Un fracaso que niega el principio — o confirma la excepción — de que «no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista». Nunca ha habido un presidente de izquierda. Los más perfilados, han sido asesinados: Uribe Uribe (1914), Gaitán (1948) y Galán (1989), como casos emblemáticos. Colectivamente también se registran los genocidios del gaitanismo en la década del 40 y de la Unión Patriótica (UP) en la del 80, del siglo pasado.

Síntesis histórica

Colombia está de Bicentenario de Independencia de España, registrada en la historia a partir de la Batalla de Boyacá, el 7 de agosto de 1819, asumiendo como primer presidente el libertador Simón Bolívar, quien gobernaría hasta 1830 con alternancia del vicepresidente, Francisco de Paula Santander, a quien dejaba encargado de cuando en cuando, mientras continuaba sus campañas libertadoras en tierras de Ecuador, Perú y Bolivia.

El poder corrompe…, dice Lord Acton: ni Bolívar ni Santander fueron la excepción, pues terminaron distanciados políticamente: Bolívar promovía la adopción de una constitución más conservadora y centralista que la expedida en 1821, defendida por Santander, por su espíritu progresista como, por ejemplo, abolición de la esclavitud, libertad de expresión y cierto grado de secularización social, descentralización económica y política de los territorios que, en ese momento, eran Cundinamarca, Venezuela y Quito: la Gran Colombia.

En estos avatares nacieron los partidos Conservador (Bolívar) y Liberal (Santander), que predominan desde entonces. Es decir, también pudieran por estas calendas, celebrar (ellos) el bicentenario de gobernar a Colombia dentro de una tendencia derechista, tan dominante, que se da el lujo de dividirse en facciones sin perder el control político que pasa de liberales a conservadores, como en los viejos tiempos, de Bolívar a Santander.

La misma composición actual del Senado, confirma el aserto: de un total de 108 senadores, solo 14 son de izquierda. Y eso, porque dentro del acuerdo final de paz se pactó una representación directa de 5 escaños para las Farc, y una más, para el candidato presidencial derrotado en el balotaje. Es decir, solo 8 senadores deben su curul a electores de izquierda: 5 del Polo Democrático y 3 de Decencia. El resultado de la votación, refuerza el aserto: de un poco más de 15,3 millones de votos válidos para el Senado el año pasado, solo el 8,55% (1,3 millones) pertenece a electores puros de izquierda.

Lo mismo que antes…

Nada en este contexto político parece haber cambiado en Colombia en estos 200 años de Independencia. En torno a la elección de Duque Presidente (2018), la amalgama electoral era de no creer:

— ¡Unidos los expresidentes Uribe-Gaviria-Pastrana!... No, ¿qué era eso? - Y, para colmo, con el apoyo de líderes políticos de partidos que estaban con Santos (gestor de la paz), como la U y Cambio Radical, cuando la oferta de Uribe-Duque era «hacer trizas» los acuerdos con las Farc: no, ¡Inconcebible!…

El día de la foto, los tres alzando la mano de Duque en señal previa de triunfo, la principal revista de análisis político en Colombia, Semana, destacó en su portada:

«Uribe, Pastrana y Gaviria: odios y amores que no revela una foto amistosa. Estos tres expresidentes posaron juntos, como no lo habían hecho en dos décadas. Detrás del acuerdo para apoyar al gobierno Duque hay una larga historia de disputas y controversias que hacían imposible la instantánea».

Todos para uno...

Es un espectáculo — cosa de locos, mejor—, ver el vaivén acomodaticio de los expresidentes, a veces «agarrados de las mechas», y otras, en contubernio político usufructuando altas posiciones burocráticas y ventajas contractuales que les ofrenda el presupuesto nacional.

La elección de Duque, amenazada por una Colombia Humana, del izquierdista Gustavo Petro, puso en alerta a los jefes liberales y conservadores que se unieron en monolítico haz, sorprendente y deslumbrante…

Todavía frescas en la mente de los colombianos las injurias y agravios de unos a otros en los últimos 20 años, parecía imposible su reconciliación. Las redes sociales revivieron los ataques de Pastrana a Uribe, cuando en carta publicada por El Tiempo, lo sindicaba de paramilitar, si así se puede interpretar el párrafo siguiente:

«La coincidencia masiva de la 'parapolítica', en la coalición de Gobierno, y la presencia del cartel de Medellín (léase, Pablo Escobar) en los pactos de Ralito con el Gobierno (de Uribe), no son un chiste, sino un hecho grave».

Y la de Gaviria a Uribe, no es menos sarcástica, cuando en la reelección de Santos (2014), dijo que Uribe «tenía las manos manchadas de sangre»; y, antes, siendo Uribe todavía presidente, Gaviria le espetó: «su Gobierno es un asco».

De este calibre eran las ‘perlas’ que se regalaban, no hace mucho, estos expresidentes que, hoy por hoy, son base deleznable de un Gobierno débil, cual más, viendo a ver qué pescan, por supuesto.

Pero, tan inconcebible como la misma foto insólita, resulta el apoyo de los electores a estos dirigentes-gobernantes con el cuento de que, «si no son ellos, ¿quién más?».

200 años de mediocridad, matizada por rampante corrupción, no han bastado para cambiar de canal. Ahí están, esos son, los que venden la nación, pregona, hace tiempo, un folclórico bambuco interpretado por populares juglares que toda Colombia canta y baila en las tradicionales fiestas de San Pedro y San Pablo a mitad de año, pero nada más… En tantas veces que ha escuchado el estribillo, no parece que hubiera puesto atención al contenido del mensaje. Y, por el estilo hay muchas canciones que denuncian a los mismos con las mismas como ¿A quién engañas abuelo?, otro éxito tan folclórico como las mismas elecciones periódicas en las que, ya es anécdota, se sale a votar por el menos ladrón.

«Divide y reinarás»

Maquiavelo aconseja en política: «divide y reinarás», lo que el emperador, Julio César, aplicaba en la guerra, «divide y vencerás». La variante que introduce la política en el ejercicio de la democracia es genial: no solo es necesario dividir a las fuerzas de oposición para gobernar, sino dividir a los partidos que detentan el poder, precisamente, para capturar esas huestes que se van formando por desgaste del gobierno de turno. No es nueva la estrategia: en 1900, el dirigente socialista, Jules Guesde, ya alertaba sobre la trama política, y decía:

«Se ha efectuado una división entre burguesía progresista y burguesía republicana; burguesía clerical y burguesía librepensadora, de manera que una fracción vencida siempre pueda ser reemplazada en el poder por otra fracción de la misma clase. Es como un navío con mamparos estancos, que puede hacer agua por un lado y no por ello es menos insumergible».

(Cita tomada de «Le Monde Diplomatique» en español: «Lucha de clases en Francia», artículo sobre los chalecos amarillos).

La cita cae bien porque coincide con observaciones nuestras consignadas en diversas oportunidades en las que, insistimos, no son tales las diferencias ideológicas entre Santos y Uribe porque, en lo fundamental, que es el modelo neoliberal, catecismo ideológico de la derecha, siempre están de acuerdo.

Monolitos imantados

La estrategia de la división política interna se ha jugado en Colombia a la perfección. La historia reciente nos habla del Frente Nacional, suscrito entre liberales y conservadores como pacto de no agresión, tras haber asesinado (entre los dos) al socialista, Jorge Eliécer Gaitán, en 1948, desatando una violencia que perdura hasta nuestros días. De esa alternación, que oficialmente duró hasta 1974, no se ha salido: liberales y conservadores siguen alternándose en el poder, con más o menos diferencias de estilo, pero siempre en la misma dirección política, económica y social.

La Constitución de 1991, fruto de otro pacto político entre los compadres, un poco más abierto a la oposición para tapar en parte el genocidio de la Unión Patriótica (de izquierda) entre 1985-1990, parece estar prohijando un lento rompimiento, en el nivel nacional, del régimen bicentenario: algo es algo.

Sin embargo, el baño de sangre no ha parado… Menos, después de la acentuación política de los cárteles y capos del narcotráfico. Después del monumental escándalo en la elección de Ernesto Samper (1994), en el gobierno de Uribe (2002-2010) se llegó a comprobar que al menos el 35% del Senado estaba en poder de los narcotraficantes. Fue tan clara la evidencia que el propio Presidente les hizo a los congresistas (2006) la insólita petición de que le votaran las leyes “mientras no estén en la cárcel”.

Una larga disputa

Tan larga como la disputa Bolívar-Santander sobre la constitución de 1821, parece la disputa Uribe-Santos sobre el proceso de paz con las Farc-Ep. Disputa que los separa en los matices de ese proceso, pero no en lo fundamental del modelo neoliberal, que es lo que talla más en el zapato de los pobres en cuestiones de empleo, salud, vivienda, educación y servicios públicos (lo básico).

La estadística oficial acaba de notificar que Colombia tiene al 19,6% de su población dentro de la línea de pobreza multidimensional, más de 8,5 millones de personas, de un total de 48,2, viviendo con 8.500 pesos diarios: menos de tres dólares. El coeficiente de Gini, más universalmente comprendido, que mide la desigualdad del ingreso de los hogares, pasó de 0,508 a 0,517, entre 2017/2018. Hay departamentos donde la pobreza multidimensional tiene visos de tragedia humana: Guajira, Chocó, Guainía, Vaupés y el Vichada (la Colombia profunda) en donde la población vive en precarias condiciones, sin acceso a programas de salud, educación y servicios públicos.

La pobreza y la desigualdad no se arreglan con la extradición o no de Santrich a Estados Unidos, que es lo que efervescentemente se discute en estos momentos; sino, más bien, con la puesta en marcha de los compromisos sociales establecidos en el Acuerdo de Paz con las Farc-Ep, a saber:

  1. Reforma rural integral
  2. Participación política
  3. Cese al fuego y de hostilidades bilateral y definitivo
  4. Dejación de las armas
  5. Solución al problema de las drogas ilícitas y
  6. Víctimas: verdad, justicia, reparación y no repetición

Los 5 primeros puntos, a dos años y medio de la firma del Acuerdo, no han sido prácticamente tocados porque el punto 6 (resaltado), tiene al país político engarzado en los intríngulis de la JEP (Jurisdicción Especial para la Paz) que ya han comenzado a afectar seriamente al país nacional, tanto en su campo interno como internacionalmente.

¿Por qué el punto 6? Porque cada día es más evidente que dejar fluir la verdad del conflicto pondría al descubierto la nebulosa orientación que Uribe le dio al paramilitarismo desde sus remotas épocas de alcalde de Medellín y gobernador de Antioquia, y finalmente como Presidente, que le reportan, actualmente, más de 200 procesos que hibernan en la Corte Suprema de Justicia y la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes.

Ese es el meollo de la polarización en el que está engarzado, como el pez al anzuelo, todo el «proceso de paz», un término que ya es paradójicamente ofensivo en momentos en que, después de la firma del Acuerdo (diciembre del 2016), 600 líderes sociales han sido asesinados y van, por otra parte, caídos en esta otra batalla por la libertad, 140 desmovilizados de las Farc-Ep, mientras sigue la deserción de importantes excomandantes como Márquez, el Paisa y el mismo Santrich, «por falta de garantías», dicen ellos; o, de vuelta a sus pingues actividades de narcoterroristas, ripostan del otro bando.

En síntesis

La paz tiene polarizado al país político, no porque unos quieran la paz y otros la guerra, sino porque lo que se llama «paz de Santos» se hizo a espaldas del expresidente Uribe por lo que se ganó el mote de «traidor» y parece empecinado Uribe, ahora con el Gobierno Duque bajo la manga, a cobrarle a Santos la traición, cometido que, por demás, no sería difícil, pues, ciertamente el Nobel de Paz dejó un reguero de pistas en contra, como la financiación de su campaña de reelección en el 2014 con dineros supuestamente non sanctus de Odebrecht, investigación, coincidencialmente acelerada en la Comisión de Acusaciones, presidida por el uribista Ricardo Ferro, quien acaba de llamar a declarar en contra del expresidente Santos, a los expresidentes Uribe y Pastrana: ¡Hágame el favor! Pero no se aterren si mañana, también la foto incluya a Santos con las manos alzadas y entrelazadas en señal anticipada de victoria de cualquier otro hijo del establecimiento. En estas lides, los expresidentes no son amigos o enemigos, sino aliados.

Mientras tanto, por lo visto, al tema de la paz de Santos le cargan todo, menos los temas que, precisamente, nos darían paz. Ahí carga también con el auge del narcotráfico, al sostener el Gobierno que durante el proceso de negociación del Acuerdo los cultivos de coca pasaron de 70.000 a más de 200.000 has, entre el 2013 y el 2018.

Y el dato (que es cierto), sirve para torcer el imaginario nacional sobre las bondades implícitas de haber logrado la desmovilización de la guerrilla que llevaba más de 70 años alzada en armas. En efecto, los contradictores naturales de Santos, que son los uribistas en el poder con Duque, deslizan la idea de que ese crecimiento se debió a que el Gobierno de entonces, acordó ‘secretamente’ con las Farc bajar la ofensiva militar en las zonas ocupadas por la guerrilla a las que acusan de ser, a la vez, «el mayor cartel de narcotraficantes que tiene Colombia».

Y este es el leitmotiv del otro feroz enganche político-jurídico en torno al caso Santrich, el exnegociador del Acuerdo de Paz en su versión habanera, acusado y pedido en extradición por EE UU, bajo sindicación de supuesta negociación con el cartel de Sinaloa (México) para introducir al mercado estadounidense 10 toneladas de cocaína. Si se logra la extradición de Santrich, mediante reales o artificiosas pruebas, quedará en la retina de la opinión nacional e internacional, el hecho cierto de que las Farc, con la que Santos negoció un proceso de paz, más que guerrilla era, «y es», sostienen en el posconflicto, un poderoso cartel de narcotraficantes.

Dejando este caso aparte, lo que está quedando evidente es que las Farc desempeñaban una función protectora de zonas donde el Estado no llegaba, ni llega aún, con su imperio de la ley y el monopolio de las armas. Es evidente porque, a más de incrementarse los cultivos de coca, par y paso a la desmovilización guerrillera, también viene aumentando la deforestación en esas mismas zonas que quedaron «sin Dios y sin Ley» donde, lo primero que aparezca es ‘dios’ y lo primero que se diga es ‘ley’. Tan es así, que ahora ya no se tiene un conflicto de orden público con las Farc-Ep, sino un conflicto con múltiples grupos armados que, salvo el ELN (con dudas) ya no luchan por las causas subjetivas del orden social sino por muy objetivos intereses de conquistar los pingues negocios del narcotráfico, la minería ilegal y el tráfico de armas: eso sí que deja plata y, por supuesto, violencia, masacres y crímenes al por mayor.

Puede que los pechos se inflamen por estos días de Bicentenario de Independencia de España, pero los pechos de las madres pobres siguen secos, y los hombros de sus hombres, encallecidos. Tal vez también canten automáticamente en los actos públicos: «Oh gloria inmarcesible, oh júbilo inmortal, en surcos de dolores el bien germina ya», como vienen cantando, ¿A quién engañas abuelo? y Ahí están, esos son, los que venden la nación.