En el anterior artículo mencioné que, respecto de los temas vinculados a Medio Oriente, al sionismo, al conflicto árabe israelí, a la sociedad israelí, entre otros aspectos, existe mucho prejuicio e ignorancia. Que respecto al origen de los problemas existentes hay mucho desconocimiento. De allí que en el anterior análisis expusiera conceptualmente los hechos, el significado del sionismo, dando una visión crítica acerca del papel de la ONU en la zona y muy especialmente en el conflicto árabe israelí. También señalé las tareas pendientes que los Gobiernos de Israel tienen a la luz de la Declaración de Independencia de dicho país dado que sin duda su cumplimiento influiría positivamente no sólo en la sociedad israelí sino en toda esa zona.

El presente análisis, si bien es una fuerte crítica a la muy polarizada sociedad israelí y a sus diversos Gobiernos, especialmente a los de Netanyahu, también pretende ser un aporte constructivo a estos temas dado que entrego posibles soluciones para las que evidentemente se requiere que haya voluntad política en los líderes y en la sociedad israelí.

Estos análisis tienen como idea básica la necesidad de que todos tienen el derecho a convivir en paz, sin excluir a ninguna de las partes en conflicto, de manera que están dirigidos a quienes anhelan que alguna vez llegue la paz a esa zona. Eso implica el entregar una visión constructiva para que la sociedad israelí supere la preocupante polarización en que se encuentra, situación que se reflejó en el resultado de las últimas elecciones de abril. Estoy convencido como lo he señalado, que eso también pasa por el esfuerzo que Israel haga para mejorar su institucionalidad lo que tendría un gran efecto positivo y esperanzador no sólo al interior de la sociedad israelí, sino en toda la zona.

De allí mis reflexiones que comparto con mis lectores y que necesariamente hacían y hacen referencia al texto de la Declaración de Independencia de Israel, que sin duda entrega grandes luces de esperanza para esa convulsionada región.

Al término del artículo anterior decíamos que de los 4 desafíos que plantea la Declaración de Independencia de Israel, 3 dependen sólo de los líderes israelíes y de sus ciudadanos:

1) Su misión de proteger al pueblo judío y sus tradiciones,
2) Tener una democracia del mejor nivel posible, y
3) Tener una adecuada institucionalidad que garantice que se cumplan los anteriores requerimientos.

El cuarto desafío, el poder concretar su espíritu pacifista de corazón, sólo depende parcialmente de Israel ya que hay mucho que ha dependido y sigue dependiendo también de sus vecinos que, en la práctica, más allá de parciales declaraciones de algunos dirigentes y en base a los simples hechos del conflicto, no aceptan la existencia de Israel en cuanto país autónomo.

El primer desafío

El primer desafío, la tarea sionista que se traduce en conseguir que se concrete el Hogar Nacional que garantice la protección del pueblo judío y sus tradiciones, puede señalarse que Sí se ha cumplido.

En 1948 se logra formar el Estado de Israel. En sus 70 años de vida se ha recibido inmigración de personas que han necesitado o han elegido inmigrar a Israel. Al formarse el Estado israelí, había cerca de 550.000 judíos y una población total de unos 650.000 habitantes en el sector israelí. En estos 70 años de existencia del país ha habido inmigración desde todos los continentes del planeta, algunos son judíos sobrevivientes en los campos de exterminio, otros, unos 800.000, tuvieron que emigrar forzosamente desde países árabes o musulmanes, los que en lugar de ser tratados en Israel como «refugiados», como extraños al país, fueron incorporados, capacitados y enseñados para ser ciudadanos útiles del mismo. El resto de los inmigrantes proviene de diversos lugares del planeta. La población actual, sólo de Israel es de unos 8.700.000 habitantes de los cuales un 70% es judío, 20% árabe en su mayoría musulmán sunita y un 10% de cristianos y drusos. De los habitantes judíos, un 75% es sabra, es decir, nacidos en Israel.

Todo el territorio a cargo de la Autoridad Británica denominado «Palestina» en tiempos del Imperio romano, tenía en 1945 sólo 1.800.000 habitantes; sin duda se trataba de un territorio con poca densidad poblacional, por lo cual todos cabían allí y podían convivir de manera pacífica y armónica. Israel no ha tenido que «expulsar» a ningún árabe palestino, y al contrario, desde su nacimiento como país los invitó a convivir extendiéndoles a través de la Declaración de Independencia, su «mano amiga».

Es importante insistir que Israel se crea en una zona de escasa densidad poblacional, donde todos podrían haber convivido en paz y armonía. Y pienso que aún se puede. El sionismo como organización laica, políticamente ya cumplió. Se llegó al nacimiento de Israel que se esfuerza en acoger al pueblo judío y a mantener sus tradiciones.

La mayor parte de la población de este planeta, si fuese consciente y estuviese adecuadamente informada, reconocería el aspecto evidentemente práctico del sionismo como movimiento político laico, lo que no significa transformarse en un «incondicional» respecto a las deficiencias y errores de diverso tipo de los Gobiernos de Israel.

Y eso es lo que se ha confundido por parte de los medios, de los «políticos» y de la mal informada «opinión pública». Para ellos el sionismo es «demoníaco» ya que los errores y horrores producto del conflicto, en lugar de analizarlos de manera más ecuánime lo atribuyen en su totalidad «al sionismo». Ni mencionar a los «ideólogos» rígidos, dogmáticos que tergiversan e inventan acerca de estos temas, interesados en aumentar el conflicto y las odiosidades y que alimentan lo que los medios suelen difundir.

Una cosa es el movimiento sionista y la misión de Israel de proteger al pueblo judío y sus tradiciones y otra muy diferente no tener en cuenta y ser conscientes de los errores que han cometido y siguen cometiendo los gobiernos israelíes.

Confundir los errores y deficiencias de los gobiernos de Israel y reconocer sus tareas pendientes señalándolas con toda claridad, (como lo hago en este artículo), es muy diferente a «culpar al sionismo» de todo esto. Al contrario, el ideario del movimiento sionista reflejado en sus bases doctrinarias a través de la Declaración de independencia del país, deja muy en claro el tipo de sociedad, sus instituciones y características relacionales que deseaban formar los líderes sionistas fundadores del Estado.

El segundo desafío

Pasemos ahora al segundo desafío que deja la Declaración de Independencia que sólo depende de sí mismo, de sus líderes y de sus ciudadanos: Tener una democracia del mejor nivel posible. Veamos alguna referencia textual:

«El Estado de Israel… estará basado en los principios de libertad, justicia y paz, a la luz de las enseñanzas de los profetas de Israel; asegurará la completa igualdad de derechos políticos y sociales a todos sus habitantes sin diferencia de credo, raza o sexo; garantizará libertad de culto, conciencia, idioma, educación y cultura».

El principal escollo para que esto se cumpla nace de la confusión que surge cuando se trata de definir a Israel como país judío y al mismo tiempo democrático.

Si ser un país judío significara mantener privilegios para quienes son parte del pueblo judío, o peor aún, solo para quienes profesan la religión, no habría verdadera democracia, o sólo la habría para los judíos religiosos, lo que niega la democracia en los términos de la Declaración de Independencia: se discriminaría según el credo.

Israel debe definirse como un país con una misión: la de proteger al pueblo judío y sus tradiciones y al mismo tiempo ser una democracia. Ello sólo es posible cuando la misión del país no depende ni del Parlamento, ni del Gobierno de turno, ni de la composición poblacional, sino que es parte intrínseca de la institucionalidad del país que no podría ser modificable en el tiempo, salvo para mejorar algunos de los aspectos que mantengan el cumplimiento de dicha misión.

El grave error de la ONU al aprobar la partición definiendo a los países que se formarían en «uno judío y otro árabe» ha generado buena parte de esta confusión de definir a Israel como país judío y tratar de que también sea una democracia ya que el término país judío lleva la “semilla” de incompatibilidad con democracia: se podría generar una discriminación según el credo.

Israel tiene actualmente un 20% de población árabe. El 70% de la población de Israel es judía. El grupo más grande de dicha población es el del judaísmo laico, que compone el 41,4%, seguido por el judaísmo tradicional que representa el 38,5% de la población y sólo el 20% restante de los judíos está constituido por ortodoxos y ultraortodoxos. De estos, los “ultra” se estiman en un 8% del total de la población judía. La composición de las familias israelíes es en promedio de poco menos de 3 hijos. Las de las familias árabes israelíes también tienen alrededor de 3 hijos. Sin embargo, es adecuado generar una Institucionalidad en Israel que haga posible que la misión sionista del país se sostenga independientemente de aspectos políticos, poblacionales u otros que puedan llegar a variar en el futuro.

Muchas de las acciones «antidemocráticas» que se han practicado en Israel pueden estar relacionadas con esta confusión de país judío, religión judía y pueblo judío.

Se identifica «nacionalidad» con religión, y la ciudadanía israelí en la práctica, no entrega los mismos derechos que la nacionalidad. La Corte Suprema israelí, que ha reafirmado la nacionalidad judía en contra de la nacionalidad israelí, rechazó una solicitud de 21 ciudadanos israelíes, judíos en su mayoría, de ser registrados como «nacionales israelíes», no como judíos o árabes. El rechazo de la nacionalidad israelí por el Estado de Israel, argumentan los demandantes, es totalmente antidemocrático y equivale a una discriminación institucionalizada de los ciudadanos no judíos de Israel.

El no reconocimiento del casamiento entre dos personas si no lo hacen a través de alguna religión o credo es una abierta intervención del estado a la libertad de las personas que no profesan una determinada religión o que simplemente no desean participar de sus formalidades.

Obligar a la población laica del país a casarse por la vía de algún credo no reconociéndoles sus matrimonios para todos los efectos legales o sociales si no lo hacen así, es impedir su libertad de elección.

La práctica de poner problemas impidiendo a los hijos de árabes israelíes a adquirir terrenos a fin de poder formar sus hogares es otro modo de discriminar. El entregar la total administración del Kotel («Muro de los Lamentos») en Jerusalén a los heredin (ultrarreligiosos), es un modo de impedir que el resto de los judíos que es la gran mayoría, pueda tener acceso libre con sus familias sin tener que separarse por sexos. Israel está haciendo diferencias según credos y sexos aun cuando su Declaración de Independencia señale que como país postula a la igualdad de los mismos. Eso hay que corregirlo a la brevedad.

Tercer desafío

El tercer desafío que deja la Declaración: acerca de la necesidad de una institucionalidad que asegure un Estado moderno que refleje a cabalidad la idea de país que dejaron muy bien definido sus líderes fundadores.

Veamos una referencia textual de la Declaración:

«... y hasta el establecimiento de las autoridades electas y permanentes del Estado, de acuerdo con la Constitución que habrá de ser adoptada por la asamblea constituyente a ser elegida, a más tardar el 10 de octubre de 1948...».

Algunas ideas que me parecen importantísimas y fundamentales en una futura Constitución del Estado de Israel es la necesidad de asegurar sus condiciones fundamentales de ser:

  • Protector del pueblo judío y sus tradiciones (sionismo) y

  • Un país totalmente democrático con separación tanto de los poderes del estado como del estado y la religión y con igualdad de derechos y obligaciones para todos los ciudadanos ante la ley.

Entrego algunas ideas como manera constructiva de aportar a una futura Institucionalidad, dejando en claro que es absolutamente compatible una Constitución del Estado que garantice las dos condiciones fundamentales recién mencionadas.

Para la misión de ser un país sionista, protector del pueblo judío, pareciera ser necesaria una Institucionalidad Permanente que asegure una adecuada inmigración a Israel y el mantenimiento de las tradiciones judías. De hecho así quedaría asegurado el cumplimiento de la misión que Israel tiene como país

La Corte Suprema israelí podría ser la encargada de confirmar la nominación de representantes para un «Comité Ejecutivo Regulador para la protección y amparo del Pueblo Judío por parte de Israel» (El Comité). Este podría ser un cuerpo colegiado con un 40% de representantes del sector de israelíes laicos, un 40% de israelíes tradicionalistas, un 12% de ortodoxos y un 8% de ultra ortodoxos. Estos porcentajes podrán ser modificados a la luz de los censos oficiales del país en cuanto al porcentaje que dentro de la población judía represente cada una de estas tendencias. Este Comité será independiente de los Gobiernos de turno o de los Parlamentos que existan y de la composición que vaya teniendo la población del país.

El dato de los credos que profesan los habitantes de Israel sería un tema meramente estadístico para cualquier efecto y no parte de trato especial alguno ante la ley.

El aspecto vinculado a la democracia del país sería responsabilidad de los Gobiernos de turno y del Parlamento.

Todo lo no concerniente a la inmigración sería legislado por el Parlamento según lo que señale la Constitución, como sucede actualmente. Tendría que haber separación del Estado respecto a las religiones y todos los ciudadanos, cualquiera sea su etnia, su religión o credo y sus demás características, serán iguales ante la ley y tendrán similares derechos y responsabilidades, de ese modo habrá «igualdad ante la ley» como reza la declaración de independencia.

El tema de las tierras sería parte de las leyes del país las que no podrán discriminar por características de los adquirentes, respecto a la libertad de compra y venta de las mismas. La mayor parte de las tierras que son del estado se seguirán concesionando como sucede en la actualidad.

Tendría que existir una Institución del Estado para concretar el derecho a formalizar los matrimonios civiles entre los ciudadanos de Israel independientemente de sus credos, opciones sexuales, u otras características, aun cuando haya o no contraído matrimonio dentro de las formalidades de algún credo. Sería un Registro Civil como organismo del Estado para cualquier efecto de reconocimiento social o legal de la Institución matrimonial.

Las Leyes Básicas del país tendrían que desaparecer y formar parte de la Constitución o de otras leyes del país según corresponda.

La ciudadanía y la nacionalidad serían un sólo concepto. Quien tenga residencia en Israel podría optar a la ciudadanía, cualquiera sea la religión o credo de las personas o el resto de sus características personales. La condición sionista de Israel quedará garantizada constitucionalmente en base a la Institución del Comité antes señalado que sería totalmente independiente a los gobiernos y/o Parlamentos que existan.

Este análisis, complementado con el artículo ya publicado anteriormente, trata de ser un aporte a la normalización institucional de Israel y también una información «desde los documentos y los hechos» para quienes se interesan en estos temas y que saben que a través de los diversos medios difícilmente tendrán una visión constructiva que apunte a solucionar los conflictos imperantes en esa zona.