No pudo haber llegado en mejor momento un gobierno de izquierda a México como ahora que la derecha latinoamericana arremete con todas sus fuerzas, incluyendo la violencia (como en Colombia), contra los procesos sociales e integracionistas que coincidieron a mediados de los años 90 en países como Venezuela, Ecuador, Bolivia, Argentina, Brasil, Uruguay, Chile y, en parte, en el mismo México con el gobierno federal de Cuauhtémoc Cárdenas a finales de la misma década.

Con la única excepción de Bolivia, Venezuela y Uruguay, los demás países han sido reconquistados por gobiernos derechistas, algunos de ellos tras escandalosos procesos políticos y judiciales como en Brasil y Argentina. Venezuela parece ser el próximo eslabón, pues, a más de sufrir un despiadado cerco económico y político orquestado por Estados Unidos, sinceramente su presidente, Nicolás Maduro, torpe y cerrero, no ayuda mucho.

Ese es el llamado histórico del socialista Andrés Manuel López Obrador (AMLO), que llega en un momento en que su futura gestión, tal como la pinta, puede hacer de México un moderno «dique iluminado» como lo fue en la Edad Media, Bizancio, frente al avance de los Bárbaros de las estepas asiáticas contra lo que hoy conocemos como Europa.

El éxito de la gestión de AMLO seguramente contendrá la acentuación neoliberal en todos estos países surgida del Consenso de Washington en los tiempos de Pinochet en Chile y Reagan en EE.UU; su fracaso, será mejor ni pensarlo…

Y la coyuntura política resulta más interesante si se tiene en cuenta que solo con 15 días de anticipación, fue elegido en Colombia su antípoda político, el presidente Iván Duque, heredero ubérrimo de la más extrema derecha que haya gobernado este país a lo largo del siglo XXI: Álvaro Uribe Vélez, asociado a lo más despreciable de la política, cuando se ejerce sin hígados ni ascos.

Ni López Obrador ni Duque se han posesionado, pero sus primeros pinos ya brotan bien diferentes, y sobre todo diferenciados por el gobierno de Washington, la vara con la que nos medimos todos los latinoamericanos en relación al imperio: mientras el secretario de Estado, Mike Pompeo, al frente de cuatro líderes del gabinete de Trump, visitó al presidente electo en México, el presidente electo de Colombia visitó a Pompeo, lo que señala en el mexicano su independencia, y el colombiano su obsecuencia.

Diferencias internas

En estos primeros escarceos de los futuros presidentes de Colombia y México, cara y sello de la misma moneda, también se desprenden comparaciones que marcan el camino de los dos países en el futuro inmediato.

Duque sigue hablando de despolarización de la sociedad, una constante que marcó los ocho años de JM Santos enfrentado al expresidente Uribe en torno al proceso de paz.

Dejando de lado esta situación llena de aristas constitucionales, legales, éticas y morales que de por sí amerita un análisis aparte, lo que se vislumbra en los albores de su nuevo gobierno es un retorno al pasado, pues, le acaba de encomendar el Ministerio de Hacienda a un ex del mismo despacho en tiempos de Uribe, Alberto Carrasquilla, cuya gestión en favor de los grupos económicos y las trasnacionales reduciendo el impuesto de renta y eliminando el gravamen del 7% a las remesas transferidas al exterior, en contraste con el palo que le dio a la clase laboral impulsando en el legislativo decisiones como la eliminación de las horas extras después de las 6:00 de la tarde y de la mesada 14 a los pensionados, en tanto, y nuevamente como contraste, le extendió por la misma época el sueldo a toda la alta burocracia del Estado a 16 mesadas anuales.

Este es el «nuevo» ministro de Hacienda de Duque encargado de «construir un país para todos, porque cuando se construye y no se destruye, el futuro es de todos», decía en su campaña, y lo repite como presidente electo.

Este ministro Carrasquilla, que al momento de su designación, las redes sociales recrearon frases suyas como que «el salario mínimo es ridículamente alto», o que el departamento del Chocó, en la costa pacífica colombiana, uno de los más abandonados por el Estado, «es un estorbo para el país», es el que va a unir a la sociedad en un destino común; y es, por si faltaba algo, un ministro cuestionado moralmente por aparecer en los famosos Panamá papers como cliente de la oficina de abogados Mossack y Fonseca, experta en esconder fortunas en paraísos fiscales.

Otras «pintas» adornarán también su primer gabinete al frente de ministerios muy importantes en lo político y económico como el Ministerio de Interior, que será conducido por la exparlamentaria Nancy Patricia Gutiérrez, que perdió su curul, acusada e investigada por la Corte Suprema Justicia por parapolítica, y aunque fue exonerada, a la gente le quedó el amargo sabor de que a su caso le echaron tierra, pues, también es de las entrañas de Uribe.

El nuevo ministro de Defensa será Guillermo Botero, actual presidente de los comerciantes (Fenalco). ¿Qué podrá esperarse de este ministro si su principal mérito para ser designado por Duque fue el haber excluido al candidato de la izquierda, Gustavo Petro, del tradicional debate que los gremios de la producción adelantan con todos los candidatos presidenciales, censurando su opinión y violando el derecho de la oposición?

¿Y qué podrán esperar los campesinos y pequeños y medianos empresarios agroindustriales del nuevo ministro de Agricultura, Andrés Valencia, un tipo que destaca en su hoja de vida como negociador de la Misión de Colombia ante OMC, la organización mundial que junto con el FMI y el Banco Mundial constituyen la triada que impone el neoliberalismo global?

Y bueno, de ese mismo corte de adictos a la plutocracia tiene ya casi armado su gabinete. Y todavía le sobran arrestos para seguir diciendo que lo suyo será acabar con la polarización nacional y combatir «a muerte» la corrupción. Umm…

Ni hablemos del papel que confiesa va a jugar en la unidad suramericana, retirando el embajador colombiano en Caracas y promoviendo la desintegración de UNASUR, el organismo creado por las 12 naciones suramericanas para reforzar su identidad y soberanía, por haberse convertido, según dice, en un organismo al servicio del fallido experimento social en Venezuela.

El mismo Duque decía en varias de sus intervenciones de campaña que «desde el desayuno se sabe lo que va a ser el almuerzo». Pues, por lo visto en los albores de su gobierno, el almuerzo en Colombia de las clases menos favorecidas parece embolatado o, en el mejor de los casos, muy precario.

La senda de López Obrador

Llama la atención, tal vez, no en el campo nacional pero sí en el internacional, por lo inusual y hasta indebido si se quiere, que los anuncios del presidente electo de México estén siendo recibidos con tanto entusiasmo, que hasta los mismos periodistas y reporteros gráficos de los medios de comunicación los aplauden en las ruedas de prensa.

Es lo que viene ocurriendo con su reiterada intención de austeridad nacional, comenzando por reducir el sueldo del Presidente y de los altos funcionarios públicos a menos de la mitad de lo que ganan hoy en la Administración de Peña Nieto.

Frente a un nutrido grupo de periodistas que lo esperaba a la salida de una de tantas reuniones que normalmente sostiene por estos días, el presidente electo leyó un comunicado de 50 puntos –«por el momento», dijo-- relacionados con la austeridad y las medidas anticorrupción entre los que llaman la atención la renuncia del propio Presidente a los fueros que tiene para adelantarle proceso por delitos electorales o de corrupción.

Otro se relaciona con la prioridad que se le dará en licitaciones públicas internacionales a aquellas empresas de países cuyos gobiernos no toleren y castiguen las prácticas de soborno y corrupción como, para poner un ejemplo de dominio internacional, el caso Odebrecht, que en Latinoamérica se ganaba grandes licitaciones de obras públicas, untando las manos de los funcionarios públicos desde presidentes y vicepresidentes hacia abajo.

También fue recibido con aplausos el anuncio de la eliminación de la pensión de jubilación de los expresidentes de la nación y las partidas presupuestales a discreción de los diputados, un procedimiento muy propio de los gobiernos latinoamericanos con el que han logrado cooptar al poder legislativo que solo camina por dónde le diga el ejecutivo.

Y, tal vez, no pase de ser una buena intención, pero que lo diga el Presidente del país –de cualquier país—no deja de tener su connotación en la vida democrática: «todos los funcionarios públicos de México atenderán con humildad a la ciudadanía, reconociendo que son los ciudadanos los verdaderos mandantes de los servidores públicos», dijo al terminar de leer sus 50 puntos de austeridad y de lucha contra la corrupción.

El asomo del socialista

Los anuncios anteriores pueden ser esbozados por cualquier gobierno, de derecha o de izquierda, porque la austeridad y la moralidad pública no tienen color político. Ningún gobierno, ni siquiera el más feroz dictador, llegaría al cargo poniendo de frente su intención de derrochar los dineros públicos y robarse cuanto pueda. Así que, la gracia de los anteriores anuncios del nuevo presidente mexicano, no tendrá más virtud que su real aplicación, y esto solo podrá comprobarlo el tiempo.

Pero en su arsenal de entrada al gobierno a partir de diciembre de este año, hay cinco anuncios de marcado tinte socialista:

  • Revertir los 10 decretos expedidos el pasado 5 de junio por el presidente Peña Nieto sobre la privatización del agua que permiten la explotación de 300 cuencas hidrográficas de las 700 que existen en todo el país.

La intención del nuevo gobierno es mantener la prohibición de su explotación comercial, dejando las zonas de reserva de aguas para los usos doméstico, público urbano y ambiental, o para la conservación ecológica en las cuencas hidrológicas.

Los decretos de Peña Nieto –vigentes—lo que persiguen es garantizar los volúmenes de agua que están exigiendo las empresas mineras, petroleras y privatizadores de sistemas urbanos de agua, a costa de los derechos al agua de los pueblos indígenas, los núcleos agrarios, comunidades rurales y sectores urbanos populares.

  • Modificar o revocar la reforma educativa del gobierno saliente que mantuvo a Peña Nieto enfrentado a la sociedad de educadores y educandos a lo largo de los últimos 18 meses. De acuerdo con sus protestas, lo que el Gobierno busca es “privatizar la educación” recuperando su control político, para lo cual, despoja de toda injerencia técnica a la CNTE (Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación).

  • Establecer en el artículo 3º de la Constitución el derecho a la educación pública y gratuita en todos los niveles escolares.

  • Establecer en la ley el mecanismo de consulta para la revocación del mandato popular, y eliminar las trabajas para la aplicación de todos los procedimientos de consulta ciudadana con carácter vinculatorio.

  • Revisar los niveles del salario mínimo a los trabajadores, tanto del sector público como privado.

Conclusión

Tanto lo de Duque en Colombia como lo de López Obrador, en México, son meros anuncios que marcan el preámbulo de sus gobiernos, unos preámbulos en los que se ve el talante de uno y otro y que, como se dice inicialmente, serán el espejo en que se miren las siguientes campañas políticas en esta región del mundo, en la eterna lucha de la izquierda por arrebatarle el poder a la sempiterna derecha que la ha dominado, antes de la mano del imperio español durante la conquista y la colonización y, después y hasta el sol de hoy, bajo la égida del mayor imperio del mundo Occidental: Estados Unidos.

Fin de folio. A propósito de México se dice que su mayor desgracia es estar tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos. Y tal vez, más universal, es la sentencia de Bolívar contenida en su carta al coronel Patricio Cambell, fechada en Guayaquil, Ecuador, el 5 de agosto de 1829:

«Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad».

Después de 189 años trascurridos desde ese momento, qué verdad tan amarga dijo su boca.