Desde Bill Clinton (¿recuerdan el «yo no tuve relaciones sexuales con esa mujer?») o Hillary («no pensé que hacía algo malo usando mi propio correo») o en Argentina con los pagos de la Kirchner, o en Costa Rica en que la canciller va a los viajes de su negocio con su marido, o en Brasil con los regalos de apartamentos, o ahora con un Premio Nobel de la Paz, uno no deja de preguntárselo. Si uno es una figura pública y va a hacer algo contrario a lo que predica, pues lo menos que puede hacer es usar la inteligencia. ¿Cómo es que personas inteligentes hacen cosas tan estúpidas?

Si vas a jugar a escondidas en la Casa Blanca con una interna, por ejemplo, uno debe llevar un pañuelo para evitar ensuciar la ropa del otro. En el caso de que te dé pereza usar el correo del Gobierno, pues cámbiate de nombre o usa el correo de tu asistente musulmana para que le echen todas las culpas. Si quieres sobornar o hacer dinero en alguna licitación pública no mandes, en valijas repletas de dólares, a ningún conocido tuyo sino más bien haz una transferencia con bitcoin. Y si te regalan un apartamento cuando eres presidente, pues ponlo a nombre de una Iglesia evangélica. Si quieres que una prostituta no hable de tus relaciones, hazle un cheque a cobrar para el año 2030. Y si no puedes controlar tu deseo sexual y tienes un Premio Nobel, vete para Arabia Saudita y cásate con 50 mujeres.

Terence J. Sandbek en su obra The Deadly Diet: Recovering from Anorexia and Bulimia, sistematiza lo que es esa voz que todos tenemos en nuestra cabeza. Para él, es el diálogo interno que tenemos y que nos habla al oído. Sin embargo, Sandbek nos dice que la voz es una enemiga que busca destruirnos. La Voz es siempre negativa; es la que nos dice que cometamos faltas y la que nos dice que los demás son culpables de nuestras miserias. Cuando cometemos estupideces que nos destruyen, es que estamos bajo ataques de voz y cuando esta toma control de nuestras vida, podemos decir que estamos voceados y acabados. Sin embargo, ¿qué es la Voz?

Es el diálogo interno de nuestras cabezas, la conversación constante que hacemos a toda hora. Pero si es el yo hablando con el yo, ¿para qué hacerlo? Es para mí algo más complicado que el simple superyó de Freud o lo real de Lacan. Y lo es porque la Voz es nuestra enemiga, no es tu superyó ni nada parecido, es simplemente un monstruo que vive por dentro. ¿Un monstruo que vive por dentro? ¿Un ciudadano más que habita nuestra cabeza y que se esconde para no pagar alquiler? ¿Cómo es posible que ni Descartes, ni Kant, ni Hegel, ni Foucault, ni Žižek, ni Deleuze, que estudian la ontología del ser, hayan podido decirnos qué papel juega la Voz? Žižek asegura que el ser es algo tan virtual que cuando tocamos el toc toc en nuestra cabeza, no hay nadie que responda. Tal vez sea cierto, pero tal vez el silencio no es que la cabeza está vacía, sino que la Voz sabe que hay un iluso tocando la puerta.

Cuando cometemos estupideces, solemos hacerlo porque la Voz nos dice que nadie se va a dar cuenta, que somos tan brillantes, que podemos romper las reglas del juego y que el mundo está solo para nuestro deleite. Si le hacemos caso, estamos cavando nuestra propia tumba. Cuando sucede, nos defenderemos con la excusa de que los demás son racistas, clasistas o nuestros enemigos políticos. La verdad es que le hicimos caso a la Voz. Ella nos convenció de que podíamos hacerlo y nadie nos podía decir nada.