Mientras el concurso de Miss Universo ha descubierto que en tiempos de la posmodernidad valorar por su físico a la mujer está fuera de contexto, otros concursos han proliferado. Para evitar la crítica, son concursos con solidaridad incluida.

En 2012, la Embajada Internacional Cristiana y la organización Una mano de ayuda se unieron para crear el concurso Miss Sobreviviente del Holocausto. El evento se autodenomina como «una celebración de la vida» y desde el primer día ha generado críticas. Shimo Sabag, su gestor, respondió que los participantes «se sienten bien juntas», se ríen durante los ensayos y la pasan muy bien. El hecho que tantas mujeres quisieron participar, nos dice él, «es prueba de que es una buena idea».

Más de 300 participantes se inscribieron y de ahí eligieron a 14. La edad de las concursantes iban desde 74 a 97. Para 2013, en el concurso en Haifa asistieron 2.500 personas. En 2016, la esposa del primer ministro, Sarah Netanyahu, fue una de las asistentes. En el año 2018, la sobreviviente Tova Ringer, de 97 años, que sobrevivió a Auschwitz, fue electa, entre 12 finalistas. Ella, igual que las demás, declaró que estaba en el concurso para hablar de su experiencia y para que la gente no olvidara el genocidio.

Otro concurso de belleza empezó en Estados Unidos en el año 2010. Este se llama Miss Pink (rosa) y reúne a las sobrevivientes de cáncer de mama. Su éxito se ha trasladado a América Latina y este año uno similar tendrá lugar en Bolivia. Los organizadores nos dicen que los fines del concurso son «celebrar la belleza, el coraje y la esperanza que cada sobreviviente posee». Además, busca recaudar fondos para la lucha contra la enfermedad. «Se puede estar operada y aún así ser bella», nos dice una de las participantes. De continuar así, pronto tendremos Miss Genocidio en Ruanda, Miss Matanza de Srebrenica, Miss Cáncer de Hígado, Miss Colon o Miss Útero.

Estos concursos copian a Starbucks. Esta compañía hace labor humanitaria con el capuchino: el café es caro, pero por cada taza, ella da un 5% a los niños pobres de Guatemala. De esta manera, nos aplaca la conciencia. Lo mismo pasa con los concursos: no podemos decir que son sexistas porque estaríamos traicionando a las sobrevivientes.

Promover la conciencia por medio de un desfile de belleza es una falta de respeto para los que no sobrevivieron que, al final de cuenta, son la mayoría.