Multimillonarios televisivos que llegan a la presidencia de la nación más poderosa del mundo, Presidentes de naciones supuestamente respetables que no escriben ni su propio libro (y con serias sospechas sobre la autoría de su tesis doctoral), crisis separatistas, ataques terroristas, crisis económicas... Es una larga lista de despropósitos que vemos, leemos o más bien sufrimos a diario. Se revisten con el halo de noticias pero en realidad forman parte de algo mucho más grande: la geopolítica.

Desde la Segunda Guerra Mundial, la mayor conflagración que ha visto el ser humano hasta la fecha, se han producido en el mundo y en diferentes regiones peculiares por su interés económico – contienen materias primas fundamentales como petróleo o minerales destacados- , estratégico – para mostrar el poder de las superpotencias en eje USA- Reino Unido, Rusia o China- guerras comerciales, ataques con crisis económicas de deuda que subordinan naciones, como por ejemplo Corea del Sur en los años 90, a ser súbditos de los grandes jugadores ya mencionados. Es una partida sin cuartel y sin tregua pero en muchas ocasiones sin armas ni uniformes. La guerra en toda su manifestación de horror, miseria moral y material no está demasiado bien vista por los valores estéticos actuales, más aún después del inapelable e imperdonable drama de la muerte industrializada en Auschwitz. La imagen no queda demasiado bien en pantalla smart. Aunque el morbo venda.

Hoy las guerras se desatan a través de la desinformación, de desacreditar al enemigo de cualquier forma y estrangularlo mediáticamente para que su imagen se empequeñezca y quede deformada, vilipendiada y desacreditada. La mítica historia de buenos y malos, aquel que no piense como yo está contra mí. Y ahí es donde la comunicación tiene mucho que ver. No hay arma más poderosa que la palabra, dependiendo de cómo se utilice. Para clarificar de antemano, los medios de comunicación son el pilar de un estado democrático porque proporcionan a los ciudadanos visiones diversas y contrastadas sobre un mismo hecho, lo que les permite hacer un juicio sopesado y crítico de la situación y actuar en consecuencia. Porque hacen de soporte y vigilante a su vez de la acción de las instituciones en las que se basa la convivencia – poder judicial, ejecutivo, legislativo, económico-.

Actualmente esa función de contrapeso fundamental se ha deteriorado enormemente con prácticas que serían el ideal de cualquier estado totalitario: la utilización de fuentes únicas que respaldan el relato interesado en las noticias –normalmente anti- sistema, que fomenta la imagen decadente de la democracia liberal y su falta de escrúpulos y valores- la no acreditación de las informaciones que no van firmadas y por lo tanto no tienen responsable aunque se expanden de forma estratosférica a través del altavoz de las redes sociales e incluso a través de medios respetados y con periodistas que no contrastan, la atribución a cualquiera – puede ser el portero de una discoteca, un guardia municipal o un abogado interesado en el negocio nacionalista -de la condición de fuente para crear el relato, etc.

Se santificó a figuras como Julian Assange como adalid de la libertad y la transparencia cuando basa su negocio – sí, la guerra también cuesta dinero-en fomentar esa desinformación según quien le pague, casi siempre cercano al ámbito ruso, no en vano aconsejó a Edward Snowden que se exiliara a ese país y participó activamente en programas en medios de este país. Y hoy pagamos las consecuencias. Porque personas como él son los obreros peones de esta nueva forma de guerra que desestabiliza la opinión de la gente hasta hacerla fluctuar a extremos surrealistas – como que Reino unido abandone la Unión Europea- según los intereses de los grandes jugadores (de nuevo, Estados Unidos, Reino Unido o Rusia). Porque en la mentira siempre hay algún resquicio de verdad. O más bien se puede utilizar un resquicio de verdad – la creciente movilización del ámbito separatista en Cataluña por ejemplo- para dar por hecho que tienen el derecho de decidir por 45 millones de personas lo que va a ser el territorio y el futuro de un país sin acatar ningún tipo de ley y aplaudirles. Aunque sea ilógico. O difundir imágenes de cargas policiales con fotos de situaciones y momentos distintos y anteriores en el tiempo a través de las redes sociales para mostrar la brutalidad del adversario. O inflar cifras de heridos con la connivencia de médicos adscritos a una causa que lleva 20 años con un programa muy concreto en el ámbito educativo, social y en especial mediático -para seguir construyendo el relato contra el adversario.

La ambición, el afán de poder y superioridad frente al otro siempre han sido sentimientos que han guiado todo el relato de la historia humana y lo seguirán haciendo hasta que se apague el sol. En nuestra mano como ciudadanos conscientes está el hecho de consumir la información de forma crítica, mesurada y actuar en consecuencia o guiarnos por los sentimientos y pasiones oscuras – odio, violencia, sectarismo, ansiedad- las que nos quieren llevar. Menos Prozac y redes sociales y más juicio crítico.