El acuerdo propuesto por el Gobierno estadounidense actual podría poner una lápida a la noción de «Dos Estados para dos pueblos» con una capital en Jerusalén partida en dos, promovida por mucho tiempo por los principales países involucrados en el proceso palestino – israelí, contemplando que hasta el momento no cuenta con una visión positiva por parte de estos países, quienes siguen considerando que el único camino para un proceso de paz duradero entre israelíes y palestinos pasa por una división definitiva entre ambas poblaciones.

En cierto modo el paradigma tiene sentido o nos han vendido que al menos tendría lógica en nuestro ideario basado en los principios de soberanía y de la autodeterminación de los pueblos. Cabe recordar que esta idea fue finalmente la que influyó en el proceso de división del territorio histórico controlado por los británicos hasta 1948; aunque los planteamientos de cómo iban a funcionar variaban de acuerdo con los intereses de cada grupo de presión a nivel interno y en el exterior de la zona disputada.

Para ese momento la propuesta fue dividir el territorio y conformar dos Estados nacionales diferentes para darles autodeterminación y soberanías independientes a árabes y judíos; cumpliendo además en cierta manera con promesas no ejecutadas desde la época de la Primera Guerra Mundial.

Los árabes palestinos propondrían la partición basada en un esquema cuasi federal, de gobierno musulmán con autonomía limitada de los grupos no musulmanes en la zona, probablemente bajo la figura del «protegido» (dhimmi) y todas las normas que les regula. Mientras tanto para los judíos palestinos la propuesta de Estado nacional tenía sentido, ya que un importante porcentaje de su población había vivido bajo este tipo de organización social, estructuralmente homogénea o por lo menos aceptada. Para los efectos del ordenamiento global de las potencias en ese momento, una partición Estatal nacional sería funcional para marcar futuras alianzas desde diferentes tipos de vista; no está de más recordar que este fue el modelo que gestó la aparición de la mayoría de los Estados actuales en esa región.

Bajo el principio de Estado nacional se gestó el plan de partición de 1947, y la eventual independencia del Estado Judío en 1948, denominado desde ese momento «Estado de Israel», y al no lograr su cometido de dominio absoluto sobre la zona, los árabes impulsaron un conflicto que hasta hoy parece interminable, con cambios en la parte territorial, infinidad de resoluciones y propuestas, desde las más elaboradas, hasta algunas estériles y sin contenido pragmático; aunque quizás se rescata el interés por tratar de ponerle fin a este enfrentamiento que ha desgastado tanto a las poblaciones que chocan (y sus gobiernos), como a los países que de alguna manera se encuentran involucrados.

Es por esto que la propuesta del presidente Donald Trump denominado Acuerdo del Siglo para el Medio Oriente que fue filtrado a mediados de abril por The Washington Post, tiene algunos elementos que deben ser analizados profundamente para entender si realmente existen posibilidades de aceptación por parte de los palestinos ante el mismo. Pero más allá, es sustancial considerar si el proyecto cuenta o no con un plan complementario de respaldo que le ayude a ser efectivo, lo cual no se sabrá hasta que sea abiertamente público.

En algunos tramos de la propuesta deja en claro que técnicamente se permitirá al gobierno israelí la anexión de importantes tramos territoriales en la Margen Occidental, lo que podría enviar al conflicto a un nuevo ciclo de violencia, mencionando especialmente los problemas en los que se incurre mientras deban existir controles militares o políticos israelíes sobre sitios de población mayoritariamente palestina, por cuanto la propuesta obligaría a darle ciudadanía a los habitantes de dichos territorios.

Una situación similar podría ocurrir en los territorios que eventualmente queden bajo administración o control árabe, con la salvedad que por la naturaleza de las poblaciones y el vínculo familiar que hay entre algunos de los clanes, esto pueda ser eventualmente minimizado.

Hay serias dificultades en un acuerdo que plantee un proceso de autonomía sin estatidad, en cuanto a que la propuesta estadounidense actual marca la posibilidad de entablar la creación de zonas palestinas autogobernadas sin que esto incurra en conservar la idea de darles a los palestinos la posibilidad de establecer su propio Estado soberano, lo que les dejaría en un limbo jurídico insostenible, ya que no tendrían interés en ser territorios autónomos de Israel, pero al mismo tiempo no cumplirían con los parámetros de estatidad para poder actuar con independencia y continuarían siendo dependientes de la buena voluntad de los países bajo los cuales tendrán cierto abrigo; en estos casos Egipto, Jordania y en alguna medida Israel. A lo que se entiende, casi que el proceso llevará a una anexión pasiva de las regiones de Gaza y la Margen Occidental a estos países árabes mencionados previamente, aunque no es un hecho claro, así como muchos otros elementos de la propuesta que siguen manteniendo poca claridad.

Es imperativo mencionar que en las condiciones de liderazgo actuales de los palestinos esta medida es inviable desde un punto de vista práctico, ya que no cuenta con el aval de ninguna de las facciones políticas y mucho menos será vista como positiva entre los clanes más importantes que dirigen las principales aldeas palestinas en Gaza, la Margen Occidental y Jerusalén Oriental.

Un proyecto moderno en el cual se procure que los palestinos cedan ante la presión de renunciar a un eventual proceso de estatidad, no solo es poco factible sino que supone un problema interno, no hay posibilidades de poner de acuerdo a todos los clanes para generar un tipo de gobierno autonómico, ni siquiera pueden llegar en la actualidad a un gobierno de unidad.

Es por esta razón que el profesor Mordechai Keidar de la Universidad de Bar Ilan y experto en el mundo árabe planteaba que se debería plantear una solución que incluyera la conformación de al menos ocho Estados palestinos que convivieran junto con Israel, para resolver de ese modo el conflicto tanto externo como el de crisis interna ocurre décadas atrás y con mayor fuerza desde la toma del poder absoluto de Hamas en Gaza y de la Autoridad Nacional Palestina en la Margen Occidental.

Mantener en consideración que hoy no hay tampoco ningún líder palestino que tenga posibilidades de proponer una solución que avale la secesión de tierras o de autonomía sin morir en el intento. Ni siquiera el desaparecido líder emblemático del pueblo palestino, Yasser Arafat tenía todas las cartas a su favor para poder proponer un cambio tan considerable en las negociaciones con Israel.

Probablemente (especulando) si la propuesta estadounidense se hubiese planteado a finales de los 70 y principios de los 80, cuando Egipto y Jordania aún pugnaban por la devolución de los territorios tomados por Israel durante la guerra de 1967, una inyección de capital en infraestructura y otros beneficios económicos a cambio de mantener un rígido control y absorción de las poblaciones palestinas de estas zonas, ellos habrían aceptado por cuanto era la circunstancia en la que se encontraron por casi 20 años antes del mencionado conflicto armado. Como es un supuesto, queda solo imaginarse el «podría haber ocurrido», pecando en un principio fundamental de no plantearse los «hubiera», sino apegarse a lo que fue y lo que vino después. Regresando al presente, hay otro aspecto que impide a los palestinos poder aceptar las medidas propuestas en el plan del gobierno Trump y es que desde un punto de vista dogmático hay impedimento de ceder territorios a personas no musulmanas, los territorios palestinos se consideran dotación religiosa inalienable a través de la fundación permanente (waqf), la cual solo puede ser otorgada a personas pobres (musulmanas), o para la creación de lugares de estudio o de culto religioso, por lo que su transferencia o eventual venta a quienes consideran enemigos tiene un proceso de nulidad y es considerada además una traición contra Alá y Muhammad.

Este proceso se puede minimizar si quienes administran la tierra son gobiernos musulmanes, como ocurre con la propuesta que involucra a Egipto sobre Gaza y al Reino de Jordania sobre la Margen Occidental. Sin embargo, pese a las facilidades y beneficios económicos que se han propuesto, tanto el gobierno del Cairo como el de Amán se han querido desligar del mismo para evitar la furia que esto pueda desatar.

En el caso del gobierno egipcio, es poco el interés que existe en controlar la vida de la población palestina de Gaza, considerando que en esa zona se concentra un alto porcentaje de activismo beligerante; incluyendo la facción palestina de los «Hermanos Musulmanes» (Hamás) quienes podrían sumarse a los grupos subversivos que funcionan en Egipto.

Por su parte Jordania, ha reiterado su compromiso en preservar la idea de «Dos Estados» más el retorno de los refugiados palestinos a la tierra de la cual salieron en décadas anteriores. Se debe considerar en este caso además que Jordania es el país que concentra el mayor número de ciudadanos de origen palestino en su territorio y de cambiar la tónica del discurso podría ocasionarles problemas internos que no están dispuestos a tolerar o a pagar un alto precio al apoyar una medida bajo estas circunstancias.

Quizás uno de los elementos que hace más sensible la propuesta del gobierno de Trump es el fin de las posibilidades que los palestinos obtengan la posibilidad de una capital en Jerusalén Oriental como se ha propuesto, y por el contrario se establezca como capital administrativa simbólica la aldea árabe de Abu Dis también dentro de esta ciudad, lo que genera fuertes resistencias por cuanto el simbolismo espiritual de esta ciudad sagrada para las tres religiones monoteístas y que de algún modo se ha convertido en un apetecido «botín de guerra» y emblema de soberanía absoluta.

Finalmente, el otro aspecto sensible de la propuesta filtrada, es la eventual reducción de la cuota de refugiados que podrán hacer retorno eventualmente de los millones que han planteado a través de la UNRWA, lo que gestionaría que aquellos que no regresen puedan obtener un estatus de ciudadano de los países donde se queden a cambio de una compensación económica, poniendo de algún modo fin a la existencia de dicha dependencia especializada en refugiados de este conflicto.

El supuesto de propuesta que ha sido revelado por el rotativo de la capital estadounidense, no cuenta con una popularidad desmedida, pese que los promotores del proyecto han conversado con diversos países de la zona a quienes han intentado convencer que la medida tiene como objeto, poner fin a un conflicto de siete décadas sin un avance productivo real. Aun así no escapa de ser fuertemente criticada por parte de los opositores al gobierno estadounidense; que no brilla por su popularidad mediática, y genera rechazos tanto a nivel internacional, como entre los opositores internos.

Siendo principalmente el Partido Demócrata el principal opositor a cualquier propuesta del gobierno actual que salga de su planteamiento histórico asociado a la medida de «Dos Estados para dos pueblos» esto es un enorme riesgo, si la medida no fructifica podría empoderar a los liderazgos populistas demócratas que se oponen férreamente y con palabras casi altisonantes, lo que eventualmente de llegar al poder pueda promover nuevas propuestas que eventualmente enfriarían o cambiarían las relaciones entre los gobiernos de Estados Unidos y el Estado de Israel.