que el 2 de noviembre de 1965, Norman Morrison, un ciudadano norteamericano, me parece que también excombatiente en Vietnam, se prendiera fuego frente al Pentágono como protesta por las matanzas de la guerra que llevaban a cabo en Vietnam, guerra que se mantuvo entre 1955 y 1975, hasta que el pueblo vietnamita logró derrotar, por las armas, a los invasores y ocupantes de su territorio, y lograron con ello unificar el Vietnam, en 1976, en lo que hoy es, una República Democrática, Popular, Socialista y Soberana.

Los estudiantes universitarios en esos años, cuando hacíamos marchas de distintos tipos, agitábamos en el curso de ellas los nombres de Ho Chi Minh y del Che Guevara, muerto en Bolivia en octubre de 1967.

Cuando se veían y conocían estas muertes se defendían como mártires de la causa Nacional Libertadora, y no se condenaban sus formas suicidas de protesta y de muerte.

Esta forma de lucha, de suicidio, de muerte originada en una protesta se repitió en otros países. Así en 1969, el 16 de enero, Jan Palach, un joven checoslovaco, se prendió fuego en la Plaza Wenceslao, del centro de Praga, protestando contra la intervención de las tropas de Tratado de Varsovia que todavía se sentía en ese país. A Palach en Praga se le recuerda con monumento y con una plaza en su nombre.

El 11 de noviembre de 1983, en Chile, un obrero, Sebastián Acevedo Becerra, de la ciudad minera de Coronel, se quemó al estilo de los monjes vietnamitas, en los escalones de la catedral de para protestar por la desaparición de sus hijos a manos de la policía militar del régimen de Pinochet, del Servicio de Inteligencia o Central Nacional de Informaciones, temible por sus sus torturas y desapariciones de ciudadanos.

De la misma forma, inmolándose, a lo monje vietnamita, el 10 de enero de 1984, recordando los sucesos de 1964, el panameño Rolando Alberto Pérez Palomino se prendió fuego frente a la Embajada de Estados Unidos en Panamá, dejando una carta testamento en la que acusaba a la delegación diplomática de ser «una de las representaciones del crimen y del hambre de millones de seres humanos».

Otras muertes similares, en esta forma de suicidio, se dieron en Senegal en el 2007, en México en el 2008, resultado de luchas campesinas en el Estado de Veracruz, en el 2010 en la India, en el Estado de Telangana, exigiendo su separación, en Túnez, este mismo año, provocando la Revolución de los Jazmines que hizo caer al presidente Zine El Abidine Ben Ali. Y, al ejemplo de Túnez, siguieron autoinmolaciones suicidas, en enero del 2011, otras en Tunes, en Egipto, en Mauritania, en Argelia, en Smara, territorio ocupado por Marruecos perteneciente al pueblo Saharaui, y, de nuevo, en la India, en el 2012, protestando contra el dominio político de China en el Tíbet. Por este mismo motivo en el 2015, en Ngaba, región de Amdho, del Tíbet, se produjo otra inmolación, y en el 2015, en Mongolia, un líder sindical se suicida de esta forma, protestando contra la privatización de una empresa estatal.

Las muertes de los monjes vietnamitas me fueron cercanas, me identifiqué con ellas de manera particular, las defendí, no solo como acto de protesta política, sino también como acto de libertad de quienes así procedían.

Las otras muertes autoinflingidas, suicidas, las he valorado en el acto de libertad de quienes las autoejecutaron y las he contextualizado en la situación de lo que cada una de ellas provocó como noticia, y como conocimiento y reconocimiento de una lucha justa por parte de quienes así procedieron, sin juzgarlos, ni condenarlos por su actuación final.