«Es la intersección. Todo el mundo da vueltas alrededor».

(Un «chaleco amarillo» apostado la semana pasada en una rotonda de Bretaña)

Christophe Castaner, el ministro del Interior que anunció que los chalecos amarillos «Vienen a destruir y a matar», minimiza la importancia de los manifestantes, los ningunea: *«Los chalecos amarillos son apenas 10.000 en todo el país, de los cuales una parte está radicalizada». Pos bueno, pos vale, pos m’alegro.

Para hacerles frente este sábado, Castaner movilizó 89.000 gendarmes y otras tropas de represión. ¡Tres divisiones! Algo nunca visto, a tal punto que un alto oficial declaró que ni siquiera tienen cascos para todos. En París, los 4.700 policías del sábado pasado se transformaron en 8.000, apoyados por 15 carros blindados.

Los chalecos amarillos no necesitan paralizar Francia: de eso se encarga ahora un Gobierno cuyos ministros quedaron traumados con la versión gore de la película ¿Arde París?.

Por orden superior cerraron todos los grandes museos y sitios turísticos: Torre Eiffel, Louvre, Panteón, Santa Capilla, Museo del Hombre, Notre Dame de Paris, etc. También cerraron 40 estaciones del metro y del metro Regional, así como las famosas tiendas parisinas, encabezadas por Printemps y Galeries Lafayette. También cerraron los teatros y fueron anulados decenas de espectáculos. El match de la Primera Liga, Paris-Saint Germain versus Montpellier, fue reportado a más tarde. Buenos Aires no tiene la exclusiva.

Dos precauciones valen más que una: de madrugada la policía detuvo a más de trescientos potenciales manifestantes. Tramos estratégicos de las auto-rutas que cruzan todo el país fueron cerrados a la circulación. Los autobuses que transportan chalecos amarillos a París son intervenidos en el lugar de origen y retenidos durante horas. Cada uno de los pasajeros es sometido a un registro corporal exhaustivo. La policía tiene orden de considerar «armas» hasta las gafas de natación.

En Puy-en-Velay, pueblo del sur de Francia, la Intendencia fue parcialmente incendiada el sábado pasado. Hoy por la mañana los chalecos amarillos llegaron hasta sus puertas portando rosas para los policías que la custodian. En Marsella, una masa de manifestantes portando el gilet jaune se puso de rodillas, las manos tras la cabeza, en señal de solidaridad con los colegiales tratados como prisioneros de guerra en el día de ayer.

La diabolización de los chalecos amarillos no funcionó. Su determinación crece. El hueso que el Gobierno les lanzó como se le arroja a un perro, no convenció a nadie. Sociólogos y otros ‘cientistas sociales’ elucubran precipitadas explicaciones sobre el porqué del cómo. Una madre que manifiesta en una rotonda ofrece una clave: «Hay días en que no como para asegurarle al pan a mis hijos. El hambre no es una categoría académica. La noción no roza siquiera la tienda del cerebelo (tentorium cerebelli*) de los que saben.

Otra madre cuenta que su hijo de seis años perdió un diente. La tradición ordena dejar una moneda debajo de su almohada, diciéndole que pasó la lauchita que le traerá el diente nuevo. «Mi hijo -precisa la mujer- me llevó la moneda diciéndome: mamá, es para ti, para que compres algo de comer. ¿Es normal –se pregunta ella–, que un niño de seis años ya tenga conciencia de la miseria que nos aqueja?»

Los chalecos amarillos ya no esperan nada de Emmanuel Macron, que anunció que hablará este lunes. El reyezuelo le ofrecerá su majestuosa palabra a los villanos. ¿Qué puede decir? En toda Francia los chalecos amarillos corean eso de ¡Macron, dimisión!

Un diputado macronista, un tránsfuga que huele el desastre y prepara su aterrizaje en terreno seguro, declara que haber eliminado el Impuesto de Solidaridad a la Fortuna (ISF), que pagaban los poseedores de un patrimonio superior al millón trescientos mil euros, fue un trágico error. Un regalo de 6.000 millones de euros a los súper millonarios que, Macron dixit, los invertirían en la actividad productiva, creando los empleos que hacen falta. Tal parece que ese dinero fue a parar a la especulación bursátil, o enviado a algún paraíso fiscal.

El ISF afectaba a 343.000 franceses, de una población de más de 67 millones, o sea el 0,5% de la población. Su modo de cálculo era tan generoso que buena parte de los mil millonarios simplemente no lo pagaba. La optimización fiscal, ¿conoces? Los nichos fiscales que permiten desgravar impuestos se cuentan por centenares. Entre otros la compra de yates que supuestamente surten en las islas francesas del Caribe. La lista de expertos fiscalistas que ofrecen sus servicios vía Internet es interminable. Los anuncios son de tipo: «Es simple. Es flexible. Es confiable. Es Prosper. Proooosper le ayuda a reducir sus impuestos…».

¿De qué sirve un Parlamento que fabrica leyes que exoneran de impuestos al riquerío? Como si fuera poco, el fraude fiscal de las grandes empresas –según las últimas cifras oficiales– alcanza los 100.000 millones de euros.

Son las 15:00 hrs. en París. Hasta ahora «la situación está bajo control», exulta un alto oficial de la policía. ¿En serio? Emmanuel Macron debiera saber –eso no está garantizado– que su trono se ha ido transformando en un sillón eyectable.

Eso es lo que dicen 10.000 chalecos amarillos que cuenta su ministro del Interior.