Palabras, Números y Fechas organizan y dirigen buena parte de cómo empleo la vida y en qué invierte su tiempo mi pensamiento. Supongo que cada sapiens, sea el que sea y lugar del planeta donde se encuentre, también adquirió hábitos y rutinas que le indican cómo mover su cuerpo para expresarse y mostrar sus emociones y sentimientos -¡claro, con las peculiaridades propias de «su identidad»!-, es decir «su cultura específica».

Y que le sucedió más o menos como a mí: cuando llegó al mundo fue expuesto a las ecuaciones de cuidado y formación con que ese lugar que habita o habitó un día, dos, un año o la vida entera, celebra y da continuidad a la tradición de su «memoria histórica» -lo que recuerda de tiempos inmemoriales hasta cuando alcanzó titularidad de pertenencia a un Estado Nacional (de estos existen, a fecha de hoy, segunda década del siglo XXI y según censo reciente de 2017, 194, aunque la cifra podría cambiar según la fuente, el momento en que se contaron y quién ganó el conflicto territorial que provocó el nacimiento o desaparición de un «Estado»).

Cumplidos los requisitos que exige el poder de un Gobierno para considerar un sitio territorial como nacional, o sea, que está bajo su orden, amparo y protección, lo cual supone, para quienes habitan en él acatar reglas de comportamiento establecidas mediante una constitución (en el caso del país donde resido actualmente y obviando discusiones sobre diferencias nacionalistas internas de uno u otro lugar de este Estado de Derecho, etiqueta que lo califica como tipo o clase de cosa política/jurídica que es, aunque se le conozca planetariamente como «Reino de España»), el duodécimo segundo día del mes del octubre (fecha que 527 años atrás coincide con el día que las carabelas bajo mando de Cristóbal Colón avistaron tierra y confirmaron la creencia del Almirante de que podía llegarse a Las Indias usando vía marítima en dirección oeste partiendo desde La Iberia, evitando así el fatigoso y complicado trayecto que suponía hacerlo por tierra en dirección este-), es fecha conmemorativa que destaca entre otras. ¿Por qué?

Ese día recuerda a los «ciudadanos del Reino» algo esencial, no solo para el establishmen de la Nobleza sino, sobre todo, para el político, el económico y el religioso. Y para quienes sienten «la emoción nacional» de ser parte de algo que brinda seguridad a sus vidas, y las convierte en soporte ideológico masivo de un Poder representativo, gracias a la evangelización sentimental con que fue y es educado el pueblo, por la familia, la escuela, y el resto de la noosfera -incluye arte y literatura nacional y universal-, que lo moldea.

El primer propósito de cualquier educación, es producir «una identidad grupal particular» en el sapiens para que aprenda a relacionarse con todas las esferas de la vida con las que necesita -obligatoria e irremediablemente-, identificarse para sobrevivir en una sociedad (a menos sea abandonado en la selva y otra u otras especies le facilite la información necesaria para sobrevivir –tal fue el caso de Victor de Avéyron).

Los científicos sociales dividen la Identidad en tipos:

  • etaria: según grupos de edad
  • relacional: vinculada a la protección y responsabilidad
  • cultural: valores, tradiciones, símbolos, creencias y modos de comportamiento
  • política: pertenencia a grupos que luchan por alguna forma de poder
  • religiosa: modo en que pensamos o creemos que funciona la Vida en el Universo
  • vocacional: la que inclina e imanta hacía cierto tipo de actividad,

que desglosan en otras más especificas que, a su vez, dividen en otras nuevas a medida que nos vamos descubriendo, poco a poco y más y más, como los seres particulares e irrepetibles que somos. Y son estas identidades las que producen orgullo, orgullo de diferentes intensidades y usabilidad (estoy orgulloso de a, b, c, d ... y así hasta n número de ellos...).

Por ejemplo, estar y vivir bajo el paraguas de una monarquía — ¡por cierto en tiempos de Isabel, La Católica, que según cuenta la leyenda popular financió la aventura del genovés con sus joyas personales, no era parlamentaria, como lo es hoy—, o aceptarla como identidad nacional, significa, actualmente, estar de acuerdo con un modelo gubernamental para miembros de una sociedad.

Estar orgulloso/a de La Patria, El País y La Nación, donde nos sentimos incluidos, nos distingue y diferencia de cómo asumen otros conglomerados de La Especie Humana su ·nacionalidad y gobernabilidad. Y al igual que otros tipos de sentimientos identitarios, este supone «responsabilidad contractual» en la cual se aceptan deberes a cambio de derechos, sean unos u otros tangibles o intangibles.

Celebrar una fecha sagrada para no olvidar nunca sirve –en religión y política-, al propósito principal de mantener y conservar telaraña de valores y principios con los cuales se abriga -¡y en paralelo, se demanda lealtad- a quienes están de acuerdo y se ajustan a las normas que emanan de ella y sienten orgullo al recordar los hechos que son parte del relato histórico que sirvió y sirve de materia prima para fabricarla: en este caso, La Historia de ancestros escogidos porque con sus actos y decisiones, durante siglos luminosos y oscuros, contribuyeron a crear La Identidad Española, que con el tiempo se trasmutaría en Hispanidad.

El diseño de saberes, conocimiento y reglas del juego con que se forma una identidad y su finalidad, funciona -básicamente- de manera similar en todas los grupos humanos territoriales del planeta que he conocido (más allá que sea democracia o totalitarismo, extremos que polarizan las discusiones políticas globalizadas actualmente). A nivel de gens, clan, tribu, o Estado Nacional, la célula madre bio/social de todas esas estructuras sociales es La Familia, concepto sujeto a variabilidad de tipos, sean genéticos, psicológicos y/o económicos. Esta entidad es la que amasa, conforta y organiza los medios necesarios básicos para la sobrevivencia y reproducción de los sapiens, ritualizando momentos de nacimientos, cumpleaños, enlaces y entierros, etc., adornándolos con coloridos folklóres a veces inimaginables por su pintoresco performance, que todas las culturas reclaman, también como «su legitimidad moral estético/artística».

Conceptos más abarcadores de identidad como las Hispana y Sajona (a estos dos tipos se limita mi experiencia personal, aunque visité el Viet Nan asiático -1983- y viví un año en la Angola de Africa -1979-), tal y cómo las entiende mi comprensión del contexto específico en que sobrevivo –El Occidente Cristiano-, hizo preguntarme ¿cómo perciben y sienten los/las que residen en Estados Nacionales derivados de ex-colonias el orgullo que proponen y celebran los gobiernos actuales de sus ex-metrópolis?

No tengo manera de responder tal interrogante. Sería trabajo imposible de Big Data preguntar a todos y cada uno de quienes viven y son clasificados bajo otras denominaciones de identidad nacional (las no incluidas en la lista clásica europea: inglesa, francesa, alemana, italiana, belga, española, portuguesa, y la suiza o la de sus émulos nórdicos, la sueca, la danesa, la noruega, finlandesa …et al), ¿cuál es su punto de vista?

Tampoco puedo presuponer o imaginar qué siente y piensa cada persona cuya lengua nativa es el castellano -¡o español, como se le conoce internacionalmente!-, o alguna de sus variedades, americanas, africanas o asiáticas –el Reino tuvo colonias en todas esas longitudes y latitudes-. Irrealizable, también, sería pedir opinión a quienes se valen del Inglés -de ingleses y norteamericanos, o del que usan en Australia-, en territorios nacionales que lo han adoptado como lengua oficial más allá de las varias locales que existen en «su país».

¡Pero si puedo expresar como lo percibo y siento yo!

El orden de mis orgullos personales –el que gestionan mis redes neuronales personales en su intimidad y me hacen pensar en cuál es su orden de prioridad tal y como los imagino y pienso-, ha cambiado varias veces a lo largo de mi vida. El más difícil fue el primero: el patrón gnoseológico del cual partió mi educación –o sea el de quienes cuidaron de mí al nacer y protegieron hasta que pude valerme por mí mismo-. Ellos sembraron, cuidaron y alimentaron en mi cierto orden de importancia de los orgullos. Tal jerarquía estaba influida, obviamente, por lo que ellos recibieron antes y reordenaron mientras practicaban la vida y adquirían nuevos saberes. Califico al modo personal en que he realizado los cambios de mis orgullos, algoritmo para la transformación de orgullos personales en la sucesión de generaciones. Suena a Ciencia, ¿no?

La criatura de orgullo instintivo que somos al llegar al mundo -sea él o ella-, crece contemplando rodar muchas veces, una y otra vez, la piedra de su orgullo más alto hasta la falda de la montaña mágica de sus ilusiones propias que le motivan y guían a recorrer el camino de la vida. Y casi a diario, tiene que volver a levantarla hasta la cima para recuperar la estima que le estimula a luchar por lo que quiere lograr. No es castigo de Sísifo. Para mí es la manera más eficiente que garantiza no renunciar a buscar La Felicidad Real en este mundo de circunstancias cambiantes y azarosas que nos toca vivir. Y esta actitud/método, se parece en muy poco y a veces en casi nada al que los medios nos invitan a suscribir. He considerado, observado y hasta estudiado muchos –desde los más costosos o los más baratos, los más famosos o los menos-, pero ninguno de ellos logró provocar cambios de orden de orgullos que mejorara el que he fabricado para uso de mí mismo: aspiro a ser pleno y, simultáneamente, armónico, porque pienso que ambos estados sentimentales pueden ir juntos y de la mano, aunque ciertas teorías afirmen que no: …o es “blanco” o es “negro”, los “grises” no existen… –realmente, la potencia del ojo humano puede alcanzar un valor de cientos y cientos de matices, pero discernirlos necesita educación.

Son muchos los escenarios de la vida donde Éxito y Orgullo pueden manifestarse y coincidir legítimamente, sin hacernos trampas a nosotros mismos. Acostumbro a observar, en el orden de mis orgullos, cómo se establece su jerarquía en lo que llaman Identidad. En este momento de mi existencia, el mío es el siguiente:

  • Estoy orgulloso de mí mismo y de la especie a que pertenezco.
  • De mi madre y de mi padre, a quien conocí cuando yo tenía 50 años y a él les restaban tres por vivir.
  • De mis hijas y de sus madres, de mis nietas, de mi compañera de vida por más de 40 años... ¡con descansos por medio!
  • De mi familia extendida -en Cuba, España, Estados Unidos y el resto de continentes.
  • De mis ancestros y los ancestros de ellos, que emigraron desde muchas partes.
  • Del barrio donde nací: El Luyanó de los años 40 en Ciudad de La Habana.
  • De mis amigos –sin importar su país de origen.
  • De la clase social en la que crecí: proletariado marginal urbano.
  • De la ciudad donde alcancé la adultez -La Habana-.
  • Del lugar donde viví medio siglo -Cuba-.
  • Del país donde resido desde hace más de 20 años -España-.
  • De otros sitios en los que he vivido y/o visitado: Alemania, Rusia, Viet Nan, Checoslovaquia, Nicaragua, Angola, Holanda, Suiza, Italia, Luxemburgo, Francia, Estados Unidos...India…Azerbaiyán…
  • De países en las que no he estado nunca, pero conozco gracias a Internet, más de 190.
  • De mi SSS –Segundo Sistema de Señales y Lengua madre --, este español en el que escribo.
  • De otras lenguas que no uso correctamente y de las otras muchas en las que ni siquiera puedo decir “Hola”. Más de 6.700.
  • De mi cultura cubana, latina, hispana, sajona, africana, china, japonesa, hindú, europea, ártica y polar.
  • De mi cuerpo y de sus partes –sobre todo la Principal-.
  • De lo que soy capaz de entender -¡lo que llaman inteligencia!
  • De lo que aprendí gracias a otros y de lo que sé por experiencia propia.
  • De lo que quiero trasmitir a mis descendientes directos e indirectos.
  • De lo que he hecho con el tiempo de mi vida hasta hoy.

Y de algo que precede a todo lo anterior: mi convicción de que el mejoramiento humano es posible sin violencia. Y por las mismas razones que descubrió Charles Darwin: somos «una especie en evolución». Y por lo que agregó otro Carlos –Marx-: «Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de lucha de clases». Pero sobre todo por lo que un señor vienes de apellido Freud comentó:

«Desde que inicié el estudio del inconsciente, me encuentro a mí muy interesante. Lástima que siempre se deba tener la boca cosida sobre lo que hay en lo más íntimo».

Mi instinto cognitivo le susurra suavemente a mi entendimiento humano que los sapiens -¡o como les llamen a La especie futura que los arqueólogos clasifiquen como descendientes nuestros!-, alcanzarán a descifrar La Ley Cósmica que gobierna La Diversidad de Las Especies y La Complementariedad que ella usa para alcanzar La Unidad. Unidad que con tanto afán ha perseguido El Pensamiento Religioso durante milenios y que solo se hará realidad mediante El Pensamiento Científico (esta dualidad es imaginaria pues el pensamiento, más allá de Las Palabras, es siempre uno).

El Orden de mis orgullos describe sólo la mitad de mi identidad. Y se completa con el orden de lo que me avergüenza. Pero de ese hablaré cuando mis palabras no puedan ser usadas para engordar la confusión que enfrenta a los que hoy se insultan y hacen la guerra entre sí, amparados en argumentos con los que «casi» todos los bandos buscan, sobre todo, preservar y mantener el orden de sus orgullos, que no se corresponde con el mío. Lamentablemente todos los días del año están ya reservados para otros orgullos, viejos o nuevos, pero tan importantes como lo que necesita La Globalización para intenta organizar sin contradicciones violentas, ni Grandes Hermanos que vigilen nuestro planeta.

Tan útiles son las celebraciones del Orgullo Gay o Lesbiano, como las que se hacen en Honor al Dios Pene o La Reina Vagina, o el día de la Lucha Contra la Malaria en África o el Día de Salario donado para aliviar a los Hambrientos del Sudeste Asiático, o a Los Niños de América Latina. Si estas ideas pueden ser aceptadas por la Hispanidad, bienvenido sea el 12 de octubre al Orden de mis Orgullos.

¿Cuál es el tuyo?