Íbamos en coche a un restaurante en la montaña. Manejaba por un camino rural lleno de curvas, subidas y algunas bajadas. El lugar estaba especializado en setas de todos los tipos y durante el viaje, a mi copiloto, le hacía múltiples preguntas y ella respondía sin problemas. Me contó que había votado por el Movimiento 5 Estrellas como protesta y que se había arrepentido inmediatamente después de la alianza del movimiento con la extrema derecha. Ella antes votaba por la izquierda y afirmó que la gente buscaba líderes fuertes y esta última frase me quedó rebotando en la cabeza e hice un viaje en mi memoria, buscando ejemplos que pudieran confirmar este comentario. Ella enseña historia del arte en un liceo de la cuidad y lo ha hecho por tres decenios. El grupo era de cinco adultos divididos en dos coches.

Pensé en Mussolini, en esa extraña actitud arrogante de muchos italianos, la importancia de las apariencias en este país, el caos en el tráfico, la falta de respeto por las reglas y el deseo de imponerse sobre los demás. También pensé en la superficialidad y en la falta de disciplina y en una película de Fellini: Y la nave va (E la nave va, en italiano) donde el caos termina en dictadura. Esta no era la primera vez que escuchaba esta afirmación: los italianos buscan líderes fuertes y seguí pensando, mientras manejaba.

Recordé que una vez un amigo me dijo que los italianos eran niños viciados que nunca crecían y lo argumentaba por el modo en que administraban la enorme deuda fiscal y la política económica sin sentido; y añadía: se comportan como si supieran que van a caer al abismo y no se detienen, pero tienen miedo y dudan de sus capacidades de cambiar rumbo y por eso esperan a un dictador, que de golpe ponga las cosas en orden y las haga funcionar, inhibiendo por la fuerza los impulsos, vicios y caprichos individuales.

Otro recuerdo: hace ya muchos años comenté que, a diferencia de otros países, en Italia se veneran a los empresarios que aparentemente han logrados resultados importantes. Esto lo sentí comparando el modo en que se hablada de Gianni Agnelli de la Fiat con lo que había visto en otros lugares. Detrás de los comentarios se percibía una cierta veneración, respeto y envidia. Lo mismo sucedía con otras figuras públicas, que se presentaban como personas con poder. Después de todas estas imágenes y recuerdos, pude reconocer que había algo de cierto en la aseveración y me pregunté cómo podría validar una observación y afirmación de este tipo.

Días atrás fue publicado un estudio anual sobre las tendencias sociales del país por una institución llamada Censis y este informe describe un paso del rencor social a un egoísmo destructivo, que denominaron soberanismo individual, evocando una propensión a la indiferencia y al preocuparse exclusivamente de sí mismo, ignorando la comunidad. Pensando a estos temas y mis observaciones cotidianas, puedo decir que en general percibo miedo y preocupación por el futuro. La gente está más y más desorientada y cree menos en los políticos. Se siente una falta de referencias en todos los niveles y al mismo tiempo pesadumbre por los problemas que conciernen a la credibilidad de las instituciones, ahorro y jubilaciones.

Hace unos meses se cayó un puente en la ciudad de Génova y este hecho trágico dejó en la población una sensación de abandono. Ya no se puede confiar en nada, ni siquiera en la infraestructura, las construcciones y los caminos y nuevamente pienso en Fellini y su película, donde la orquesta nunca se ponía de acuerdo hasta que un dictador les hizo interpretar su sinfonía, que paradójicamente en griego significa acuerdo, consenso, pero que en este caso fue una rotunda e humillante imposición. La búsqueda de un líder fuerte conviviría con un intento de someter a los demás y ser sumiso al mismo tiempo. Una aparente contradicción sustentada por el miedo.

Una vez en el restaurante, lleno de gente, mis acompañantes pidieron pasta con trufas y setas fritas. Yo me contenté con una ensalada abundante y mientras comía observaba a los otros comensales como si fuese posible leerlos desde afuera para entender lo que sentían, sus dudas, sueños y críticas. Pero en lo social, la última palabra no está jamás dicha y las mayorías rápidamente se convierten en minorías, especialmente si no explotan el miedo de las personas, que pesa más que las convicciones políticas.