El jueves 8 de agosto, en la oficina, pregunté a dos colegas, frente a la máquina del café, si caería el Gobierno en Italia y la respuesta fue un no casi rotundo, ya que según sus argumentos, muchos parlamentarios prefieren no volver a las elecciones, arriesgando no ser elegidos, perdiendo cargo, sueldo y privilegios. Pocas horas después, todo era en crisis y el viernes 9, en la mañana, se sabía que el Gobierno terminaba sus días, después de poco más de un año con resultados que muchos califican de nefastos.

La pregunta de hoy es si habrá o no elecciones a breve plazo y la respuesta no parece clara. Salvini, que provocó la crisis quiere elecciones lo antes posible, ya que su partido, la Liga, obtiene un alto nivel de apoyo en las encuestas, pero no tiene la mayoría parlamentaria en este momento para imponerse y, por otro lado, es posible que una nueva alianza pueda formar un Gobierno sin llamar a elecciones y trabajar para aislar a Salvini y su partido de extrema derecha.

Las motivaciones detrás de estos intentos de una nueva mayoría son muchas y extrañamente, uno de los políticos que más se ha opuesto a una posible alianza con el Movimiento Cinco Estrellas, Matteo Renzi, en estos momentos está por una alianza, aunque esta sea provisoria. Su corriente política controla muchos senadores del Partido Democrático sin tener el control de la dirección de partido, donde se decide quién será candidato en las próximas elecciones. Por este motivo, Renzi teme que su fracción pierda poder antes de que él pueda formar un partido alternativo de centro.

Estas son las historias que se leían en los periódicos el pasado sábado 10 y sorprende que a menudo, en el juego político, lo que más importan son las ambiciones y cálculos personales. Pero la política tiene parte de su esencia en esto y intereses personales son una variable importante, independientemente de lo que podemos llamar el «interés del país».

Hace una semana atrás, preguntaba cuál era la estrategia de Salvini y muchos dudaban de que pusiera en crisis el Gobierno y lo ha hecho. Después de una semana en la playa, decide que llamar a elecciones no sería un problema, pero algunas reacciones y contramedidas hacen pensar que puede haber errado sus cálculos y que otra mayoría es una alternativa factible.

El proyecto de Gobierno de la nueva mayoría sería aprobar los presupuestos para 2020, cambiar la ley electoral para que vuelva a ser proporcional y reducir el número de parlamentarios. El único problema de esta posible mayoría sería justificarse como tal y el hecho de no llamar a elecciones, pues en un país democrático debería ser la regla en todos los casos.

Por otro lado, los enemigos políticos se vencen en las elecciones. Como todos sabemos, la democracia no es perfecta, como tampoco los políticos y los resultados de esto los estamos sintiendo. Pero la historia de esta crisis no termina aquí y aún faltan algunos capítulos y como en todos los dramas policiacos es mejor ser prudente antes de anticipar el final, ya que la «realidad» podría sorprendernos nuevamente.

El riesgo que corren los partidos de la nueva posible mayoría y, sobre todo, del Partido Democrático es una división interna, ya que aliarse con el enemigo de ayer no es una empresa fácilmente digerible. Si uno se pregunta qué porcentaje de los electores de cada partido de la posible alianza la acepta sin mayores problemas, la respuesta podría ser una sorpresa.

Queda como conclusión que el populismo peca de muchos puntos débiles y uno de estos es el autoengaño y la ilusión absurda de ser imbatible. Una fiebre que en cierta medida ha atacado a Salvini, que ha olvidado los consejos de la política: ser siempre prudente y pragmático sin temer avanzar paso a paso.