Hay una muy lucrativa actividad financiera cuyo éxito crece día a día, que podríamos poner en la góndola de los consultores, asesores, consejeros y otros vendedores de pomadas milagrosas. Me refiero a los administradores de fortunas, financial advisors, asesores patrimoniales, planificadores financieros y servicios de banca privada diversos y variados, sin olvidar a los expertos fiscalistas.

Para estos patriotas el mundo está constituido esencialmente por un tipo de homínido, cuya principal característica reside en la posesión de un capitalito, grande o pequeño, poco importa, la atomización y la variedad de la oferta hace que encuentres algún financial advisor dispuesto a sacrificarse por tu futuro a partir de un par de millones de valerosos pesos, menos de 3.000 dólares al cambio actual.

Según el argumento bien rodado, cuidadosamente pulido, mejor aprendido y excelentemente restituido, gracias a su experticia estos tigres son capaces de guiarte como Circe guió a Ulises después de garchárselo, con el encomiable propósito de hacer crecer tus ahorros hasta transformarlos en una cuantiosa fortuna y a ti en un pinche afortunado. El motor de esta lucrativa actividad es por cierto la codicia insaciable, y su mejor instrumento un anzuelo verde en forma de S con dos rayitas verticales.

El mundo ideal de un financial advisor está poblado de investors que no le trabajan un día a nadie visto que la alta rentabilidad que obtienen gracias a los loables desvelos de los primeros les permite vivir practicando una actividad célebre en las teorías económicas en boga: tirárselas (los economistas serios dicen «practicar el ocio», que es más o menos lo mismo).

Un financial advisor normalmente constituido forma parte de la elite. En la larga lista se cuentan fenómenos como Bernard Madoff, Henry Kissinger y Carlo Ponzi, un italiano emigrado a los EEUU que además de haber sido financial advisor inventó las pirámides o esquemas en forma de pirámide, no está muy claro, en la materia los tratadistas divergen. Más de algún economista lo confunde con Carlo Ponti, otro italiano, que invirtió en un monumento y se hizo rico a tal punto que desde ese momento en adelante tuvo chicha y chancho a voluntad por el resto de su vida.

La principal diferencia entre un financial advisor y un economista es que el primero lee. Las páginas rosadas de los diarios financieros desde luego, las conclusiones de la Red Rock Finance Conference, sin duda, las disquisiciones del Monetary Policy Committee del Banco de Inglaterra –The Old Lady para los iniciados– que se reúne ocho veces al año, indefectiblemente, y por supuesto los informes de la FED cuando la FED se raja con alguno, así esté redactado en la críptica jerga del famoso Alan Greenspan, mítico presidente del Banco Central de los amerloks, quien solía decir: «Si me han entendido es que debo haberme expresado mal» (sic).

Precísolo porque en su enconado empeño de lograr que nadie dé golpe, –haciéndonos vivir a todos del producto de los legendarios high yields que un financial advisor te asegura con más certidumbre que una promesa de candidato presidencial o un milagro de San Expedito–, estos benefactores de la Humanidad exponen ideas y análisis que vuelan mucho más alto que las pedestres opiniones de los analistas financieros de la televisión chilena.

John Mauldin –mi financial advisor preferido– en su última nota, hace gala de una osadía digna de un economista al pedo y echa mano a la astrofísica. Así como lo lees.

Los científicos dicen que las leyes (físicas) cambian en un agujero negro cósmico en lo que los astrofísicos llaman «horizonte de sucesos». ¿Cómo lo saben? No por medio de la observación, visto que lo que allí ocurre, por definición, es imposible de observar. Lo infieren de los alrededores, que dicen que las matemáticas del Universo, como lo entendemos, cambian en el horizonte de sucesos. O tal vez no. Una teoría dice que en este momento estamos todos dentro de un agujero negro. Eso podría explicar algunas cosas relativas a las políticas de los bancos centrales.

John Mauldin cita a Ray Dalio, otro experto, quien, para resumir, dice que estamos en un mundo en el que:

Los bancos centrales disponen de una limitada capacidad para estimular el crecimiento a medida que nos aproximamos al fin de un ciclo de deuda a largo plazo (admitiendo que algún banco central haya estimulado alguna vez el crecimiento, lo que está lejos de haber sido demostrado),

La riqueza y la polarización política están produciendo un conflicto interno entre los ricos y los pobres así como entre capitalistas y socialistas (mirsh… vuelve la lucha de clases…),

Hay también un conflicto externo entre un poder naciente, China, y el actual líder mundial, los EEUU (se ve que este tío es un visionario…).

John Mauldin concluye:

La última vez que el mundo vio esta combinación fue en los años 1930, lo que no nos tranquiliza, por decir lo menos. Pero, como yo digo, podemos sobrevivir si somos sabios. Ese es un gran ‘si’, habida cuenta del comportamiento de algunos inversionistas durante los fines de ciclo, pero la gente hace lo que hace. Solo podemos controlar nuestras propias acciones. Estamos acercándonos al agujero negro, lo que quiere decir que no podemos confiar en estrategias previamente confiables.

Hasta ahí se trata de un truco de vendedor que consiste en asustar al cliente, para luego venderle la solución. Afortunadamente, frente al agujero negro, la incertidumbre que crea, y la inutilidad de los remedios conocidos… ¡tenemos los consejos de John Mauldin!

Lo que no quita que los tres elementos citados por Ray Dalio formen parte del cuadro actual. El Banco Central Europeo, que ha mantenido las tasas de interés en 0% durante años, y que incursiona en las tasas de interés negativas amén de comprarle activos a los bancos e incluso directamente a las empresas, persiste en su política de relajo monetario que llaman Quantitative Easing.

Justo cuando Mario Draghi –presidente del BCE– se va, cediéndole el sillón a Christine Lagarde cuyos hechos de armas más señalados son haber sido condenada por incompetente por la justicia francesa en un caso de estafa (fue dispensada de pena, incluyendo las clases de ética…), y el haber autorizado el más grande crédito de la historia del FMI a Argentina –56.000 millones de dólares– lo que contribuyó a hundir la economía rioplatense.

Como dice Mauldin, no es para estar tranquilos…

Los bancos europeos protestan visto que con tasas de interés en 0% no ganan ni un kopek, y que las tasas negativas les obligan a pagar por prestar dinero. Peor aun, si depositan su liquidez en el BCE, éste les cobra en vez de pagarles intereses. Resultado… los bancos le aplicarán la misma receta a sus clientes: de ahora en adelante, en vez de pagarte intereses por tus depósitos, te cobrarán por guardarte el dinero (en Chile eso ya ocurre, por algo somos precursores del desmadre).

Lo bueno es que el Estado francés se ahorró 1.500 millones de euros en el 2018, tomando créditos a tasas negativas. Endeudarse es negocio. Lo dicho, el agujero negro está cerca, muy cerca…

Por otra parte, no hay que ser un genio de las matemáticas estocásticas ni especialista de los objetos fractales para darse cuenta que la acelerada acumulación de la riqueza en pocas manos, dejando a la masa de pringaos sin ni uno, está generando conflictos entre ricos y pobres.

Situados frente al abismo, los gobiernos europeos, Francia en tête, pisan resueltamente el acelerador.

Cada año el sistema de previsión por repartición francés distribuye unos 350.000 millones de euros en pensiones… sin que nadie agarre un centavo de lucro. ¡Impensable!

Francia gastó en Salud en el año 2018 unos 204.000 millones de euros sin que los pinches privados palpasen el más mínimo beneficio. ¡Inimaginable! Poco importa que el sistema sanitario galo sea uno de los mejores del mundo, la cuestión es cómo hacer para lucrar con él.

He ahí las razones que impulsan al gobierno de Macron a reformar, reformar y reformar, porque de otro modo el mundo se va a acabar. El «atraso» de Francia tiene que ver con que otros países de la UE ya esquilmaron a sus ciudadanos –particularmente Alemania– y acá aún resisten.

Si Macron tiene éxito, el proceso de acumulación de la riqueza en Francia –país con el más alto número de millonarios de Europa– conocerá una aceleración significativa. Robespierre… ¡despierta!

¿Es de sorprenderse si las luchas sociales alcanzan en estas tierras el grado de intensidad y de radicalidad que en su día destacó Karl Marx?

La cuestión que se plantea es la de saber si el personal –en el ámbito planetario– comprenderá, o no, el mensaje que Étienne de la Boétie envió a mediados del siglo XVI en su Discurso de la Servidumbre Voluntaria: para dejar de ser siervos basta con dejar de servir.

La trilogía que propone Ray Dalio y que hace suya John Mauldin se completa con un descubrimiento más grande que el bosón de Higgs: la Tierra es plana. Si la Historia enseña algo, es que nunca hubo un imperio inmortal. Unos tras otros, desde Babilonia en adelante, nacieron, crecieron, llegaron a una cúspide de desarrollo y de poder omnímodo, para luego periclitar, desaparecer hasta de la memoria de los pueblos, y abrirle paso a la dominación de un nuevo imperio.

Que la hora del imperio yanqui haya llegado –si es el caso– no puede ser sorpresa para nadie. Pero sirve recordar que ningún imperio desapareció sin antes ocasionar una ola de desastres, guerras, desórdenes, tiranías locales, masacres, luchas de influencia y otros males mayores.

Puede que Trump no sea tan idiota después de todo, y se haya dado cuenta de que America great again está jugando los descuentos. Perdido por perdido –debe decirse– me llevaré por delante a todo dios, el dueño americano no morirá solo (puse bien dueño, y no sueño…).

Entre tanto, –no hay lucro despreciable– los financial advisors siguen intentando enriquecerte a cambio de una modesta comisión. Y los investors, no por ricos menos tarugos, siguen intentando acrecentar su capitalito aun a riesgo de perder hasta la camisa.

John Mauldin lleva razón: la gente hace lo que hace. Como en la fábula de la rana y el escorpión.

Así les va…