El pasado 14 de julio el presidente de los EE UU, Donald Trump, volvió a generar polémica gracias a unos tuits en los que instaba a cuatro congresistas demócratas a volverse al país del que provinieron. Estas cuatro congresistas, conocidas en Washington como The Squad, son Alexandria Ocasio-Cortez de Nueva York, Ilhan Omar, de Minnesota, Ayanna Pressley, de Massachusetts y Rashida Tlaib, de Michigan. Todas ellas son naturales de EEUU a excepción de Omar, somalí nacionalizada estadounidense que llegó al país como refugiada siendo niña; cabe añadir que ninguna de ellas es de raza caucásica.

Como era de esperar, los tuits de Trump provocaron una respuesta inmediata por parte del Partido Demócrata y este martes llevaron una resolución a la Cámara de Representantes que condenaba esos comentarios por racistas. La resolución consiguió su aprobación gracias a la mayoría de la que goza el Partido Demócrata en esta cámara, aunque también cuatro congresistas republicanos votaron a favor de la misma, dejando el tanteo final en 240 contra 187.

Por su parte y salvo pocas excepciones, el Partido Republicano ha salido en defensa del presidente. Algunos miembros del partido republicano, como es el caso del senador Lindsey Graham, no han dudado en pasar a la ofensiva calificando a las componentes de The Squad como antiamericanas y antisemitas, entre otras cosas. Por su parte, Trump ha evitado cualquier atisbo de autocrítica y nuevamente por medio de Twitter ha atacado a las congresistas y añadido que deberían ser ellas quienes se disculpasen por sus comentarios; asimismo el lunes afirmó frente a las cámaras que sus tuits no eran en absoluto racistas y que se reafirma al decir que si a alguien no le gusta América, que puede irse. Estos últimos comentarios han pasado a ser el argumento de sus seguidores, quienes justifican que no es racista decirle a alguien que se vaya del país si no le gusta.

Justificando el racismo en democracia

La sombra del racismo es algo que lleva pendiendo sobre Trump desde hace tiempo pero que se acrecentó con su entrada en política. Querer imponer restricciones a extranjeros por ser musulmanes, calificar países africanos como «agujeros de mierda», decir que un juez no podía ser imparcial por ser de ascendencia mexicana o poner en duda la nacionalidad de Barack Obama son solo algunos ejemplos de una extensa lista Sin embargo, nada de ello ha conseguido que ni sus seguidores ni el partido republicano considere nada de lo que ha dicho o hecho como racista. La polémica levantada por sus últimos tuits ha conseguido incluso que cierren filas con su presidente y criticar a todo aquel que tilde a Trump de racista.

La realidad es que si hubiese que ejemplificar un comportamiento racista de la forma más simple, como para explicárselo a una clase de primaria, la frase «vuélvete a tu país» sería una de las que aparecería en la lección. Pocas frases racistas hay más obvias que ésta. Sin embargo, esto que hasta hace poco parecía tan claro, ahora empieza a plagarse de grises. Está fraguando la idea de que criticar al actual presidente es anti-patriota y que es perfectamente lícito decirle a alguien que se vaya a «su país» si no está de acuerdo con cómo está funcionando el país.

Parece que se olvida el hecho de que uno de los fundamentos de la democracia es la crítica. Alguien criticando el gobierno de su país no hace sino ejercer sus derechos democráticos y cualquier ciudadano que sea hijo de inmigrantes o nacionalizado tiene tanto derecho a criticar el sistema de gobierno como aquellos cuyas familias llevan siglos en él –algo que, por supuesto, no es el caso de la familia Trump-. También parece olvidarse el hecho de que Trump es el presidente de todos los estadounidenses. Que el presidente le diga a un compatriota que se vaya a su país antes que hacer ninguna crítica no es solo un comentario xenófobo y racista, sino que además pone de relevancia que para el presidente de EEUU, no todos los ciudadanos, de los cuales él está al cargo, son iguales ante sus ojos.