En Uzbekistán, en el corazón de Asia central, se encuentra la mítica Samarcanda, cuyo nombre está asociado a una bella historia de amor y es una de las ciudades habitadas más antiguas del mundo.

De Alejandro Magno a Josef Stalin

Los orígenes de Samarcanda se remontan al siglo V a. C. y su esplendor llega de la mano de la antigua Ruta de la Seda y del conquistador turco-mongol, Tamerlán, héroe nacional cuya tumba es venerada en Samarcanda y que consolidó un imperio más extenso que el romano. En la bella plaza de Registán, con sus tres imponentes madrazas o escuelas coránicas -lo que sería hoy un campus universitario- donde se estudiaba desde religión hasta astronomía, tuve oportunidad de observar el fino trabajo de arquitectos y artistas de los siglos XIV, XV y XVI. En la ciudad, caminar por los mercados llenos de aromas y colores, visitar el edificio que contenía el sextante para medir las posiciones de las estrellas creado por el astrónomo y rey Ulugh Beg, en el siglo XVI, o sentarme en el lugar donde llegaban las caravanas provenientes de China, que traían la preciada seda, cuyo secreto de fabricación se mantuvo por siglos y que los mercaderes se encargaron de traer a Occidente.

Por Samarcanda y las tierras uzbekas cruzaron, entre muchos otros, Alejandro Magno, Gengis Khan y Marco Polo. Alejandro se estableció en esta ciudad donde se casó con su primera esposa, Roxana, que lo acompañó hasta la India. La leyenda le atribuye el plato nacional uzbeko llamado plov, nacido de la instrucción dada a su cocinero de que preparara algo «nutritivo y sabroso» para sus soldados y que se sirviera por las mañanas, antes de cada batalla. Hoy se come en todo Uzbekistán y pasó a ser una tradición que el novio, en el día que celebra su boda, lo coma al amanecer solo acompañado de hombres. Tradición machista, por cierto, ya que son mujeres las que lo cocinan.

La historia del siglo XX fue dura con este país de 447.900 kms2 y cerca de 30 millones de habitantes. La revolución rusa y la posterior creación de la Unión Soviética incorporó como repúblicas socialistas los territorios del Asia central que eran mayoritariamente musulmanes, diferentes en el plano étnico, cultural y que hoy conforman cinco países1. En la gran mayoría de ellos la población se declara musulmana sunita, pero también hay cristianos ortodoxos y otras religiones minoritarias. El islam se asentó y desarrolló en el siglo VIII hasta su incorporación a la Unión Soviética en 1924, que rápidamente cerró mezquitas e iglesias proclamando oficialmente el ateísmo, lo que generó la protesta de sectores uzbekos2. La reacción popular se expresó cuando las tropas alemanas invadieron la URSS y parte de la población musulmana se mostró entusiasta con los ocupantes. Si bien muchos lucharon contra los nazis en el Ejército Rojo, Stalin se encargó posteriormente de deportar poblaciones enteras en el Asia central en represalia por su colaboracionismo. Así fue como hoy una mayoría uzbeka convive con rusos, coreanos, tajikos, kazajos, karakalpakos y tártaros.

La época soviética

A los viejos uzbekos con quienes tuve oportunidad de conversar en plazas y cafés, consulté muchas veces qué recordaban de la época soviética como positivo y negativo. Invariablemente las respuestas positivas eran la educación, el trabajo, la seguridad social, la vivienda, el costo de vida. De la misma manera recordaban negativamente la acción de la policía, del KGB y la falta de espacios de libertad para criticar. Transcurridos 28 años desde la desaparición de la URSS, hoy los jóvenes se refieren a ella como algo ajeno, lejano de sus vidas. Una chica de la minoría tártara, cuyos abuelos fueron deportados a Uzbekistán, me decía que para ellos había sido muy duro la clausura de las mezquitas porque era parte de su identidad cultural. Sin embargo, agregó, había sido positivo para las generaciones posteriores que crecieron en la cultura musulmana de sus hogares, pero sin religión en las escuelas, sin velos ni mezquitas. Hoy, que la religión oficial es la musulmana y las mezquitas están abiertas, se ven pocas mujeres con velo, existiendo un soft islam, algo que ella agradecía. Otro aspecto rescatable sería el extendido uso del idioma ruso que permite la comunicación entre etnias y países de la región.

Tashkent, la capital uzbeka, tiene la impronta de la arquitectura soviética: amplias avenidas y la construcción de moles de cemento que reviven de noche, gracias a modernos y coloridos sistemas de iluminación copiados de los edificios moscovitas actuales. El Gobierno comprometió en 2017 una estrategia de reformas económicas -siguiendo la tradición de los planes quinquenales- que debe culminar en 2021 con la apertura económica, social y política. Busca profundizar la economía de mercado con mayor competencia junto con mantener la estabilidad macroeconómica, fortaleciendo la protección social y el desarrollo de una sostenibilidad medioambiental.

En 2017 el ingreso per cápita (PPP) de Uzbekistán alcanzó los US$ 6.253 (consúltese el siguiente enlace; los países del Asia central muestran una gran disparidad de ingresos. En ese mismo año tuvieron un PPP de: Kazajistán US$24.055, Kirguistán US$3.620, Tayikistán US$2.896 y Turkmenistán US$16.389), la deuda pública estaba en el 23,5% del PIB, el gasto en educación era del 19,2% del PIB, la tasa de alfabetización llegaba al 99,98% y la esperanza de vida se situaba en 71,3 años (los datos pueden consultarse aquí).

Entre las fortalezas del país, al igual que los otros que conforman el Asia central, está la ubicación geográfica que renacerá con la Ruta de la Seda y compensará la carencia de acceso al mar. Los 5 países del Asia central limitan con Rusia, China, Irán y Afganistán en una zona donde los intereses geopolíticos cuentan tanto por los recursos naturales que encierra como por la posición estratégica en que se encuentran.

Un Marco Polo chino

Los inicios de la Ruta de la Seda se remontan al siglo II a. C. cuando el emperador Wudi, de la dinastía Han, envió a Zhang Qian — su Marco Polo — a explorar las regiones del Asia central. Le tomó 13 años regresar a China y dejó testimonio en sus escritos luego de recorrer lo que hoy es Uzbekistán, Afganistán y el Turquestán con un relato coherente de lo que había visto y llevando al imperio, entre otras cosas una nueva raza de caballos y plantas desconocidas como la uva y la alfalfa.

El presidente chino, Xi Jinping anunció el 7 de septiembre de 2013 en la Universidad de Nazarbayev, en Kazajistán, la iniciativa de la «Franja Económica de la Ruta de la Seda y de la Ruta Marítima del siglo XXI» o Nueva Ruta de la Seda (NRS). En esa ocasión señaló:

«Hace más de dos milenios, las personas diligentes y valientes de Eurasia exploraron y abrieron vías de intercambios comerciales y culturales que unían las principales civilizaciones de Asia, Europa y África, colectivamente llamada la Ruta de la Seda por generaciones posteriores».

Ello fue el inicio de la conexión que terminó enlazando China con el Mediterráneo y que hoy pretende llegar además a África y América Latina. La NRS abarca ya a 126 países, incluyendo una docena de Europa, con un mercado cercano a los dos tercios de la humanidad. Es sin duda alguna el proyecto más ambicioso de desarrollo del siglo XXI y que beneficiará a todos, especialmente a China que asume el riesgo político y financiero al crear un fondo de 40.000 millones de dólares junto al Banco Asiático de Inversión e Infraestructura con un capital de 100.000 millones de dólares. El desarrollo de proyectos de infraestructura a nivel planetario con la construcción de carreteras, líneas de alta velocidad para trenes, puertos, canales y otras inversiones, tendrán efectos multiplicadores que favorecerán el crecimiento económico y sobre todo el desarrollo de la zona oeste china, donde se espera florezcan ciudades e industrias.

La expansión del poder global de China despierta la natural preocupación de Estados Unidos, de Rusia y otras potencias. En un mundo donde la Guerra Fría para algunos no ha terminado, cada movida en el tablero geopolítico mundial representa una potencial amenaza de intereses. La Administración Trump no desea permitir, por ejemplo, la expansión china a lo que ha considerado históricamente su «patio trasero», es decir América Latina. Con un lenguaje grosero en términos diplomáticos, el secretario de Estado, Mike Pompeo3, viajó recientemente a Sudamérica para advertir, sin vergüenza alguna, de los peligros que representaba la presencia china en la región. Como si los latinoamericanos no recordaran el usufructo brutal de las transnacionales en el pasado, los golpes de Estado e invasiones militares de los Estados Unidos.

El turismo, la nueva seda

La NRS representa para los países del Asia central una oportunidad para dar un salto al desarrollo. El presidente uzbeko, Shavkat Mirziyoyev, parece tener plena conciencia del valor estratégico de su país. En 2017 efectuó visitas de Estado a Rusia y China donde firmó numerosos acuerdos por 16.000 y 20.000 millones de dólares respectivamente. En mayo de 2018 se reunió en Washington con el presidente Trump y habló de «una nueva era de cooperación estratégica» firmando acuerdos con 20 empresas estadounidenses por 5.000 millones de dólares. General Motors produce 250.000 coches al año en sus fábricas en Uzbekistán dando empleo a más de ocho mil trabajadores.

Las potencias saben del valor estratégico y de recursos que representa el Asia central por lo que no es casualidad el interés en estrechar relaciones con estos países y aumentar la presencia de sus empresas. La iniciativa china ofrece recursos, generación de empleos y beneficios recíprocos. China sabe hace tiempo lo que quiere y lo está implementando. Son las ventajas de un sistema centralizado, que mira a muy largo plazo y que está desplegando su presencia global basada en su visión de los principios del realismo en política internacional adaptados a su manera y que comprende cuatro elementos: liderazgo político, poder económico, poder militar y poder cultural, donde el primero es la variable independiente que puede condicionar a los otros4. En cuanto al despliegue cultural a nivel global, China lo inició en 2004 con la apertura de los primeros Institutos Confucio, para la enseñanza y difusión de su lengua y cultura. Hoy tiene 548 institutos repartidos en el mundo, de los cuales 126 están en Asia (Hanban, sede central de los institutos, indica que existen 54 centros en África, 173, en Europa, 21 en Oceanía, 160 en las Américas y 126 en Asia).

Uzbekistán puede aprovechar las oportunidades que traerá esta NRS para potenciar sus ventajas comparativas donde además de su ubicación geográfica y recursos naturales, cuenta con una población joven, instruida y deseosa de progresar. Se suma que el país tiene grandes potencialidades en el plano del turismo con la riqueza histórica que ofrecen ciudades como Samarcanda, Bujara y Khiva especialmente, que se beneficiarán del crecimiento económico regional y que son prácticamente desconocidas para el turista occidental. El turismo puede ser la nueva seda que traerá riquezas y progreso al Asia central. Ya no llegarán los mercaderes en caravanas y tiendas como en el pasado, sino que viajeros modernos en trenes de alta velocidad para instalarse en confortables hoteles que facilitarán el turismo, la integración y la interculturalidad. Es una oportunidad que abre el país para numerosas empresas de todo el mundo que buscan estabilidad y crecimiento económico para invertir, estimular la integración, generar empleos y contribuir a la paz y el desarrollo.

Notas

1 Uzbekistán, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Turkmenistán, juntos suman 4 millones de kms2 y casi 70 millones de habitantes.

2 Luego del triunfo de la Revolución rusa, Lenin designó a Stalin Comisario del Pueblo para las Nacionalidades, quien ocupó ese puesto hasta 1923.

3 Entre el 11 y 15 de abril, Pompeo visitó Chile, Perú, Colombia y Paraguay para advertir los peligros de la presencia china y rusa en la región.

4 Yar Xuetong: Leadership and the rise of great powers. Princeton University Press, 2019.