En tiempos donde las decisiones políticas viven enmarañadas en tercas diatribas, casi insuperables , quizás convenga recordar algunas elementales normas para recuperar la sensatez del diálogo, de la negociación o la concertación, instrumentos civilizados que suelen olvidarse. Esta reflexión orilla algunas de estas materias presentes — lamentablemente — en muchos conflictos de incumbencia política y —particularmente — por el descrédito de los partidos políticos.

Naturaleza de los partidos democráticos

Empecemos diciendo que el ser humano nace con la valiosa facultad de opinar personal y libremente. Por eso, cada persona es un prolífico depósito de ideas y con la capacidad de decir cómo él visualiza al mundo. Pero esa virtualidad de la libertad tiene sus límites. Si cada uno cree ser poseedor del poder para hacer lo que se le ocurra e imponérselo a los demás, el mundo caería en el desorden o, mejor, en la anarquía, utopía que llevaría a una «jauría invivible», como decía Rousseau.

Por eso, ante el peligro del anarquismo, los seres humanos -quizás impulsados por otra de sus facultades distintivas, la necesidad gregaria, han constituido comunidades organizadas, han creado países , han implantado constituciones, han conformado cooperativa, han estructurados partidos políticos... que es el tema al cual hoy queremos llegar.

Los partidos políticos democráticos (también los hay autoritarios, caudillistas, mesiánicos, u otros) son agrupamientos de personas que a través de la coincidencia ideológica o visión común de la vida, buscan cómo construir una sociedad pacífica, funcional y próspera.

En definitiva, ese individualismo — interpretado inicialmente como libertad total — se orienta a un colectivo que busca la normatización, conjuto de disposiciones que permiten una convivencia respetuosa y consensuada.

Desde luego, este agrupamiento tiene matices operativos indispensables. Por ejemplo, pertenecer a un partido no significa anular la opinión individual. Esa opinión, que puede llamarse distinta o disidente, luego de un análisis interno razonado, debe asimilarse al resto, apenas se produzca un consenso de mayoría.

Después de ese análisis en el interior de los partidos políticos — indispensables para el ejercicio democrático — existe otro eslabón que ha aparecido con la experiencia obtenida y como consecuencia del ejercicio democrático en un colectivo (o país).

Experiencia que nace al fundarse otros partidos. En efecto, ampliándose la cobertura a todos los habitantes integrantes de una comunidad o país y teniendo éstos distintas ideas o principios, se fundan otros partidos políticos de vocación democrática pero con fuentes filosóficas distintas.

En ese momento, el sistema democrático exige el pluralismo. Justamente el pluralismo permite que el mensaje programático que tiene ese partido de mayoría eventual acceda al poder y realice sus propuestas... en la abierta posibilidad, según su desempeño, de producir el cambio alternativo. Así opera la ortodoxia de la llamada democracia formal, tal cual la idearon sus visionarios creadores.

Creación y logro

Los partidos democráticos son, entonces, estructuras que reúnen a los individuos que coinciden ideológicamente en la forma de hacer funcionar la convivencia colectiva en sus niveles prácticos, políticos, económicos y sociales.

En consecuencia, existe un elemento motivador cuyo basamento son los valores que llamamos principios doctrinarios. Debemos enfatizar que estos principios doctrinarios son mandatos inalterables en el tiempo porque es la plataforma inmodificable que permitirá sostener al partido en el futuro.

A esos valores permanentes se suman las bases programáticas cuya característica es la flexibilidad y obligados acomodos que se adaptarán a las realidades de cada lugar, a los cambios tecnológicos o las circunstancias que vive cada colectivo. Flexibles pero siempre cónsonas y encadenadas a los principios éticos y doctrinarios que motivaron su fundación ( entre éstos, por ejemplo, respeto a la persona, pluralismo, bien común, libertad, igualdad, etc.).

El contenido del mensaje que emane de ese partido logrará sembrarse en la respectiva colectividad y en la medida de su cobertura proselitista alcanzará el poder, aspiración legítima y ética de todo partido político.

Engendro llamado antipolítica

En la mayoría de los partidos sucede un fenómeno contradictorio que no tiene que ver, intrínsecamente, con su entidad misma sino con factores de carácter humano. Paradójicamente cuando se accede al Gobierno aparecen debilidades humanas que desdicen el mensaje original. Estos cuestionamientos — que se hacen públicos — son referidos, casi siempre, a ventajismos, a clientelismo, a impunidades, a soberbia y a algunos actos de corrupción, sean ciertos o inventados. Además, se generan liderazgos personalistas o grupales internos ajenos a cuestiones valóricas sino a intereses o enfrentamientos individuales.

En este escenario de ambiciones explota la perversa antipolítica donde

«todo lo político hay que excecrarlo»

(H.R. Chávez)

¿Mesianismo salvador?

El clima está abonado para que aventureros astutos y a veces carismáticos se apoderen del descontento con promesas fantasiosas de cambio y paraísos «a la vuelta de la esquina». ¡Surgen los Mesías salvadores de la Patria!

En corto tiempo se descubre la falacia demagógica de estos parlanchines. El engaño mesiánico resulta ser una vulgar dictadura, inexperta, arbitraria y con el único afán de gozar del poder a través de una desatada corrupción.

La forma de lograr el apoyo delirante a este falso futuro idílico, ya se dijo, fue aprovecharse de la Antipolítica, crear un cuadro de futuro idílico y, una vez en el poder, copiar las estrategias conocidas de toda dictadura: sembrar la amenaza y el pánico; cambiar la institucionalidad del país; controlar la población a través de los alimentos, exacerbar el nacionalismo creando enemigos externos, repartir dádivas humillantes y dividir a la desconcertada oposición.

Reacción y esperanza

El mesianismo salvador tiene una existencia relativa, dependiendo de la idiosincrasia de cada lugar. Lo que sí es medible es la reacción indetenible que se produce cuando el desgobierno del dictador llega al «caos invivible». Surge la unidad, la esperanza y se abren las vías para el cambio inevitable. En ese tramo final pueden surgir estertores de la dictadura para no perder lo acumulado y evadir la justicia, pero son «manotazos de ahogado». ¡Lo importante es que esos esfuerzos terminales de supervivencia del régimen opresor no apaguen la luz del largo túnel infernal!