Bután, oficialmente Reino de Bután, es un país del sur de Asia ubicado en la cordillera del Himalaya y sin salida al mar. Limita al norte con la República Popular China y al sur con la India. Se trata de una nación regida por una monarquía constitucional, cuyos órganos y sede de gobierno se hallan en la capital, Timbu. Con una superficie de 40.994 km² y una población inferior a los 800.000 habitantes, Bután es uno de las países más pequeños y con menos población del planeta.

En 1972, el rey Jigme Singye Wanhuck propuso, ante las críticas de que su país era pobre, el índice de Felicidad Nacional Bruta (FNB) para medir la calidad de vida. Esto para no basarse en factores solo económicos como el Producto Interno Bruto (PIB). El FNB, basado en principios budistas, mide la igualdad en el desarrollo, la preservación de la cultura, la espiritualidad y la conservación del ambiente, como factores que ayudan a la felicidad de un pueblo. La participación democrática, sin embargo, no es uno de ellos. Cuando se realizó la primera medición, los butaneses reportaron estar felices. Aunque el país se ha ido abriendo a la globalización y hasta hace poco permitió el Internet y los teléfonos móviles, lo ha hecho bajo los principios budistas de paz, de armonía, de comunicación y vivir sin ostentación.

La encuesta solo encontró un pequeño obstáculo para que los butaneses fueran totalmente felices: la minoría nepalés y la cristiana. Estas dos pequeñas poblaciones eran vistas como elementos nocivos y el rey decidió, para hacer realmente felices a sus súbditos, una limpieza étnica. Considerando a la minoría nepalés como una amenaza, el rey aprobó varias leyes para que esta sexta parte de la población perdiera su legalidad. La policía, primero obligó a los nepaleses a firmar documentos en que renunciaban a sus propiedades y a su ciudadanía para luego expulsarlos del país. En los años 1990 se iniciaron las redadas y la limpieza étnica. El Gobierno quería, sin embargo, no manchar su índice de felicidad: las purgas y las expulsiones no podían entristecer a los perseguidos. Según una víctima: «la policía nos obligaba a firmar la deportación y a sonreír ante las cámaras para que nadie dijera que nos íbamos a la fuerza».

Hoy día 108.000 refugiados butaneses viven en siete campos de refugiados en Nepal. A ninguno se le ha permitido regresar. A los cristianos, no les ha ido nada mejor. El país está en el lugar 38 en la lista de países en que es difícil practicar su religión. Los cristianos no pueden establecer iglesias y deben rezar en su casas. Ellos señalan que, si se dan cuenta, son despedidos de sus trabajos. Pronto, la harmonía y la tranquilidad del país se vería comprometida con las primeras bombas terroristas en la capital, Thimpu y en tres otros sitios. El Gobierno acusa a los refugiados nepaleses. El grupo guerrillero Frente Unido Revolucionario de Bután se responsabilizó de los atentados y advirtió al régimen de que debe ser inclusivo y democrático y que el fin del terrorismo se dará solo cuando los grupos expulsados regresen al país. Bután ya no es tan feliz. La lección que aprendió es que la felicidad y los deseos de la mayoría, sin respetar los derechos de las minorías, nos llevará a la mayor miseria.