¿Qué mujer alrededor del mundo no ha sido acosada por un desconocido en el transporte público, por un compañero de clases, por un familiar político, por un profesor, por un jefe? ¿Cuántas veces no hemos tenido que esquivar situaciones indeseadas, prácticas que superan el coqueteo, la seducción y la insinuación para despertar nuestras alertas e incluso considerar estar en riesgo de una inminente violación? ¿Cuántas veces no hemos tenido que callar estas distintas formas de abuso y acoso por miedo de que no nos creyeran, de ser culpadas, de que se diga que nos lo buscamos, de ser reprobadas y expulsadas, de ser despedidas de nuestros trabajos?

Muchas mujeres hemos experimentado esta situación, el malestar de un contacto o proposición indeseada, el miedo a la violencia o la imposición en el contexto de una relación de poder, el temor de ver afectado lo que hemos logrado; la mayoría lo hemos vivenciado, pero pocas hemos hablado de ello, incluso entre nosotras mismas. El acoso y la violencia sexual se nutren del silencio, pues así funciona el patriarcado y la cultura de la violación, hace creer a todos e incluso a la propia víctima que es una situación que ella ha procurado, lo cual por el temor a la acusación, el rechazo y el descrédito la obliga a callar; silencio que a los abusadores les permite reproducir y perpetuar sus dinámicas y prácticas de abuso y violencia sexual.

De este modo, el acoso y el abuso sexual se han hecho cotidianos en los diferentes espacios en los que las mujeres participamos y hacemos vida, desde los más precarios hasta los más opulentos, y la industria cinematográfica no es la excepción. Pero en un ambiente como Hollywood que considera a la mujer inferior, donde las mujeres no ocupan posiciones de liderazgo, como productoras o directoras, donde su presencia como actrices se extingue con el aumento de su edad y por tanto -desde el imaginario patriarcal- con la merma de su capital erótico, en la que desde sus discursos y representaciones se naturaliza la cosificación e hipersexualización de las mujeres, y que se ha erigido como la principal naturalizadora y promotora de la cultura de la violación, ¿Quién podría pensar que no existiría el acoso y la violencia sexual? ¿Realmente alguien puede dudar de la existencia de abusadores en una industria?

Pese a los antecedentes de la industria cinematográfica, -principal constructora de la narrativa que justifica la desigualdad por razones de género-, millones de personas alrededor del mundo continúan desconociendo la violencia contra la mujer que allí se realiza, dudando de las acusaciones de acoso y violación en la industria hollywoodense, defendiendo a los agresores, y culpabilizando a las víctimas. En los últimos años, algunas actrices han denunciado las distintas formas de violencia experimentadas en la industria, aunque pocos casos han cobrado resonancia pues, la mayoría de los gritos de denuncias han sido ahogados por el poderío económico y mediático de sus agresores.

En el año 2014 el tema del acoso y abuso sexual empezó a cobrar relevancia cuando Bill Cosby fue acusado de drogar y abusar sexualmente a más de 50 actrices. La polémica sobre la violencia contra la mujer seguiría cuando en 2016 se divulgó una entrevista a Bernardo Bertolucci donde confesó que la escena de violación perpetrada por Marlon Brando en la película El último tango en París no fue consensuada con la joven actriz María Schneider. Durante 2017 este tema alcanzó niveles sin precedentes cuando un grupo de actrices denunciaron las prácticas de acoso y abuso sexual ejercidas por el afamado productor de la industria cinematográfica Harvey Weinsten. El escándalo desatado favoreció que muchas mujeres que experimentaron el acoso en solitario se pronunciaran al respecto y a la fecha más de 30 actrices han denunciado a Weinstein, entre ellas destacan figuras como Lupita Nyong’o, Gwyneth Paltrow, Uma Thurman y Salma Hayek.

A ello se sumó una ola de denuncias contra otros reconocidos personajes de la industria entre los que es posible considerar los nombres de Kevin Spacey, Brett Ratner, Louis C.K, Russell Simmons, Geoffrey Rush, James Toback, James Franco, Dustin Hoffman, John Lasseter, Bryan Singer, entre otros. Este hecho generó el despido de diversos productores y directores, la cancelación de varias películas, la salida del aire de diversas series y la retirada de financiamiento a proyectos en marcha. Esta situación tuvo gran impacto no solo dentro de la industria cinematográfica sino también fuera, la creación del movimiento denominado #MeToo se hizo viral en las redes sociales, y favoreció que millones de mujeres alrededor del mundo también se permitieran denunciar las múltiples formas de violencia y acoso sexual experimentados en sus distintos espacios en los que hacen vida.

Sin embargo, como toda iniciativa que denuncie las desigualdades por razones de género y las violencias de las que son víctimas las mujeres, cuenta con detractores. El patriarcado no se hizo esperar y rápidamente enfiló su artillería contra el movimiento #MeToo, el cual fue atacado por los misóginos de siempre, pero también por los movimientos feministas que afirman que este movimiento no representa las experiencias concretas de la diversidad de mujeres vulneradas y precarizadas en la sociedad contemporánea; al mismo tiempo de ser señalado por promover la represión sexual, el puritanismo y el punitivismo de las relaciones interpersonales.

Es verdad, las mujeres obreras, afrodescendientes, indígenas, lesbianas, transgéneros, campesinas, discapacitadas cuyas experiencias de desigualdad por razones de género se profundizan por su pertenencia de clase, herencia étnica, identidad de género o preferencia sexo-afectiva no están representadas por las mujeres de Hollywood; es cierto que esta industria y sus iniciativas no va a transformar sus vidas, y es posible que una industria tan poderosa económica y mediáticamente como la cinematográfica esté intentando apropiarse de los intereses y demandas del movimiento feminista para convertirlo en un producto más de consumo y desmovilizarlo. Empero, si algo es cierto, es que el movimiento #MeToo a través de la imagen y las voces de esas actrices que durante décadas han guardado silencio contra las desigualdades, y que muchas de ellas en sus representaciones reproducen los roles y estereotipos que tanto cuestionamos, nos guste o no, han logrado visibilizar y colocar en la agenda pública y mediática un tema del que pocos hablaban, las desigualdades por razones de género y la violencia contra la mujer; impacto que no ha sido alcanzado por las denuncias realizadas por especializas, investigadoras y activistas feministas en diversos espacios alrededor del mundo.

El movimiento #MeToo ha sido señalado al protestar por los intereses y necesidades de las mujeres privilegiadas, blancas, heterosexuales, poseedoras de recursos económicos, mientras intenta vender un discurso en el que presentan las desigualdades de género como universales, es decir, experimentadas sin distingos por todas las mujeres; esto es algo que no pongo en duda, pero este movimiento, pese a sus contradicciones, al hacer uso de las tribunas mediáticas mundiales ha permitido llegar a sectores de la sociedad que poco creían o reconocían las desigualdades y violencias por razones de género, ha logrado calar en aquellos más alejados del discurso feminista, ya sea por desinterés, ignorancia o desinformación.

Con independencia de nuestra posición respecto a la emergencia de un feminismo mediático, capturado por la industria cinematográfica y musical que dio sus primeros pasos en 2014 con el discurso de Emma Watson en la Organización de las Naciones Unidas como embajadora de la campaña HeForShe, seguido por la campaña #AskHerMore (pregúntale más) apoyada por la actriz Reeese Witherspoon en la 87 ceremonia de los premios Oscar, el discurso de Patricia Arquette sobre las desigualdades de género en 2015, el discurso de Madonna donde denunciaba la misoginia de la industria musical al ser galardonada como Mujer del Año en los premios Billboard de 2016, entre otros; la realidad es que, querámoslo o no, el movimiento #MeToo nos ha hecho discutir sobre un tema del que pocos se atrevían hablar, ha colocado en las pantallas un asunto que nadie quería mostrar, pero además, nos ha hecho preguntarnos y rememorar cuántas veces, en qué espacios y por quiénes, hemos sido acosadas.