«El problema de nuestra época consiste en que los hombres no quieren ser útiles sino importantes»

(Winston Churchill)

Desde hace ya algunos años vivimos sumidos en una España que no es la camisa blanca de la esperanza…quererte tanto me está costando mucho. Pensé que nunca escribiría esto, pero echo menos el olor a incienso en nuestro país, vivo en la ausencia de sentimientos de convivencia, de pertenecer a una nación o de orgullo por lo que hicieron generaciones anteriores.

En una pérdida de identidad constante nos cuesta entender lo que está pasando... como que la bandera española se haya convertido en la excusa perfecta para destrozarnos. Por dudar, me pregunto si la Constitución sirve a los problemas actuales de España o hay que reformarla, y por molestar, me pregunto si tan variados partidos políticos crecen como champiñones por vocación, por el recreo personal de sus componentes, o por optimismo de los que miramos.

Si nuestros dirigentes no se toman en serio 2019, con medidas reales a los problemas, tengo serias dudas de la estabilidad de España en los próximos cinco años. Volveremos a una gran crisis institucional anterior a la Transición del 78 y a una crisis económica con trazos del 2008. La cosa es para tanto y la muchedumbre furiosa no pedirá disculpas.

Nuestro país necesita responsabilidad civil por parte del Gobierno más allá de ocupar la silla y desfilar en las comisiones de investigación parlamentarias. Todos son derrotas, hace tiempo que no vivimos ninguna victoria, y así cuesta, cuesta mucho creer. Se ha vuelto irreversible vivir con facciones independentistas catalanas, más y más radicales, el gran Leviatán nunca está satisfecho, mientras el Gobierno central de Sánchez no anuncia grandes cambios.

Los españoles más jóvenes siguen buscando su futuro en otros países por la saturación de nuestro mercado laboral. La población activa no llega a ser suficiente para garantizar las pensiones de nuestros mayores. Hay un debate público sobre la sostenibilidad del sistema de pensiones y nadie hace nada. La ultraderecha, no solo en España, ha dejado de ser una locura nazi para llegar a ser una opción política que garantiza la seguridad de lo más local, de lo más nuestro, para dejar de pensar en los otros y que las fronteras vuelvan a ser lo que eran.

El 2018, y es una tendencia muy marcada desde el 2015, ha sido un año donde no hemos sumado nada a nuestro gran país, y hemos restado todo. Claro que la felicidad nunca tuvo buena literatura, ni tiene buena prensa. Mi objetivo no es destacar lo que encarna el conflicto, hablo de la realidad, de lo que se ha convertido en normal.

Hemos perdido un presidente con una moción de censura, para ganar otro que nos lleva a la ruina económica y al desastre independentista vendiendo España como si fuese una moneda falsa después de cuarenta años de democracia. Resulta que todos los presidentes anteriores a él no se han enterado de lo que quiere Cataluña. La república catalana no es una cuestión de democracia, ni de ideología, es inviable porque la separación de un territorio no reconocido conlleva una guerra civil.

Las elecciones municipales y las generales de 2015 confirmaron que Podemos y Ciudadanos eran capaces de destronar el bipartidismo, incluso de amenazar su existencia. PP y PSOE perdieron millones de votos y no pocos escaños y alcaldías. La posibilidad de un vuelco a medio plazo dejó de ser una hipótesis para convertirse en una realidad. Pero 2016 fue un año de parálisis de esa perspectiva, diez largos meses sin Gobierno frustraron las intenciones de cambio, todos actuaron sin capacidad y sin soluciones y el PP volvió aprovechar la coyuntura aprovechando las contradicciones del PSOE, y las luchas internas de Podemos.

El PSOE con Pedro Sánchez a la cabeza es un vodevil como partido. Ábalos se ha hecho con los barones del partido, que se desmarcan de la estrategia del presidente porque son conscientes de que está llevando a los socialistas al ridículo por su despotismo y su cercanía a los independentistas. Se huele la sangre jacobina y el futuro es fácil de predecir: Sánchez pasará a la historia como el peor presidente de la democracia.

Podemos ha dejado de ser el líder de la movilidad social para convertirse en el partido que no puede. Los mayores defectos en la formación de Iglesias, Monedero, Errejón y Bescansa son las luchas internas por el control de la organización, ya no son tan inocentes como anunciaban y en sus disputas por el acceso al poder han perdido muchos ciudadanos que esperaban de ellos algo distinto.

Ciudadanos debe reconducir su idea de partido y dejar de apoyar al PP para mostrarse realmente como una opción. Han demostrado que son una opción para los votantes ganando las elecciones catalanas, es un partido desafiante e intuyo que los votantes no quieren que su elemento central sea copiar al PP. En el 2019 veremos el importante auge de Ciudadanos que se nutrirá de votos del PP y ensanchará sus escaños las elecciones de 2020, donde todo apunta una victoria contundente de la derecha.

Lo de Vox ahora es solo una muestra del descontento del votante, pero es la tendencia europea de los valores de la ultraderecha. La entrada de Vox en el Parlamento andaluz, que junto al PP y Cs configura una nueva mayoría en el espacio político de la derecha, será capaz de arrebatar numerosos Gobiernos al bloque de izquierdas que formaron en 2015 el PSOE y Podemos.

La moción de censura ha demostrado que la sociedad española está quebrada en dos. Los independentistas, populistas, nacionalistas vascos, y PSOE, frente a la derecha de Ciudadanos y PP. En medio no hay nada, solo existen dos formas de ver el Estado: los que están contra la Constitución y contra el país, y los que defienden el olor a incienso. ¡Cuidado! Hay vida después del blanco o el negro, curiosamente de eso se trata la política.

La idea de negociar, de llegar a acuerdos, de rebajar las purezas ideológicas son ajenas a los políticos españoles... entonces, para 2019 ¿seguimos restando?