La última guerra en Suramérica (Perú – Ecuador), se liquidó en 1995; duró cinco semanas y dejó entre 200 y 500 soldados muertos a lado y lado. Se le llamó «Guerra del Cenepa» en alusión al rio del mismo nombre que delimita la frontera entre los dos países.

Un enardecido sujeto gritó al paso de una marcha por la paz en Bogotá, en enero 20 de este año, plomo es lo que hay, bala es lo que va y la arenga se volvió viral, pero sobre todo e infortunadamente, esquemática.

Otra anécdota de antesala a esta crónica puede ser el ‘Festival Internacional de Poesía’ realizado en Medellín el pasado mes de julio, dentro del cual se recordó al «poeta de la paz», Luis Florez Berrío, quien, en 1954 del siglo pasado, dijo:

la paz no tiene paz, nació cansada, creció enfermiza y navegó en las sombras.

Entre el verso del poeta en 1954 y la arenga del sujeto en 2019, hay una conexión macabra que retrata la larga parábola de la violencia en Colombia.

A raíz de la firma del acuerdo suscrito en noviembre del 2016, Colombia se ha vuelto paradigma de paz. Lo que tal vez no sabe la gente de afuera es que los colombianos estamos viviendo una paz a regañadientes del actual Gobierno que, encabezado por Iván Duque, a la sombra del expresidente Uribe, prometió «hacerla trizas», y lo está cumpliendo, ayudado, quién lo creyera, por los mismos combatientes.

Los mejores registros de imagen del presidente Duque, después de la elección, se los debe, paradójicamente, a sus enemigos más acérrimos: el ELN, las Farc y al presidente Maduro, de Venezuela. Pero, al mismo tiempo, estos tres factores ensombrecen la paz interna y externa de Colombia porque, en lo interno, se ha acrecentado la violencia armada y, en lo externo, estamos «a tiro de as» de reventar fuegos en la frontera. De hecho, el pasado 10 de septiembre, Maduro inició «ejercicios militares» con misiles y tanques apuntando a Cúcuta, la misma ciudad colombiana que sirvió de base a la frustrada «operación humanitaria», acusada de «pantomima» estadounidense para invadir a Venezuela. En medio de la iracundia entre los vecinos, Trump advierte a Maduro que «si ataca habrá consecuencias»; ídem se ha oído de Putin, pero en defensa del bolivariano.

Vamos por partes

El primer acto que levantó del suelo la imagen presidencial fue el demencial atentado a la Escuela Nacional de Policía de Bogotá (enero 17 de este año), reivindicado por el ELN, en el que mataron 22 cadetes (oficiales en formación). De inmediato, el presidente rompió el diálogo de paz con los elenos que dejó en ciernes su antecesor; elevó el tono de sometimiento por las armas de los subversivos, que aquí se le dice «seguridad democrática», y, las «fuerzas vivas» le rodearon.

En el segundo caso, el retorno a las armas de altos comandantes de las Farc-Ep encabezados por Iván Márquez, Jesús Santrich, Romaña y el Paisa (por sus seudónimos de combate), todos bajo el manto del acuerdo de paz, reforzó el discurso de la seguridad democrática que descalifica su condición de insurgentes y les tilda de «mafiosos, cuya decisión de volver al monte obedece más a su conexión con el narcotráfico que a su lucha social», dice y parece cierto.

Aparte de eso, el retorno a la clandestinidad de Márquez y sus secuaces se presenta en plena campaña electoral, lo que le da un plus político al Centro Democrático del expresidente Uribe, incentivo que respalda su discurso contra la paz de Santos a la que acusa de «negociación ventajosa con unos terroristas».

Tanto en enero como en agosto de este año, al momento de ese par de salvavidas, el presidente Duque arrastraba una imagen no más arriba del 35%, en promedio, según las encuestas divulgadas en su momento por todos los medios de comunicación.

En el mundo de las especulaciones, en el que cabe de todo como en la caja de Pandora, no encajan todavía estas dos contradicciones:

1) Si el ELN tenía voluntad de paz, y, de hecho, sus delegados se encontraban stand by en La Habana a la espera de que el sucesor de Santos decidiera continuar el diálogo, ¿cómo es que se le ocurre perpetrar semejante atentado terrorista, no solo en la capital del país sino en el corazón mismo de la Policía Nacional y, de contera, contra unos estudiantes en formación de oficiales?

2) Si tanto Márquez como Santrich, a más de estar cobijados por la JEP, tenían sendas curules en Senado y Cámara que les extendía, además, inmunidad parlamentaria, amén de un jugoso sueldo combinado con guardaespaldas, casa, carro, viáticos y asesores, ¿cómo cambian semejante vida muelle por una azarosa vida en la clandestinidad?

Una sola respuesta parece cobijar las dos preguntas: los alzados en armas ya no luchan por reivindicaciones sociales o políticas, sino incentivados por el lucrativo negocio del narcotráfico y la minería ilegal que se ha vuelto tanto o más lucrativa que la droga, pues, los metales estratégicos como el oro, platino, diamantes, uranio, cobalto, zinc, grafeno y coltán, presentan alta y creciente demanda en la pujante industria telemática.

En el caso particular de Márquez y Santrich, además, se dice que «tenían una pata en el avión de la DEA con destino a EEUU en extradición», pues, habían seguido en el negocio del narcotráfico después de la firma del acuerdo de paz, lo que les excluía de toda protección, es decir, ya tenían probablemente perdido su lugar en la JEP y sus curules en el Congreso; y, las evidencias de su supuesta reincidencia delictual estarían en poder de Marlon Marín, un testigo protegido de la DEA que viene a ser, ni más ni menos, que sobrino de Iván Márquez, cuyo nombre de pila es, Luciano Marín.

Lo único concreto en este relato es que…

(1) La imagen pública de Duque ha sacado ventaja de las cosas, aparentemente locas, del ELN y la deserción de los comandantes guerrilleros de las Farc-Ep del acuerdo de paz;

(2) Ha ganado espacio el discurso guerrerista de la seguridad democrática de Uribe, directamente proporcional al desmedro del discurso de paz de Santos y,

(3) En vísperas electorales, se afianza el envalentonado discurso de los candidatos del Centro Democrático a gobernaciones y alcaldías – asambleas y concejos.

Estadística macabra

La fría estadística de asesinatos relacionados con la reactivación de la violencia en Colombia, en estos casi tres años de suscrito el paradojal acuerdo de paz, muestran que de todo se puede hablar en este país, menos de paz:

1) De acuerdo con Naciones Unidas, al menos 137 excombatientes han sido asesinados desde que se firmó el acuerdo, lo que ha provocado temor entre muchos de los 13.000 reinsertados, trayendo a cuento la sistemática eliminación de al menos 3.000 miembros de la Unión Patriótica (UP), acogidos a otro frustrado acuerdo de Paz con las Farc, en la década de los 80 del siglo pasado.

2) El asesinato de activistas de derechos humanos también se ha disparado. Aunque las cifras difieren según la fuente, las estimaciones van desde 289 homicidios (cifras oficiales) hasta 738 en las cuentas de ONG como la Fundación Paz y Reconciliación cuyos directores, a propósito, también acaban de ser amenazados de muerte por uno de los más violentos grupos armados afín al paramilitarismo: las Águilas Negras.

En plena campaña electoral, van 7 candidatos a alcaldías asesinados; se han prendido alarmas en 230 municipios y afloran amenazas por todas partes porque, entre otras cosas, esto tan serio parece un juego en línea de todos contra todos.

La ardentía se traslada a las redes sociales. Miles de miles responsabilizan a Santos de «haberle entregado el país a las Farc», al tiempo que otros tantos miles de miles responden que «Santos le entregó el país fue a Ivan Duque Márquez, no a Iván Márquez», haciendo hincapié en el nombre y el apellido que, coincidencialmente, se comprenden en el Presidente y el guerrillero.

Precisamente, aludiendo a los dos, el escritor colombiano, Juan Gabriel Vásquez, en una columna publicada en The New York Times, responsabiliza a ambos del reinicio de la guerra al decir:

Durante su primer año en el poder, el presidente Iván Duque ha mantenido una ambigüedad indolente frente a la paz: ha objetado y ralentizado la implementación de los acuerdos, que habrían sido difíciles de llevar a cabo incluso sin esos obstáculos.

Y, agrega:

Dice Márquez que vuelve a las armas para «luchar por la paz traicionada». Que no se confunda … Ellos, los que acaban de declarar que se abre una nueva guerra, son desde ahora parte de los traidores.

Venezuela al ataque

Buena parte de la elección de Duque se debe a la instrumentación política que se hizo de la crisis de Venezuela atribuida al castrochavismo, término que se acuñó en referencia al Socialismo del siglo XXI que impulsó Chávez, auspiciado en teoría por Fidel Castro. Esa crisis, exacerbada por el cerco económico que le tendió EEUU al régimen de Maduro, nadie la quería en Colombia, y la única salvación era votar por Duque, el cristo de Uribe.

Se pensó que una vez logrado el objetivo de la presidencia, el cuento del castrochavismo pasaba a segundo plano: ¡error! El elegido asumió con obsesión matemática su papel de líder de la «restitución democrática» en Venezuela. En cualquier escenario habla de la «dictadura Maduro»: desde los alfombrados salones de la ONU, la OEA y la Casa blanca, hasta los humildes tapetes que le tienden al paso de sus reuniones Construyendo país, en cualquier alejado municipio.

Los problemas de Venezuela de desempleo, pobreza, salud, libertad de expresión, impunidad y persecución a la oposición política, entre otros, que el presidente Duque magnifica como consecuencia de la dictadura Maduro, son los mismos de Colombia: ¿de qué dictadura habla Duque?, se pregunta la gente.

En su obsesión política, el Presidente, sus colaboradores más cercanos y su partido político, Centro Democrático, no ahorran agravios al régimen venezolano, y pasan del dicho al hecho: Cúcuta es epicentro de los halcones de Trump y sus aliados, incluyendo al mismo Secretario General de la OEA, que todos han venido a provocar desde allí a Maduro.

Últimamente Duque lo acusa de albergar en territorio venezolano a los guerrilleros del ELN y las Farc; pero, lo mismo puede decir Maduro, y la ecuación es sencilla: si el ELN y las Farc buscan tumbar a Duque, Guaidó y sus secuaces, parapetados en territorio colombiano, buscan tumbar a Maduro. Al cierre de esta nota se revelaron escandalosas fotos de Guaidó en territorio colombiano abrazado con unos paramilitares en clandestinidad. Es como si se pillara a Márquez abrazado con unos milicianos en territorio venezolano.

Tanto va el cántaro al agua...

Hasta que, al parecer, cansado de tanta provocación, o cumpliendo algún propósito bélico, instigado desde Rusia (todo en este explosivo caldo bélico cabe), Maduro ha decido pelar los dientes. Desde el 10 de ese mes, despliega sus fuerzas militares (aérea, terrestre y marítima), a lo largo de la frontera colombo-venezolana. Solo falta que se rompa un florero, para que se arme la de Troya.

La mesa está servida: al día siguiente (miércoles 11) de la movilización de tropas venezolanas a la frontera con Colombia, la OEA convocó para fines de este mes de septiembre, el TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca) suscrito por 18 países americanos que puede dar aval a una intervención militar en Venezuela al considerar su situación una amenaza cierta a la paz continental. No obstante, esta decisión sigue siendo tema de división, pues, de los 18 países miembros, cinco se abstuvieron de votar el TIAR (Costa Rica, Panamá, Perú, Trinidad y Tobago y Uruguay) y, un sexto, no estuvo en la reunión. Pero va ganando legitimidad el patético cerco que asfixia a la población y es responsable en buena parte de la hambruna, la falta de medicamentos con miles de muertos a cuestas y la masiva migración de venezolanos en abierta violación de los derechos humanos.

Latinoamérica, aunque muchos de sus países afrontan conflictos internos de vieja data (Colombia, Nicaragua, México, Perú y Brasil, entre otros), hace años no registra confrontación bélica entre países. La última fue la «Guerra del Cenepa» entre Ecuador-Perú, en 1995, sin mayor trascendencia internacional.

Viene a cuento la historia porque, este batir de tambores tiene tintes de guerra inédita en estos lares. Las esporádicas pero contundentes declaraciones de EEUU en apoyo a Colombia; y, a la vez, las de Rusia a Venezuela, pintan un panorama que de llevarse a cabo quedaría Latinoamérica poco menos que parecida a los escenarios bélicos de Ucrania, Irak, Siria, Líbano, Libia, Afganistán, Egipto, Nigeria, Yemen y Arabia Saudita desde donde se gruñen y miden sus fuerzas las potencias.

En este escenario, tiene toda la razón el belicoso del cuento:

Plomo es lo que hay, bala es lo que va.