Resulta paradójico -o quizás no tanto- que los países que más esperaban de los Estados Unidos estén hoy quebrados y entre los peores enemigos de Washington. Tanto Cuba, Nicaragua y Venezuela eran, en los inicios del siglo XX, países que soñaban, que con la ayuda norteamericana, alcanzarían el desarrollo. Cuba logró, con la ayuda de la nación del Norte, su independencia. No debemos olvidar que existía un partido político que buscaba la anexión de la Habana con los Estados Unidos. En el caso de Nicaragua, los liberales buscaron, desde 1850, para derrotar a los conservadores, la intervención de los filibusteros. Tuvieron un presidente norteamericano y pusieron sus sueños en la construcción del canal.

Las elites nicaragüenses se educaban en las universidades del Ivy League e imitaban todo lo norteamericano e igual que Cuba, el beisbol sería su deporte nacional. Managua soñaba que lograría construir, con ayuda norteamericana, el canal. Los sueños de que el comercio de esta ruta sería la llave para el desarrollo, terminaron en lo que se percibiría como una traición. Todos los estudios del Congreso norteamericano sobre la viabilidad del canal apuntaban a Nicaragua y no a Panamá. Sin embargo, los franceses (que habían iniciado la construcción) sobornaron, para que les compraran la infraestructura. Antes de la votación en el Congreso se dio un terremoto en la isla de Grenada. Los galos se las ingeniaron para que los periódicos señalaran que era Granada, Nicaragua y esto terminó de convencer a algunos legisladores (y a otros les dieron unos buenos sobornos), que sería peligroso construir el canal en ese país.

Venezuela, por su parte, gracias a sus reservas petroleras se convertiría en el país más norteamericano de Sudamérica. La esperanza era que el petróleo lograría la misma riqueza que en países del Medio Oriente y que Caracas sería la capital del país más rico del Sur.

Pero la era mesiánica no llegaría. Estados Unidos no tenía la capacidad de sacar a ninguno de estos países del subdesarrollo. La estructura heredada de la Colonia era tan nefasta que, para terminar con la pobreza, un canal, el azúcar o el petróleo no serían suficiente. Entonces, empezó la victimización y la acusación de que era ahora los Estados Unidos quien explotaba e impedía el desarrollo. En realidad, la verdadera causa era la inestabilidad, los golpes de estado y la guerra civil. Debido a esto, quebraban sus finanzas y se exponían a que los deudores tomaran sus aduanas. Estados Unidos terminaría invadiendo estos países, no tanto para defender sus compañías, sino para evitar que las naciones europeas lo hicieran. Washington ha siempre sufrido de paranoia. Desde 1823, con la doctrina Monroe, había establecido que no quería colonias o países aliados con naciones europeas. Y lo que hicieron estas tres naciones, cada vez que pudieron, fue aliarse con los enemigos de los Estados Unidos: Unión Soviética, Irán y China.

¿Existía una alternativa ante el imperialismo norteamericano? La respuesta es que sí. Costa Rica ha sido el único país centroamericano que no ha sido invadido. Los ticos lograron una relación respetuosa con los Estados Unidos gracias a tres jugadas inteligentes. En primer lugar, el país siempre pagó las deudas. En vez de declarar bancarrota no se expuso a una invasión británica, alemana o francesa. En segundo lugar, Costa Rica se opuso siempre a una República centroamericana que sería, por las motivaciones de los países que lo perseguían, antinorteamericana. De ahí que no participara en invasiones centroamericanas que solo caos producían. Finalmente, optó por no poner todos los huevos en una misma canasta y no depender de un solo producto para su desarrollo y diversificó su economía.

Sin embargo, la excepción tica está por terminar. El país está cerca de no poder pagar su deuda externa, se ha alineado lentamente con países antinorteamericanos y ya no puede mantenerse como un oasis de paz en una región convulsa. Y para peores, Trump tiene una lista negra.