Nunca ha sido fácil entender lo que sucede en el Líbano. Patria de los fenicios y cuna de civilizaciones por donde han cruzado egipcios, griegos, romanos, bizantinos, entre muchos otros, incluyendo a Alejandro Magno, hasta las recientes invasiones militares de Siria e Israel. El país estuvo bajo el dominio del Imperio turco por 400 años y finalizó con el término de la Primera Guerra Mundial, en 1918. Ese año Francia lo declara su Protectorado hasta 1943, cuando le otorga la independencia. Los poderes coloniales, Inglaterra y Francia, definieron sus fronteras respondiendo naturalmente a sus intereses luego de la partición de Palestina en 1948, para dar creación al estado de Israel. La gran Siria, que incluía lo que es hoy el Líbano, Palestina, Jordania y otros territorios, desapareció y quedó reducida a sus fronteras actuales. Recién en 2008 Damasco estableció relaciones diplomáticas con el Líbano en un reconocimiento de hecho a su independencia. Hoy, se estiman en 6.082.357 millones sus habitantes, pese a que el último censo fue efectuado en 19321, repartidos en 18 credos religiosos entre musulmanes sunitas, chiitas y alauitas; cristianos maronitas, ortodoxos griegos, católicos armenios, melquitas y protestantes junto a drusos, caldeos, asirios, coptos, entre muchos otros, conforman el país de solo 10.452 km2, lo que significa una densidad de 582 habitantes por kilómetro cuadrado.

El Líbano concentra el mayor número de refugiados per cápita en el mundo, donde los sirios alcanzan a 1,5 millones y los palestinos a 500 mil aproximadamente, es decir alrededor del 33% de la población. Las cifras son contradictorias y muchas veces las del gobierno no coincide con las entregadas por las Agencias de Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR, o las de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina, UNRWA. Es fácil imaginar que esta alta concentración de refugiados genera costos políticos para el gobierno libanés y para quienes desean mantener el carácter cristiano del país. Sin embargo, sunitas y chiitas conforman hoy la mayoría de la población con la diferencia de que entre los primeros se encuentran los palestinos y sirios refugiados, es decir personas «transitoriamente» instaladas en el Líbano y con limitaciones de sus derechos civiles. El pequeño detalle es que los refugiados palestinos están ahí desde 1948, año en que abrieron los primeros campos para albergar a los miles que debieron huir de su país al quedar sin patria ni pasaporte por la ocupación israelí2.

Existen en la actualidad 12 campos que concentran alrededor de medio millón de refugiados palestinos a los cuales se han sumados un porcentaje importante de sirios. Desde la apertura de los primeros campos, prácticamente cuatro generaciones de refugiados han nacido y crecido en difíciles condiciones: viven hacinados en barrios de Beirut, con escuelas, hospitales, asilo de ancianos, viviendas precarias, mercados, organizados autónomamente y donde no ingresa la policía libanesa. Tuve la oportunidad de visitar los campos de Burj El Barajneh y el más conocido por la comunidad internacional, Sabra y Chatila, donde en 1982 entre 2.500 y 3.500 mujeres, hombre y niños fueron masacrados por un grupo cristiano armado libanés instrumentalizado por Israel. Se comprobó que fue una refinada operación de inteligencia, donde sus agentes crearon las condiciones a través de actos terroristas en Beirut para justificar la posterior matanza3.

En conversaciones con los responsables políticos y el director del hospital de uno de los campos es fácil percibir la frustración y la desesperanza sobre el futuro. Si bien son agradecidos de la hospitalidad libanesa, son ciudadanos de segunda clase, donde pagando pueden estudiar en las universidades, pero no pueden ejercer sus profesiones ni menos acceder a la ciudadanía libanesa. En el campo de Burj El Barajneh, que reune alrededor de 18.000 mil personas, nacen un promedio de 50 niños mensuales. Una de las sobrevivientes de Sabra y Chatila, así como el responsable político de Burj El Barajneh nacieron en ese lugar, en 1952. Toda su vida esperando volver a Palestina. Por su parte la guerra en Siria ha provocado que crucen la frontera alrededor de un millón y medio de refugiados instalados en campamentos precarios y otros junto a los palestinos. Los sirios al menos saben que tienen un país, destruido pero que existe y donde probablemente podrán regresar con el apoyo de Naciones Unidas que los protegerá de eventuales represalias una vez se logre la pacificación.

La otra cara de la moneda es la población libanesa que ha debido recibir estos cientos de miles de personas con sus dramas, en un país donde la identidad nacional se percibe por la religión que divide a las ciudades y barrios en zonas cristianas, sunitas o chiitas. Otorgar la nacionalidad libanesa a los refugiados sería modificar sustancialmente la composición del país y su tradición. También algunos Estados árabes y muchos de los mismos palestinos no desean se les entregue la nacionalidad porque los privaría del derecho a volver a Palestina, que es lo que Israel espera suceda. Naturalmente que todo ello genera confusión y la búsqueda de equilibrios que son muy frágiles. Un diplomático, con varios años trabajando en el Líbano, me señaló que «más que una convivencia entre los credos religiosos existe una coexistencia». El país ya ha conocido dos guerras civiles (1958 y 1975-1990) esta última dejó una cifra indeterminada de muertos, pero se calcula entre 100 y 200.000.

El Líbano ha sido una creación de dos potencias coloniales que tienen responsabilidad en lo que allí ocurre. O en palabras de un destacado historiador israelita: las naciones sirias, libanesa, jordana e iraquí son el producto de fronteras fortuitas dibujadas en la arena por diplomáticos franceses e ingleses que ignoraban la historia, la geografía y la economía locales. Agrega, fueron sobre todo lo franceses quienes decidieron quién sería sirio y quién libanés4. Se ha alimentado el mito de que Beirut era la «Suiza o el París del Medio Oriente» por el grado de libertad económica, religiosa y cultural que disfrutó durante un breve período. La realidad se mostró con crudeza con las dos guerras civiles y la manipulación e intervención de los servicios de inteligencia de las grandes potencias y vecinos de El Líbano.

Los hechos duros son la de ser un país con varios países dentro a los que suma los ciudadanos de segunda clase, segregados y marginados como son los refugiados. Israel no solo ocupa una porción de su territorio en el sur de Líbano en lo que considera una franja de seguridad, sino que regularmente viola los espacios aéreos y marítimos. Ello contribuyó a legitimar la creación y presencia de Hezbolá5 por la resistencia armada que opusieron a los bombardeos e invasión israelí y que ganó la simpatía de la mayoría de los libaneses. Una embajadora de este país me señaló que «no hay posibilidades de establecer algún tipo de relación con Israel y menos mientras mantengan ocupado una parte del territorio».

En realidad, se percibe un sentimiento de frustración entre los libaneses independientemente de su religión, por la situación política y económica. De acuerdo con la encuesta e informe de la fundación alemana Konrad Adenauer, publicada en febrero de 2019, el 77% de los libaneses son pesimistas respecto del futuro mientras que el 95% estima que están en un camino equivocado y el 40% vincula su pesimismo con la corrupción. La economía ha crecido solo entre el 1 y 3 % en la última década, la deuda pública alcanza al 152,9% del PIB y la agencia Moodys rebajó su índice crediticio desde B3 a Caa1. Muchos inversionistas conocen de las ricas potencialidades del país y de su gente, pero ven la imposibilidad de materializar proyectos importantes de infraestructura por las latentes amenazas a la seguridad del país y la inestabilidad de la región.

Lo que fue Fenicia, cultura que originó el primer alfabeto articulado de 22 palabras, desde donde se expandió el comercio, se fundaron colonias en el Mediterráneo y que alberga tesoros culturales y arqueológicos maravillosos, patria del gran poeta Gibran Khalil, es hoy un laboratorio donde se mezclan los intereses de las grandes potencias con el interés nacional libanés que a su vez está marcado por las visiones religiosas de los principales grupos que conforman el país. A pocos parece importarles el futuro de los libaneses. Como me señalara un destacado empresario y conocedor de la historia de su país: «A mi país no lo dejan morir, pero tampoco lo dejan vivir».

Notas

1 Se registraron entonces 875.252 habitantes donde los cristianos constituían el 51% y los musulmanes el 49%. Ello determinó la distribución de los cargos políticos más alto del Estado al momento de su independencia. Así el presidente es cristiano, el primer ministro musulmán sunita y el presidente del Parlamento musulmán chiita. Todas las proyecciones demográficas indican que los musulmanes hoy alcanzan a cerca del 64% contra el 36% de cristianos y ello es la razón de que no se haya efectuado un nuevo censo ya que alteraría la distribución de los cargos.

2 Naciones Unidas señala en un informe de 2016 que son 504.000 los palestinos refugiados en el Líbano. Agrega: «Los palestinos están privados de ciertos derechos básicos. El Líbano excluyó a los refugiados palestinos de 73 categorías de trabajo, incluidas profesiones como medicina, derecho e ingeniería. No se les permite poseer propiedades, e incluso necesitan un permiso especial para abandonar sus campamentos de refugiados. A diferencia de otros extranjeros en el Líbano, se le niega el acceso al sistema de atención médica libanés. El gobierno se negó a otorgarles permisos de trabajo o permiso para poseer tierras. El número de restricciones ha ido en aumento desde 1990».

3 Tanto en Naciones Unidas como en Israel se acreditó la responsabilidad de los servicios de inteligencia de este último país a través de la llamada comisión Kahan, que significó la destitución del ministro de defensa Ariel Sharon, quien posteriormente, en 2001, se convertiría en primer ministro.

4 Yuval Noah Harari. De animales a dioses. Santiago: Penguin Random House, 2014, pág.: 399.

5 Partido de Dios, creado en El Líbano en 1982 como respuesta a la invasión israelí. Participó en las elecciones por primera vez en 1992 obteniendo 12 escaños. En las últimas elecciones de 2018 aumentó a 13, es decir obtuvo el 15,8% siendo la mayor fuerza política del país.