Parece que el Reino Unido abandonará la Unión Europea el próximo 31 de octubre, así lo ha prometido el primer ministro británico, Boris Johnson. Muy inclinado a saludar en la puerta del 10 de Downing Street, el César del Imperio británico quiere el divorcio con Bruselas, con o sin acuerdo.

A estas alturas, y solo lleva un mes en el cargo, al líder tory sus gracias políticas le están costando la devaluación de la libra, el segundo referéndum sobre la independencia de Escocia, la perdida del bipartidismo entre conservadores y laboristas a favor de los liberales demócratas, una posible moción de censura en septiembre por parte del laborista Corbyn... ningún César tuvo tantos Brutos voluntarios dispuestos a usar el puñal.

Johnson, convencido a sí mismo de ser un gran descubrimiento en el Parlamento de Westminster, ha puesto la libra muy barata con el brexit duro. Tradicionalmente la moneda inglesa ha comprado más de una unidad de cualquier otra moneda del mundo, pero continúa su devaluación más allá de su cambio actual a 1,09 euros. Sí señor, cuanto más repite el primer ministro que Reino Unido saldrá de la UE en octubre con o sin acuerdo, más se resiente la economía británica.

La inversión empresarial se ha reducido debido a la incertidumbre. Hay negocios que ya no serán rentables, la industria del automóvil, la de alimentación, la química y el transporte serán los más afectados. Con o sin acuerdo, las consecuencias del brexit para la economía serán importantes. Y las relaciones entre Londres y Bruselas están en un punto muerto.

Las zonas más expuestas a un brexit duro, además de Irlanda, serían Francia, Bélgica y Países Bajos, no sólo por su frontera marítima sino porque son en gran medida los puertos de entrada y salida a Europa de los productos británicos. Es tan entrañable que Johnson no vea que el porcentaje de pérdida de riqueza es mucho mayor en el Reino Unido que en Europa, que me recuerda a Matteo Salvini cuando niega la acogida a los inmigrantes. Los noes sistemáticos son el factor común en lideres con tanta visión política.

Según el análisis del Banco de España, nuestro país perdería del PIB el 0,02% en el mejor de los casos y un 0,82% en el peor. Las exportaciones españolas de bienes y de servicios dirigidas a la economía británica suponen el 3,3% del PIB, mientras que las importaciones suponen el 1,9%. Según estima el propio Gobierno británico, Reino Unido acumularía una pérdida del 4,9% del PIB en caso de un acuerdo comercial con la UE, y hasta un casi un 8% en un escenario de brexit sin acuerdo.

La UE advierte que, si no hay acuerdo, el primer paso antes de negociar es que los británicos salden las cuentas pendientes — 45.000 millones de euros que Reino Unido tiene que abonar a la UE por los compromisos adquiridos —, buscar una solución a la frontera con Irlanda y asegurar la protección de los derechos de los europeos en territorio británico. Es decir, pasa por las mismas fricciones que están dificultando el acuerdo en este momento.

Johnson ha pedido a la UE que prescinda de la salvaguarda irlandesa o backstop tras el brexit por considerar que ese mecanismo no es democrático. La cuestión es que Bruselas quiere evitar una frontera física entre las dos Irlandas, y esa condición debe formar parte el proceso de salida y no puede cambiarse porque existen los acuerdos de paz firmados en Irlanda del Norte en 1998, que exigen que no haya una frontera entre la República de Irlanda y la región británica del Irlanda del Norte.

De producirse una rotura abrupta, el primer ministro ya ha amenazado con introducir medidas de control en la frontera y terminaría con la libre circulación de personas. Detener a Boris Johnson y a su principal asesor, Dominic Cummings, es la tarea más urgente de los parlamentarios británicos para impedir la catastrófica salida del Reino Unido de la Unión Europea sin acuerdo.

Conforme se acerca la fecha límite, el debate sobre cómo conseguir un acuerdo se ha ido diluyendo, y gana terreno la estrategia del miedo mientras se reproducen las declaraciones que alertan de sus consecuencias. «Los británicos serían los grandes perdedores. Actúan como si no fuera a ser así, pero lo será», ha avisado Jean-Claude Juncker.

Lo cierto es que Johnson puede tener el poder para tomar la decisión más devastadora para el futuro del país. Un brexit sin acuerdo amenaza la unidad del país, la seguridad económica de los británicos, la paz en Irlanda del Norte y le enfrenta con el resto de los socios europeos, al tiempo que diezma su influencia internacional.

Aproximadamente 17 millones de personas votaron para abandonar la UE en junio de 2016: un 35% de los votantes, otro 30% no votó. La participación electoral fue del 71% del censo y aproximadamente el 52% de los votantes apoyaron la salida, los brexiteers. Sus razones son básicamente tres: la preocupación sobre el nivel de migración de la UE al Reino Unido, el deseo de restaurar la soberanía del Reino Unido y la desregularización con Bruselas, y por último, el deseo de los fundamentalistas del mercado de cambiar el modelo regulatorio de la UE al de Estados Unidos.

El brexit es el primer paso atrás en la construcción política de Europa que consiguió acabar con medio siglo de guerras que ensangrentaron al mundo. Por primera vez la UE pierde a un miembro, y no a uno cualquiera. Es una pena, no hay verano azul para la UE y Londres.

Los británicos cambian el bloque europeo por Estados Unidos. Trump ha prometido un acuerdo comercial de enormes dimensiones una vez que los británicos hayan dejado la UE y corten sus relaciones con el bloque comunitario. Esto suena a música celestial para los partidarios de un brexit sin acuerdo, que siempre ha considerado a Estados Unidos como el salvavidas que podría compensar la perdida de relaciones comerciales con Europa.

¡Cuidado! tener como “socio” a Estados Unidos te hace enemigo a nivel geopolítico de medio planeta, China, Rusia, Oriente Medio, África, media América Latina…no tiene nada de celestial el suicidio comercial. La pregunta es: ¿los británicos salen de Guatemala para entrar en Guatepeor?