Se perdió una linda oportunidad. Duque ganó la Presidencia porque «la derecha unida jamás será vencida», y menos, si las fuerzas del centro-izquierda, siguen quemando las oportunidades que les brinda la coyuntura política, en la hoguera de sus propias vanidades.

Las elecciones presidenciales en Colombia (17/06/18) transcurrieron en completa calma y los resultados se conocieron media hora después, cuando la tendencia daba favorito e inalcanzable al candidato del Centro Democrático, Iván Duque (presidente electo), derrotando al candidato de la Colombia Humana, Gustavo Petro, por más de 12 puntos porcentuales, que no pone en duda su triunfo.

Este panorama inicial, así presentado por todos los grandes medios que se ocuparon del paso a paso de los resultados, les daba para pregonar desde las primeras de cambio «el triunfo de la democracia».

Y como el término democracia se ha reducido a través del tiempo a todo aquello que sea definido por la mitad + 1, nadie entonces se ocupa en cuestionar, porque entre otras cosas pierde el tiempo, de ver cómo se logra esa mitad + 1, y ahí es donde estamos tapando con la «democracia», Gobiernos que se estructuran en base a intereses económicos y a espaldas del pueblo, más propiamente plutocracias dominantes.

No se trata aquí de dictar cátedra sobre semántica política. Se pretende, apenas, conciliar nuestra dialéctica sobre un lenguaje homologado porque, si no tenemos claro de qué estamos hablando ¿qué diablos entonces estamos discutiendo?

La más elemental definición de democracia nos habla de una forma de gobierno donde el poder es ejercido por el pueblo mediante mecanismos legítimos de participación como el sufragio universal, libre, igual, directo y secreto en la toma de decisiones políticas.

Este segundo panorama nos pone a pensar si realmente el mecanismo de participación democrática, es decir, el sufragio, es libre o si está, como resulta vox populi en Colombia, por ejemplo, contaminado en materia grave por distintos delitos electorales como el constreñimiento, el fraude y la corrupción al sufragante de los que hablan todos los códigos penales en el genéricamente llamado «mundo democrático».

Solo por poner un ejemplo del patio nuestro: todos los colombianos estamos expectantes hoy de que en estos próximos días el fiscal general cumpla su promesa de revelar los hechos de corrupción que se presentaron en las recientes elecciones del Congreso (11/03/18):

«El país va a quedar escandalizado cuando se conozca, y no lo haré sino después de segunda vuelta para que no digan que estoy interviniendo en política, la dimensión de la corrupción electoral [...]. Es nauseabunda»,

aseguró el fiscal.

Si el fiscal dice que la dimensión de la corrupción electoral en Colombia es «nauseabunda», tiene que ser cierto, porque si alguien tiene fuentes confiables para hacer tamaña acusación a la calidad de la «democracia» en Colombia es el fiscal, ¿no les parece?

Entonces, primera conclusión: que los grades medios de comunicación digan que porque las elecciones se presentaron sin ningún sobresalto, y que los resultados se hayan conocido una hora después, «es un triunfo de la democracia», nos deja ver que se le llama «democracia» solo a lo que viene a ser el resultado de garantizar el orden público y escrutar los datos, mediante eficientes recursos tecnológicos que también pueden estar al alcance de un gobierno no democrático. Si esa es una connotación fundamental de la democracia, entonces las recientes elecciones en Venezuela (20/05/18), también fueron «un triunfo de la democracia» porque sus resultados se conocieron aún más rápido y tampoco hubo «hechos que lamentar».

El segundo punto que nos ocupa en esta oportunidad es la inocultable plutocracia que gobierna a Colombia, y en general a todos los países en donde el neoliberalismo es dominante. Si esto es lo que la mayoría ha reeditado en las elecciones del domingo 17 de junio, pues, esto mismo es lo que nos deja en el cuento ese de que el relevo que se presentó fue «de los mismos con las mismas», es decir, ¿de qué cambio estamos hablando, entonces?

Este resultado, que nos deja en la Presidencia de Colombia hasta el 2022 a un tipo que se precia en público de ser afín de las ideas de Mario Vargas Llosa y congraciar con los gobiernos de Mauricio Macri, en Argentina; Sebastián Piñera, en Chile; Emmanuel Macron, en Francia; Justin Trudeau, en Canadá y Albert Rivera, en España, pues, es más que elocuente que Colombia ha quedado anclada a una rancia derecha que se recicla en el más joven de los presidentes de los tiempos modernos (41 años).

Por demás, aunque ya no sirva sino como referencia histórica, la elección de Iván Duque nos confirma también que entre el presidente-saliente (Santos) y el Centro Democrático, partido fundado por el expresidente Álvaro Uribe que ha llevado a la Presidencia al entrante, no hubo nunca oposición política sino una diferencia procedimental en torno al publicitado proceso de paz con las Farc-Ep. Que los más conspicuos representantes de la plutocracia reconozcan públicamente sus plácemes a Duque, no es casual.

Para concertar también el significado de plutocracia, echémosle una releída a la definición que se contiene en todos los diccionarios:

«Es la situación en que las élites económicas ejercen control, influencia o distorsión en el ejercicio del poder político. La pura semántica lleva a llamar plutocracia al poder de la riqueza o el poder del dinero en donde, por supuesto, se le da prioridad a los intereses de las élites por encima de los intereses y las necesidades de la sociedad en general».

Parece que la sola definición de plutocracia hubiera marcado el derrotero del plan de gobierno enunciado en su campaña por el hoy presidente electo, Iván Duque, al reiterar una baja en los impuestos de las empresas dizque con el fin de generar empleo formal, una socorrida excusa inserta en todas las ponencias de las reformas tributarias, en donde los resultados han sido a la inversa: aumento del empleo, pero informal llamado popularmente “la economía del rebusque”, por lo miserable, que cualquiera puede encontrarla patéticamente en las nubes de vendedores apiñados en los semáforos o aprovechando los trancones urbanos o, también, invadiendo con sus «ventas del agáchese» las calzadas públicas.

Convenimos con los grandes medios de comunicación de otorgarle al nuevo Presidente el beneficio de la duda; esperar a que conforme el gobierno. Pero, como el mismo Duque decía en reiteradas oportunidades, y lo compartimos en este momento, «desde el desayuno se sabe qué será el almuerzo».

Y si a esto le agregamos ese otro sabio dicho que dice, dime con quién andas, y te diré quién eres, pues, el beneficio de la duda que se le imparte al nuevo Presidente es un decir, porque todos los indicios nos dicen que nos esperan otros cuatro años de lo mismo que nos han dado hace 200.

Ya empezamos…

En lo que concierne al candidato de la Colombia Humana, que remataba sus discursos de plaza pública diciendo «me llamo Gustavo Petro y quiero ser su Presidente», remató su discurso de aceptación del resultado electoral diciendo «me llamo Gustavo Petro y quiero ser su dirigente».

Asumiéndose vocero natural de ese 42% de la votación (más de 8 millones), Petro anunció su ocupación de la curul de senador, contemplada en el Estatuto de la Oposición expedido hace unos cuantos meses, gracias a los acuerdos de paz con las Farc-Ep que, por paradoja de la vida, le toca estrenar a un exguerrillero como Petro, desmovilizado hace 27 años.

Petro vuelve al Congreso después de 12 años de haberse retirado, en donde fraguó su vida política, destapando lo que se conoce hoy en Colombia y el mundo como el «paramilitarismo», responsable de miles de crímenes de lesa humanidad; de un desplazamiento interno forzado, cerca 8 millones de personas, el más numeroso del mundo según la ONU/2016, buena parte de lo cual se hace recaer en cabeza del expresidente Álvaro Uribe, por lo cual tiene abiertos cerca de 28 procesos penales solamente ante la Corte Suprema de Justicia.

No bastó tan grotesco prontuario para que la gente se abstuviera de elegir a Duque, la llave maestra del retorno al poder del cuestionado expresidente, junto con sus homólogos, no menos cuestionados, César Gaviria y Andrés Pastrana y, por si faltaba algún aliño al sancocho ideológico, cierra el séquito detrás del ungido en las urnas, el exprocurador Alejandro Ordóñez, destituido del cargo por el Consejo de Estado por corrupto, un santurrón que todavía se precia de quemar en su juventud libros «como un acto de pedagogía de la moral y las buenas costumbres».

Petro sabe que la tribuna del Congreso y la plaza pública es su hábitat natural. Pero más que eso, sabe que desde ese escenario deja sin piso al excandidato presidencial, Sergio Fajardo y al líder de la izquierda, senador Jorge Robledo, quienes no solo se negaron a acompañarlo en segunda vuelta, sino que hicieron pública campaña por el voto en blanco a sabiendas de que el mayor daño político se le causaba a él, que era el forzado a remontar la diferencia que le había tomado Duque en primera vuelta. Es decir, de entrada, le da el primer golpe a eventuales rivales en el 2022.

Pronosticar cualquier cosa es siempre un albur, y dicen que más en política en donde las ansias del poder hacen tragar sapos sin vomitar hasta los más delicados. Pero al cabo de estas elecciones, todos los analistas, sin excepción como cosa rara, le reconocen a Petro haberse hecho con un caudal político de respecto que le tienen con un pie en la Presidencia del 2022 con tan solo que a Duque se le zafe una línea de lo que ha dicho y reiterado: que no le debe su elección a nadie (ese nadie tiene nombre propio, Uribe); que no practicará clientelismo y que se acabó «la mermelada», un eufemismo de lo que se conoce como los «auxilios» regionales que se les da a los parlamentarios por sus votos en favor de las iniciativas del gobierno, sobre todo las más insociales o las más descaradas prebendas a las élites privilegiadas del poder público y del sector privado nacional y extranjero.

Con Uribe y demás, respirándole en la nuca; con la oposición del más aguerrido opositor del régimen en los últimos tiempos, tal vez, después de Gaitán (1945) y con unas promesas populares sobre incremento de salarios a los estratos 1 y 2; una reforma pensional sin tocar la edad ni las semanas cotizadas y compelido a sacar adelante una consulta popular anticorrupción que es bandera conquistada en la campaña por la oposición, Duque no la tiene fácil. Amanecerá y veremos...