El gasto en armamento en el mundo alcanzó ya niveles nunca vistos desde el fin de la Guerra Fría, con un monto que llega a 1,739 billones de dólares, 2,2% del Producto Interno Bruto del orbe, mientras otra gran amenaza se cierne sobre la paz mundial: también está incrementándose la inversión a nivel mundial en la ciberseguridad y ciberguerra.

Los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña, Francia y China) suman el 58% del gasto militar en el mundo, y el 73% del comercio de armas y material militar. Estados Unidos, por sí solo, acumula el 35% del gasto militar mundial, y el 34% de las ventas mundiales de armamento, indica un informe del Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (SIPRI).

En algún lugar hay que utilizarlas y para ello hay que fabricar conflictos y mantener al mundo en vilo. Por ejemplo, que el presidente de EEUU, Donald Trump, llame al líder norcoreano Kim Jong-un el «hombre cohete con una misión suicida» tiene como telón de fondo un escenario internacional complejo, donde misiles, sistemas de defensa, aviones de guerra y otras armas secretas pasan a ocupar un papel central en las discusiones políticas.

Las estadounidenses Loocked Martin, Boeing, Raytheon y Northrop Grumman, junto a la británica BAE Systems, son las megaempresas líderes mundiales en el sector de la defensa. A ellos hay que sumarles la europea Airbus -productor de aviones para aerolíneas comerciales, pero 17% de sus ventas vienen de armas-, y la italiana Leonardo.

Sin duda es por esta razón que los gobiernos de las principales potencias productoras de armas (y en especial el de Donald Trump en EEUU) no quieren acuerdos que limiten el comercio de armas. Washington anunció que no ratificará el Tratado sobre el Comercio de Armas, aprobado por la ONU en 2013, y boicoteará el Tratado de Prohibición de Armas Nucleares auspiciado por la ONU el año pasado. Hasta ahora sólo lo han ratificado 15 países y se oponen al mismo precisamente las potencias nucleares: Estados Unidos, Rusia, Francia, Reino Unido, China, Israel, India, Pakistán y Corea del Norte.

Obviamente, existe una gran competencia entre fabricantes y perros de la guerra. El gobierno israelí tuvo que dar al Reino Unido la información sobre sus clientes de armamento para poder comprar componentes fabricados en ese país que se instalarían en productos bélicos que luego vendería a otras naciones. Y el gobierno británico no aprobó la venta de sus componentes a Rusia, Sri Lanka, Turkmenistán y Azerbayán.

Israel es una potencia armamentística, que está entre los principales vendedores de aviones no tripulados (drones), a Colombia, entre otros países de Suramérica usados en principio para labores de vigilancia e inteligencia. La organización International Jewish Anti-Zionist Network (IJAN), denunció que, históricamente, «Israel ha armado y entrenado a los regímenes del apartheid de Sudáfrica y Rodesia, los regímenes coloniales en Oriente Medio y África del norte y dictadores en América Central y del Sur y Asia».

El reporte indica que, en Nicaragua, Israel proveyó el 98% de las armas que el dictador Anastasio Somoza utilizó para asesinar a 50.000 personas, que vendió misiles, jets de combate, vehículos blindados y expertos contrainsurgencia a las dictaduras en Honduras y El Salvador ; que durante la década de los 50 vendió armas de menor alcance al dictador Rafael Trujillo de República Dominicana; que entre 1970-80 ganó más de 1.000 millones de dólares con la venta de armamento a las dictaduras de Argentina, Chile y Brasil. El Gobierno israelí se abstuvo de dar datos sobre las ventas a Colombia.

La seguridad

El informe advierte que, ante las cifras alcanzadas, la seguridad en el mundo se ha deteriorado mucho en el último decenio, a lo que han contribuido los conflictos armados, que han aumentado en número, complejidad y letalidad desde las invasiones a Irak, Libia, Egipto, Afganistán, Yemen y varios países africanos; así como la violencia que se registra en diversas regiones del planeta. Hoy las agresiones suceden cada vez más en las zonas urbanas, en algunos casos por conflictos armados y en otros por la violencia desatada por la delincuencia, las bandas criminales (entre ellas lo que lucran con la migración y la trata de personas) y el narcotráfico.

Los medios de comunicación hegemónica y las llamadas redes digitales ayudan a crear el estado de «inseguridad» priorizando la difusión de hechos policiales, un formato utilizado en la propaganda de los gobiernos neoliberales para esconder el crecimiento de la pobreza, la desigualdad y la crisis. Y así, con el verso de la inseguridad, se da paso a la represión y la criminalización de la protesta, no sólo en Latinoamérica, sino en todo el mundo (como ahora contra los chalecos amarillos en Francia).

A ello se suma la construcción en el imaginario colectivo de un enemigo interno (generalmente acompañado por el supuesto «descubrimiento» de alguna célula terrorista extranjera, especialmente islámica) para avalar la participación de los ejércitos en tareas represivas y la “necesaria” compra de armamento sofisticados, en especial a EEUU e Israel (país que exporta el 3% del total de armas en el mundo).

Los clientes principales de los productores de armas, parte de grandes megaempresas trasnacionales, son las zonas de conflicto: Oriente Medio (especialmente Arabia Saudí e Israel), Asia Central, Paquistán, India, Bangladés, Corea del Norte y el Norte de África, especialmente Argelia y Marruecos.

Las potencias crean posibles frentes de guerra, con amenazas, provocaciones y despliegue del terror mediático trasnacional, y más allá de los intereses geopolíticos están los comerciales de las grandes empresas del armamento, financiadoras de varios de éstos gobiernos e incluso dueños de medios de comunicación, como en Francia.

Pero hay que tener en cuenta que también se fabrican armas para fines ilícitos y criminales, aumentando la inseguridad de las ciudades y rearmando a toda clase de bandas de asesinos y narcotraficantes, grupos paramilitares, mafias, clanes y guerrillas. De éstas no hay estadísticas oficiales y su venta circula por los mercados clandestinos, con la excusa del «derecho ciudadano» a portar (y utilizar) armas.

Pongámoslo en claro: este comercio y esta alta producción de armas no son, como dicen los gobiernos, «para fines defensivos». Cuando se acumulan tantas armas, tarde o temprano es para usarlas. No existen «armas para la paz». Hay un efecto dominó auspiciado por este bélico mercado: cuando un país ve que sus vecinos compran armas éste trata de equilibrar o mejorar el equilibrio militar, y así se llega a una carrera de armamentos muy peligrosa.

Un rubro más a reportar es el volumen de las transferencias internacionales de armas, que creció 10% entre 2008-2012 y 2013-2017, consiguiendo el mayor índice desde la Guerra Fría, una tendencia al alza registrada desde principios del siglo 21.

Al respecto, los cinco mayores vendedores internacionales de armas fueron Estados Unidos, con 34 por ciento del total; Rusia, 22; Francia, 6.7; Alemania, 5.8, y China, 5.7 puntos porcentuales del total, si bien el reporte no especifica cantidades monetarias.

Las nuevas armas

Más allá de las armas físicas, la inversión de las potencias mundiales en ciberseguridad y ciberguerra, entre las cuales hay que incluir las que se destinan a comunicaciones y tecnología digital, sigue aumentando críticamente, y forman parte también del «armamento de guerra». Y las armas que se utilizan en las llamadas redes digitales (Facebook, Twitter, Amazon, Instagram, Google, etc.) para imponer imaginarios colectivos, llenándolas de las llamados fake news, información falsa, alevosamente mentirosa,

Estas armas sirven para controlar los mercados y las personas, y por ello no puede extrañar que cada día haya más ciberataques a gran escala en el mundo (la organización del Tratado del Atlántico Norte habla de 500 ataques al mes), especialmente a las que manejan datos personales, como las llamadas redes digitales como Facebook, Orange, Sony, Yahoo . Es cierto que hoy «estamos todos muy vigilados y controlados».

El director del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI) Dan Smith, aseveró que el aumento del gasto militar y la proliferación de conflictos han significado que más de 65 millones de personas hayan sido desplazadas de su lugar de residencia. Mientras, el papa Francisco, en un video, se preguntaba si «es de verdad una guerra por problemas o es una guerra comercial para vender estas armas en el comercio ilegal y para que se enriquezcan los mercaderes de la muerte».