Actualmente se puede considerar que España es un país que tiene una importante conciencia social sobre esta problemática.

Gracias a la implicación de los medios de comunicación y de las autoridades públicas, en pocos años se ha pasado de ser un tema tabú, del que apenas se podía hablar, a ser denunciable y denunciado.

Lo cual se refleja en las estadísticas que casi a diario se puede observar sobre los nuevos casos de violencia de género.

Algo que ahora se ve como «normal», pero que otros países no existe: aún hoy en día no tienen estadísticas de este tipo de violencia, y mucho menos políticas de prevención o denuncia.

A pesar de lo cual, el fenómeno no parece disminuir en la medida que se esperaba, y los científicos tratan de dar respuesta a ello.

Así, ante una mayor exposición de los casos, y ante la repulsa social, cabría esperar una reducción de los casos, pero los datos es que no sólo no se reduce, si no en que algunos casos hasta aumenta el número de afectados.

Para dar respuesta a esta realidad se ha realizado una investigación desde la Universidad de Valencia (España) y cuyos resultados han sido publicados en el 2018 en la revista científica The European Journal of Psychology Applied to Legal Context.

En el estudio se analizaron las propiedades psicométricas de un test diseñado para detectar la violencia machista dentro de las familias, sin que se precise de denuncia previa al respecto.

El citado test se llama VPM (A-IPVAW, Acceptability of Intimate Partner Violence against Women scale) y fue administrado inicialmente a 1.500 voluntarios que debían de responder a sus ítems, para extraer los componentes factoriales del mismo.

Con posterioridad se administró a 50 agresores de violencia machista con edades comprendidas entre los 21 a 69 años, para comprobar sus niveles de VPM.

Igualmente a los participantes se les administró un cuestionario sobre sexismo ambiental a través del Ambivalent Sexism Inventory (ASI) y el Perceived severity of IPVAW (PS-IPVAW) para analizar sobre la opinión de la gravedad percibida de los casos de violencia machista.

Los resultados muestran que el instrumento tiene validez tanto de constructo como de contenido, comprobando cómo los maltratadores obtenían puntuaciones elevadas de VPM, lo que significaba que ellos veían “normal” y aceptable el maltrato infringido contra la mujer.

Igualmente aquellos que obtenían altos niveles de VPM mostraban también puntuaciones elevadas en sexismo y puntuaciones más reducidas en cuanto a la gravedad percibida de machismo. Es decir, tenían una relación directa con la ASI e inversa con PS-IPVAW.

Por tanto, y basado en este estudio, el problema de la violencia está más arraigado en la propia cultura social de lo que se creía, ya que es dentro de la familia donde se aprenden estos valores y actitudes que van a regir la vida de la persona adulta.

Por tanto, la intervención no se tendría que centrar tanto en la concienciación entre los adultos ni siquiera entre los adolescentes, sino hacerlo a edades más tempranas, de forma que se puedan «corregir» algunas tendencias transmitidas «erróneamente« por algunas familias sobre los valores de la convivencia y el respeto a los demás.

De esta forma, cabría esperarse que de adulto, el menor que ha recibido una «correcta» educación no va a exhibir estos comportamiento violentos contra sus semejantes, especialmente con los de otro género.