El presidente Hugo Chávez, el militar venezolano que, aconsejado por Fidel Castro lideró desde 1999 la rebelión contra las políticas neoliberales imperantes en América Latina, bajo la bandera ideológica del «Socialismo del Siglo XXI», se ha convertido en una caricatura política. Tras su muerte en 2013, hoy, Chávez es un espantapájaros utilizado por la derecha para hacer aparecer el régimen castrochavista (así se le bautizó en Colombia), como el resultado de unas políticas de izquierda inviables que deben ser rechazadas por la sociedad «si no quiere caer en una nueva Venezuela».

Vivir para ver: hasta el mismo Trump está agitando el espantapájaros para las legislativas de noviembre, al decir que no va a permitir que Estados Unidos se convierta en una nueva Venezuela. El mismo fantasma agitó el recién elegido Iván Duque en Colombia; la misma argucia (sin éxito) utilizó la derecha mexicana contra el electo presidente, López Obrador (AMLO), y el mismo fantasma de la venezolanización que tiene a otro exmilitar a las puertas de la Presidencia en Brasil: Jair Bolsonaro.

Salvo Trump que, por supuesto hace de «pastorcito mentiroso», ¿alguien más en el mundo entero cree que EE.UU. pueda convertirse en una nueva Venezuela?

Es más, el drama humano que registra Venezuela, explotado políticamente con éxito, es fruto, en buena parte, del rígido cerco económico y diplomático urdido por EE.UU. y sus aliados, extendido hasta Europa. La otra causa, la caída de los precios internacionales del petróleo, también está suspicazmente asociada a teorías conspirativas de Estados Unidos contra Rusia e Irán, y de rebote a Venezuela, desestabilizando su balanza comercial anclada exclusivamente a las exportaciones del crudo. Seguramente también a la mala gestión económica del Gobierno Maduro que no ajustó, par y paso, el gasto público a la destorcida de los precios que empezaron a caer desde los 115 dólares el barril a mediados del 2014, hasta 45 dólares a finales del 2015, hoy en franca recuperación, tal vez ya demasiado tarde para reverdecer laureles.

Tristemente, la Venezuela de Chávez que ideologizó Gobiernos y movimientos proizquierdistas en Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Uruguay, Chile, Argentina y Brasil, se erige hoy en manos de Maduro como un mal ejemplo social y político de lo que nunca debe permitirse. Y le está sonando la flauta al burro...

Elecciones en Brasil

Increíble: uno de cada dos brasileños ha elegido a un tipo que odia a las mujeres, a la comunidad gay, a las lesbianas, a los negros, a los pobres y a la misma democracia… Alguna vez dijo que el fracaso de la dictadura fue no haber fusilado al menos a 30.000 corruptos, comenzando por su máximo exponente, el expresidente Fernando Henrique Cardoso. Y, más increíble aún, es que esto tenga de fiesta a los mercados en Brasil.

Al día siguiente del triunfo de Jair Bolsonaro (lunes 8 de octubre), tras haberse impuesto con el 46,03% de los votos sobre el 29,28 de Fernando Haddad, la bolsa abrió con alza del 5,6%; las acciones de Petrobras se valorizaron el 14,3% y el real se apreció 2,2% frente al dólar. Los pontífices en estos estadios del capitalismo salvaje indicaron que el candidato ultraderechista está mejor preparado para llevar a Brasil a través de la difícil agenda económica que tiene por delante.

Bolsonaro, un nostálgico de la dictadura militar (exadmirador de Chávez), caracterizado por sus comentarios homofóbicos, machistas, racistas y misóginos, se reafirma como la opción preferida de los brasileños para regir los destinos de la potencia suramericana.

La primera encuesta sobre intención de voto en balotaje del 28 de octubre, eleva su probabilidad de elección al 58%, 12 puntos por encima de su resultado en primera vuelta, y 16 puntos por encima de su contendor, Fernando Haddad, del otrora glorioso Partido de los Trabajadores (PT) en manos de Lula, víctima de una guerra jurídica (lawfare) que lo obligó a renunciar a su candidatura presidencial, cuando su intención de voto sobrepasaba tres veces a Bolsonaro.

El huérfano PT, que todavía tiene remota posibilidad en el balotaje del 28 de octubre de remontar al Partido Social Liberal (PSL) de Bolsonaro, encajó, en cambio, en la misma elección del 7 de octubre, una vergonzosa derrota legislativa al quedar sin representación en casi todos los más importantes estados del país: Mina Gerais, Rio de Janeiro, São Paulo, Espíritu Santo y Rio Grande Do Sul; e, inclusive, la expresidenta Dilma Rousseff, salió derrotada en su aspiración al senado por Mina Gerais.

O sea que la ultraderecha brasileña no solo crece de cara al balotaje del 28-10, sino que está vendiendo bien su discurso a los empresarios, comerciantes, evangélicos y millones de brasileños a quienes les han hecho creer que las políticas sociales desarrolladas por Lula y Dilma entre los años 2003 a 2016, son su desgracia.

Estas gentes ven mejor la propuesta de Bolsonaro de reducir el Estado a su mínima expresión y vender todas las corrompidas empresas públicas al sector privado, a precios de gallina vieja, como es lo usual, que incrementar el salario mínimo, reanudar las obras de infraestructura paralizadas en el Gobierno Temer (solo por tener la impronta del PT), insertar Brasil a la protección del medio ambiente y fomentar líneas de crédito a la pequeña y mediana empresa, que son las propuestas del candidato Haddad.

La esperanza (lo último que se pierde), es que Bolsonaro haya tocado techo electoral, y que la transferencia de votos a Haddad sea importante, y, sobre todo, que el peligro de que un tipo tan retrógrado llegue a la Presidencia, saque a la gente de su indiferencia. Pero a juzgar por la intención de voto revelado en la primera encuesta, parece que las cartas están echadas. El último chance que le queda a Haddad de inclinar la balanza a su favor son los debates en TV que Bolsonaro supo eludir en primera vuelta, aduciendo incapacidad médica tras el atentado de que fue objeto. Pero, si como se espera, le sigue sacando el cuerpo a la confrontación de ideas y, en cambio, sigue agitando el imaginario colectivo con el fantasma de la venezolanización de Brasil, parece poco lo que pueda hacer el candidato del PT para revertir la sentencia de las urnas este 28 de octubre.

Algo anda mal en la izquierda

Resulta frustrante admitir que en tan poco tiempo se haya oscurecido el prometedor panorama de la izquierda en Suramérica, que llegó a juntar presidentes en ejercicio como Bachelet en Chile; Rousseff en Brasil; Cristina en Argentina; Evo en Bolivia; Mujica en Uruguay, Correa en Ecuador y Chávez en Venezuela.

Independientemente del fantasma creado alrededor del castrochavismo, citado arriba, algo tiene que estar andando mal en el discurso de los líderes de la izquierda, que no alcanza a convencer del todo al elector. Y la pregunta es muy concreta:

¿Por qué el retorno del fascismo siglo XXI parece atraer más a los electores que el socialismo del siglo XXI? ¿Por qué las mujeres son más tenaces en la defensa de su feminismo y la comunidad LGTBI en sus derechos a su libre desarrollo que todos estos juntos cuando se convocan a defender en las urnas los derechos sociales a la salud, la educación y el trabajo digno, p.ej.?

Una simpleza nos pudiera barruntar una primera explicación: el discurso de los líderes de la izquierda está mal echado. Están más conectados con las emociones de la gente los líderes de la derecha. Y, por supuesto, la derecha tiene el poder económico, el más determinante entre todos los poderos, a excepción del conocimiento.

¡He ahí la clave! Mientras el conocimiento no se ponga alcance de todos, mejor dicho, mientras la educación superior, los posgrados y doctorados siga siendo una exclusividad de ricos, las clases pobres seguirán siendo objeto de manipulaciones emocionales que se emiten a través de los medios de comunicación, dominados por el poder económico, en provecho de los políticos y gobiernos que le son obsecuentes.

«Colombia, la mejor educada», en cifras

Hace tres años, en junio del 2015, el Gobierno del entonces presidente Santos, en su Plan de Desarrollo (ley 1753), señaló que la

«educación es el más poderoso instrumento de igualdad social y crecimiento económico en el largo plazo, con una visión orientada a cerrar brechas en acceso y calidad al sistema educativo, entre individuos, grupos poblacionales y entre regiones, acercando al país a altos estándares internacionales y logrando la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos».

¡Qué ironía! Se desarrolla por estos días –desde el 10 de octubre—la más gigantesca movilización de profesores y directivos de las 32 universidades públicas, junto con estudiantes, inclusive de universidades privadas, clamando al Gobierno por recursos de funcionamiento para poder terminar el año. Hay universidades públicas, la Nacional, p.ej., insignia nacional, que se cae a pedazos, sin exageración.

Solo a un obtuso social, como lo fue el Gobierno de Cesar Gaviria (1990-1994), se le ocurrió atar los recursos del Estado dirigidos a la educación superior a la inflación, como si el crecimiento demográfico y la demanda creciente por más y mejor educación también fueran agregados de la inflación nacional. Este adefesio se configuró en la ley 30 de 1992; y, ¡atérrense!, siendo ministro de Educación el hoy Canciller de Colombia, Carlos Holmes Trujillo.

De allá a hoy, las universidades públicas en Colombia han sextuplicado su población educanda y sus recursos de funcionamiento apenas se han duplicado; en 1992, el Estado destinaba unos 10 millones de pesos por estudiante universitario, hoy, la asignación solo llega a 4,5 millones. Las cuentas globales, arrojan un déficit en recursos de funcionamiento de la U pública en Colombia de 19 billones de pesos, algo así como 6.137 millones de dólares o 5.290 millones de euros, aproximadamente.

Gris, pintado de gris

El eventual triunfo de Bolsonaro en Brasil, para concluir, dejaría a Suramérica en manos de una derecha a la que solo le faltaría tumbar a Maduro en Venezuela y armarle la trampa a Evo en Bolivia para pintar de gris todo el horizonte social de esta parte del continente. La gris ocasión se avizora a la vuelta de esta página electoral brasileña, dentro de pocos días. Y aunque todavía sigamos esperando el milagro del PT de revertir los resultados de la última encuesta, cosa que parece poco probable, debemos esperar hasta último momento que, por el bienestar de Brasil y la región suramericana, así sea.

Julio Anguita, en su libro, Contra la ceguera, no exculpa a la gente de su responsabilidad, al elegir a los mismos «ladrones» de siempre:

«También la gente, porque quiere. No hay que exonerar a la gente porque, cuando vota, aunque no haga más que eso, ejerce una libertad y tiene una responsabilidad. Entonces, también es una responsabilidad importante de la sociedad»,

dijo al lanzar su libro en 2013 en el programa La Sexta noche.

Tal vez, fue injusto el ideólogo marxista en esa oportunidad. La gente no es que «prefiera vivir soñando que conocer la verdad», sino que le tienen vendados los ojos del conocimiento para que no se interrogue sobre las sombras que le circundan como a los encadenados en la Caverna de Platón.

El siguiente dato de Colombia, puede servir de ejemplar epílogo: a su convocatoria para el año 2019, la Universidad Nacional, la más representativa de las públicas, se presentaron 75.000 aspirantes, y solo pudo recibir 5.000: ¡el 6,6%! ¿Así cómo?

«Es muy difícil arar con yeguas», decía mi padre.