El domingo 1 de julio se confirmó lo que las encuestas marcaban como una realidad, los mexicanos escogieron a Andrés Manuel López Obrador (AMLO), otro outsider de la política tradicional, bajo el abrigo de un «partido franquicia» como lo es el Movimiento Regeneración Nacional (MORENA) que decidió invertir en la propuesta «anti-establishment» propuesta por López Obrador.

Los analistas políticos están quedando rezagados y les vuela la cabeza al no lograr leer ni descifrar los «signos de los tiempos» que están brindando espacios importantes a figuras que brindan una opción distinta, lejana a los discursos desgastados y con palabras más cercanas a una parte importante del pueblo. De ahí que resulte risible campañas políticas que parecen sacadas de un manual de los años 70 y 80 cuando los mensajes que se necesitan ahora son cortos haciendo llamados a una verdadera «transformación» de las administraciones desgastadas de antaño. Claro está que en ocasiones ni eso les resulta a los políticos de «vieja escuela», porque los votantes al final deciden como protesta escoger una opción no común, de ahí que los no políticos que asumen este papel se transforman en protagonistas.

El modelo de la figura no tradicional se repite una y otra vez, el caso más sustancial de estudio para los próximos años es el de Donald Trump, un empresario que no tenía carrera política, sino que toda su vida ha estado girando en torno a los negocios y hacer fortunas. Al inicio se le veía como el «loco del pueblo» que repetía una y otra vez lo que le salía de su incontrolable personalidad, pero conforme se le abrió tribuna logró colocarse en un puesto privilegiado hasta alcanzar la presidencia del país más poderoso del mundo.

Hoy Trump cuenta con un sinnúmero de enemigos políticos y mediáticos, pero en términos generales su gestión ha atinado algunas acciones que han dejado resultados favorables, aún a nivel de política exterior, pese a su naturaleza impulsiva. No deja contentas a todas las partes, pero sí asegura lobbies de poder importantes a sus intereses, ha mostrado la política tal cual es, un medio que hace uso de su funcionalidad, hacia una agenda de intereses claramente planteados.

Otro ejemplo de outsider es Emmanuel Macrón en Francia, vino como alternativa «centrista» política, en un momento donde la derecha recalcitrante acechaba con hacerse con el poder, lo que transformó a Macron en la opción menos riesgosa, votada tanto por la izquierda, como por la derecha del ala menos dura (económica).

Regresando a México, el resultado viene de esa posición política, la del cambio, la de castigar a los partidos que han dominado la agenda por años, sin lograr resultados positivos reales, sino mantener bajo el fuego de la crisis generalizada que ha llevado a algunos analistas a considerar el país como un Estado fallido, ante la ola de violencia, control del narcotráfico, impunidad y corrupción que carcome las entrañas del orden en ese país.

López Obrador y el temor de la venezualización de la sociedad mexicana

Uno de los temores que ha replicado durante el período de campaña, haciendo uso de la vieja estrategia del miedo, es si AMLO por sus políticas de izquierda manifiestas podría transformarse en un nuevo Hugo Chávez o convertir México en una nueva Venezuela. Ante ambos planteamientos la respuesta debe ser No.

Si bien el presidente electo aparenta comulgar con ciertas políticas del mal llamado «socialismo del siglo XXI», sus posiciones no están claramente definidas hacia una política exterior relacionada con el modelo ALBA o cercano siquiera a los regímenes que lo componen. A estas alturas de la historia, asociarse con el represivo sistema de Nicolás Maduro o acercarse a Daniel Ortega podrían convertirse en un suicidio político, por esta razón, los elementos relacionados con política exterior quizás podría enfocar sus baterías hacia otro escenario, cerrar filas con nuevos socios e intentar revertir los efectos de algunas políticas del gobierno estadounidense que han afectado directo a México.

Por otra parte, el control político que tendrá AMLO no será el suficiente para poder dominar como lo hace el PSUV en Venezuela, en cierto modo sería absurdo criticar lo que ocurre con el gobierno de Caracas, considerando que el poder que tiene el gobierno central fuera de Ciudad de México y otras grandes metrópolis deja mucho que desear. Contemplando la cantidad de lugares donde el gobierno es ejercido desde la sombra por los líderes de los carteles de la droga, y con la complicidad de los políticos de turno que los dejan actuar a sus anchas previendo mantener su salud (y sus vidas) intactas.

En México, hasta el 2017 se sumaban más de 235.000 muertos producto del crimen organizado, estableciendo las estadísticas una persona muerta cada 20 minutos. Considerando esquemas similares en Venezuela con más de 26.000 muertos en el mismo período, muestra que lo único que distancia a un lugar del otro es quien ostenta el poder y aplica las sentencias de muerte.

En el caso venezolano está claro que es el gobierno que promueve la muerte de sus ciudadanos que protestan contra el régimen y permite los ajusticiamientos, pero en México es la inoperancia del gobierno de turno que cobra las vidas provenientes del crimen organizado, agraviado por la desazón de que los gobernantes vuelven a ver hacia otro lado.

Sin duda son contextos diferentes, y las posibilidades que el patrón se repita son pocas o nulas, quizás algunos elementos parezcan similares por cercanía ideológica, pero está claro que no habrá un modelo calcado, porque de todas maneras el poder al menos en México está altamente fraccionado, lo que podría ser el sueño de todo país que anhela una democracia pluralista, sin embargo, parte de esa atomización de poder está en manos del crimen organizado. En Venezuela por el contrario, el poder está concentrado en el PSUV y el crimen organizado se ha institucionalizado a favor del régimen.

Lo que ocurra en México es trascendental, es una de las principales economías latinoamericanas, un país que se convierte en axial para los intereses regionales en cuanto a control de crimen organizado, narcotráfico, migraciones, con posicionamiento estratégico cerca de la mayor potencia del mundo, la estabilidad mantiene pendientes a todos los gobiernos de la zona esperando que la gestión sea lo más exitosa posible o lo menos desastrosa lograda.