Esta pregunta puede parecer demasiado amplia o ambiciosa para ser abordada en este breve ensayo. Sin embargo, por breve o incompleto que sea el análisis, en tiempos de hiperconectividad, es importante explorar esta cuestión candente. En una época de información masiva, las opiniones públicas y los imaginarios sociales tienen un impacto sobre el sentimiento y la gobernanza globales, como consecuencia de su creciente interdependencia. Es casi imposible comprender los fenómenos nacionales y las relaciones internacionales sin tener en cuenta el ámbito de la opinión pública—incluso en regímenes dictatoriales o autoritarios—y la arquitectura que la configura. Recíprocamente, la transición actual del mundo conduce hacia un nuevo orden de la información que va más allá de las frágiles reglas del marco multilateral. Esta situación significa que los ciudadanos, los comunicadores y los medios tienen nuevas responsabilidades y nuevas batallas por librar.

Desde el siglo XIX, la democracia, el nacionalismo moderno y la comunicación han ido convergiendo. Esencialmente, la comunicación generalizada, combinada con el surgimiento de los nacionalismos, ha transformado las opiniones públicas de manera radical. El alcance desde la predicción de Gustave Le Bon en La era de las multitudes, a fines del siglo XIX, hasta la obra contemporánea de Dominique Moïsi, La geopolítica de las emociones, ofrece un interesante marco temporal para esta evolución estructural y su conexión con la política. Le Bon y Moïsi describen de qué manera el surgimiento del nacionalismo y la democracia sembraron las semillas de la manipulación de las masas. Esta última salió del campo de los medios políticos para convertirse en un objetivo de la política en sí mismo, tratando de conquistar las mentes de las personas a través de la persuasión mediada. Incluso las dictaduras actuales, a diferencia de las del pasado que podían negar la opinión de sus sujetos, necesitan conquistar la opinión pública a través de narrativas nacionalistas, religiosas o progresistas.

En este contexto, es útil recordar que, además de los períodos bien conocidos de manipulación masiva, como en Italia o Alemania durante sus períodos ultranacionalistas, o durante la historia de la Unión Soviética y la Guerra Fría, las campañas de persuasión masiva más efectivas han ocurrido en las democracias, especialmente en Gran Bretaña durante la Primera Guerra Mundial. Según el geoestratega Gérard Chaliand, casi todo lo que se inventó durante este período inspiró lo que luego se implementó en tiempos de paz.

Curiosamente, este hecho no parece haber persistido en la memoria. Cuarenta años después de la Segunda Guerra Mundial y justo después de la intensa propaganda de la Guerra Fría, muchos periodistas occidentales se sorprendieron durante la Primera Guerra del Golfo (1990-1991) al descubrir que Irak no era el único antagonista que usaba propaganda. Al igual que muchos otros conflictos, la situación actual en Siria ve estos métodos actualizarse con nuevas modalidades en red de manipulación psicológica desde el nivel local hasta el global. En la práctica, la comunicación y la información continúan sirviendo como armas, estrechamente ligadas a la confrontación y los intereses. En este sentido, es probable que esto sea solo el comienzo de un nuevo estado de cosas.

El énfasis en este tema no debe llevarnos a generalizar excesivamente en la manipulación masiva. Nuestra principal intención es señalar la importancia de las dimensiones sociales y psicológicas que ahora están mucho más integradas con otras dinámicas, dentro y entre las sociedades. Por un lado, es más que evidente que en todo el mundo el control sobre los medios y los periodistas ha aumentado, en paralelo con la concentración económica de los medios y una erosión de la libertad de expresión. Mucho más allá del débil marco regulatorio para las comunicaciones que existe a nivel nacional e internacional, no parece que mucho haya cambiado desde las propuestas «no alineadas» para un nuevo orden mundial de la información sugerido por la Comisión MacBride en los años ochenta. Por otra parte, se observa que todo evento o problema significativo en juego a escala internacional o local es ahora inseparable de una inversión más fuerte en persuasión psicocognitiva. Pensemos en las elecciones presidenciales de 2016 en los Estados Unidos, o los recientes referendos en Gran Bretaña (brexit), Bolivia, Cataluña, el referéndum sobre las cuotas de inmigrantes en Hungría o la intensidad de los lobbies industriales en el debate global sobre temas como el cambio climático. La persuasión política convencional requiere más inversión en los medios y manipulación psicológica. A este fenómeno a menudo se lo llama «guerra psicológica», y es librada en el ámbito de la información y los medios de comunicación, tanto en tiempos de guerra como de paz. Pero relativicemos un poco este término para enfocarnos más en los fenómenos subyacentes.

Debido a estos cambios importantes en la esfera sociopolítica, es importante considerar dos hechos significativos para los comunicadores. En primer lugar, a medida que el imaginario social y las cuestiones psicológicas se integraban más profundamente en el ámbito político, se ha reconformado parte de su modus operandi. El populismo reaccionario o la toma de decisiones basada en las emociones, combinados con expresiones psicoemocionales, una obsesión por las encuestas de opinión, los principios morales y el pragmatismo de la realpolitik, conforman una tendencia en la manera en que los líderes manejan los asuntos globales y nacionales. El resentimiento, los rencores, la venganza, el odio, pero también la victimización y el culpar a otros se entrelazan cada vez más con las actitudes políticas, tanto en el Norte como en el Sur.

En el pasado, cuando la diplomacia poswestfaliana era más un asunto confidencial, en cierta medida las pasiones se excluían de la ecuación política. Pero esto ya no es así y las relaciones internacionales están muy influenciadas por los estados de ánimo y las opiniones. En muchos aspectos, los líderes políticos ahora se sirven de estas nuevas circunstancias para su beneficio. Las actitudes hacia los migrantes y los refugiados son hoy en día la parte más visible de este iceberg. En otra área, la reacción irracional de los Estados Unidos después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, cuando la superpotencia estadounidense tuvo que enfrentar a la vez el shock psicológico masivo y su propia ingenuidad para comprender la complejidad de la escena internacional, llevó a un completo fiasco en Medio Oriente. El terrorismo moderno actualmente está convirtiendo el campo psicológico en un arma con métodos eficientes e inteligencia.

Otro aspecto importante es que las opiniones públicas y las ideologías occidentales se han vuelto más vulnerables, reticentes y débiles. En los últimos cuarenta años, las actitudes hacia la violencia, la diversidad social y las transformaciones políticas han cambiado profundamente, en especial en aquellas sociedades que vienen de un período de estabilidad y prosperidad. Un ejemplo de esto es la creciente sensación de miedo, acompañada de escepticismo hacia la ciencia, los medios, las narrativas dominantes y las instituciones políticas. Las consecuencias de este cambio de estado de ánimo, difícil de imaginar hace solo medio siglo cuando la América del Norte y la Europa imperiales estaban convencidas de su superioridad sobre otras sociedades, incluyen crisis de identidad, dificultades para involucrarse en cambios políticos más profundos y el surgimiento de una nueva política radical (incluido Donald Trump) y el desafío de la guerra irregular6. Las «energías» psicológicas y las motivaciones son diferentes en muchas sociedades del Sur global. Esta nueva ecuación entre la geopolítica, la manipulación del pensamiento y la comunicación generalizada es un aspecto central de nuestro tiempo. Y la revolución de la tecnología de la información moderna no es tanto una causa como una nueva condición que interactúa con esta evolución a largo plazo y la acelera.

¿Hacia qué tipo de arquitectura mundial nos dirigimos? Esta es ciertamente otra pregunta ambiciosa, muy relacionada con lo anterior y que solo reseñaremos aquí de forma breve, en la medida que se refiere al tema principal de este artículo. Básicamente, un nuevo período histórico está en marcha, arrastrando con él a las dos principales fuerzas motrices heredadas de los últimos siglos, el nacionalismo y la modernidad, en un equilibrio cambiante de las potencias globales. El gran boom europeo, desde el siglo XV hasta su apogeo colonial a principios del siglo XX, colocó a estas dos fuerzas motrices en el centro del sistema internacional.

Su asimilación a través de la Revolución Industrial, pero incluyendo también los conceptos de República, Estado-Nación, partido político, democracia, racionalidad crítica y derechos humanos, fue cuestión central en la independencia de varios países. Pero estos conceptos todavía son muy nuevos para las sociedades que provienen de otros orígenes políticos. En la práctica, muchas crisis mundiales aún se deben a las dificultades que algunas sociedades tienen para actualizar su propia estructura a este sistema globalizado moderno y la necesidad de lidiar con formas persistentes de dominación en la escena internacional, como el neocolonialismo. Un ejemplo es el creciente antagonismo entre los «ganadores» locales que se insertaron en la economía global y los «perdedores» que quedan al margen del mercado. Lo mismo puede decirse de la brecha entre identidad nacional y diversidad cultural (migrantes, minorías), entre población urbana y rural, entre las perspectivas nacionales y las realidades globales que han reconfigurado profundamente las clases sociales y los partidos políticos en las últimas cuatro décadas. En este sentido, a veces se exagera el lugar del capitalismo hegemónico en estas crisis. Desde luego, esto último genera muchas contradicciones, pero los líderes políticos han tenido históricamente un rol crucial, rodeados de una élite nacional cohesionada, en la movilización de sus sociedades hacia la modernización.

Un factor constante de las relaciones transnacionales es que la geopolítica sigue siendo el resultado de un flujo permanente de intereses comunes y divergentes, manejados por relaciones fluctuantes de poder. Medio siglo después de la Segunda Guerra Mundial, a pesar de la aparición de fenómenos transnacionales y una cultura de política global orientada a los bienes comunes y los derechos humanos, no se han creado organizaciones supranacionales congruentes que gobiernen por encima de las soberanías nacionales a nivel jurídico y político. En general, se ha continuado con las estrategias indirectas de los conflictos y la diplomacia (en términos económicos, psicológicos y políticos y en espacios comunes), mientras que han disminuido los conflictos directos entre estados nacionales.

En la práctica, la imposibilidad de reformar a la encomiable Organización de las Naciones Unidas y el fracaso de los actores hegemónicos, como los Estados Unidos de la posguerra, a la hora de abordar las cuestiones globales más allá de su propia visión o «instinto imperialista» son dos de las principales razones por las que no se ha implementado un sistema de gobernanza cooperativa que sea apropiado para el nivel de interdependencias globales. Al margen de los discursos y la normativa de derechos humanos, el sistema internacional sigue siendo contradictorio, anárquico y cínico. ¿Es necesario recordar que los derechos humanos fueron explotados para poner en práctica la primera ofensiva ideológica contra la URSS al comienzo de la Guerra Fría? Los hechos muestran que no es una preocupación fundamental de los países occidentales que las regiones defiendan sus propios intereses. Pensemos en Ruanda, Congo, Kurdistán y otras minorías, o hasta cierto punto en Siria.

En este sistema internacional cambiante, nuevas cuestiones como el cambio climático, el terrorismo global y los flujos de capitales transnacionales aportan un nuevo nivel de complejidad a la agenda mundial, yendo mucho más allá de la mera suma de los poderes nacionales y corporativos. Las sociedades civiles desempeñan un rol cada vez mayor, pero sin llegar a ser un actor supranacional organizado en torno a ideologías y objetivos comunes. Por supuesto, se puede ver un gran progreso social, el cual no debe ser ignorado. ¿Qué perspectiva emerge de estas tendencias globales?

En resumen, una reconfiguración geopolítica, que pasa de ser un modelo impuesto (debido a los resultados de conflictos previos) y relativamente estable, unipolar e interestatal, a uno más complejo y multipolar.