No es un error ortográfico el del título del artículo. Está escrito en catalán. Decidí no traducirlo porque es el título que tenía la foto que inspira este texto.

Son muchos se quejan de que no hay voluntad ni valentía para cambiar lo malo de este sistema inhumano que empieza a mostrar los dientes cada vez más a menudo. Otros tantos son los que dicen que las generaciones actuales prefieren quedarse «calentitos en casa» y opinar por las redes sociales y desde el sofá. Los revolucionarios del pasado nos dicen, a los «ociosos» de hoy, que así no vamos a cambiar nada...

Es verdad que la forma de protestar ha cambiado sustancialmente. Las luchas obreras y los logros de las décadas de los sesenta y setenta quedaron atrás. Los enfrentamientos en los ochenta y principio de los noventa, cuando las industrias pesadas de muchos países se vieron abocadas a la reconversión (por decirlo de modo amable, podéis encontrar mucha literatura sobre los estragos que esa época provocó en nuestras sociedades occidentales) sirvieron para hacer revivir al ave fénix social. Sin ellos, muchas ciudades europeas habrían desaparecido. Hoy todo es diferente. Las revueltas no se ven venir hasta que ocurren y algunas ni tan siquiera eso, son virtuales. La foto que inspira este texto es un ejemplo claro. Está ambientada en una Cataluña en pie de guerra y es un zasca en toda la cara a los que no nos movemos en absoluto. ¿Es necesario moverse físicamente?

La imagen fue tomada durante esta semana de enfrentamientos violentos y movilizaciones pacíficas en Cataluña. Refleja muy bien que la revolución actual es irónica y tiene un discurso mucho más elevado (bajo mi punto de vista) que en otras épocas. Las reacciones públicas actuales ante el acoso del poder (político bajo el control del poder económico) son más sutiles, no más débiles, como muchos podrían pensar.

La revolución pendiente

El Estado del bienestar es una farsa. En Europa y en USA, en ciertos países de Asia y en otros tantos del mundo el estado del bienestar es una marca que los políticos defienden como mérito propio y mérito de sus antepasados. Seguramente fue mérito de los que lucharon por conseguirlo en las calles y en sus trabajos, pero no de los políticos, o solo de algunos pocos que en realidad se la jugaron.

Digo que es una farsa porque hoy por hoy es tan ficticio como el dinero con el que compramos una barra de pan. Ambos pueden desaparecer en cuestión de horas. Podríamos pasar al estado de bienestar de Libia si a un grupo de poder se le pasa por las narices. No estamos libres de caer y todos somos susceptibles de ir perdiendo —poco a poco y como si de una enfermedad crónica se tratara— esos beneficios que durante años lograron conquistar nuestros padres y abuelos. Es más, en cierto modo, algunos ya los hemos dado por perdidos.

La revolución pendiente es la que se está gestando ahora mismo y no sabemos cómo ni cuándo estallará.

Los cambios de la segunda década de este siglo

Se dice en algunos medios que se aproxima otra recesión, ¿habrá más despidos o bajará el salario de las personas? ¿Volverá a haber cientos de desahucios por semana?

Ya nada sorprende a un pueblo que todavía no sale de la crisis de 2008. Es muy difícil hacer creer a un danés que aunque esté en el norte de Europa, lo que pase a los países del sur no le afectará. Los inmigrantes ya se han acostumbrado a venir en pateras y ni si quiera los fascistas que invaden los países europeos podrán pararlos. El muro de Trump no va a parar a las familias que mueren de hambre y a tiros en Honduras y quieren salvar sus vidas.

Los Gobiernos toman que van en contra de lo que sus habitantes necesitan y los cambios que se promueven van todos en la dirección que marca el dinero. Esta revolución que se está gestando es completamente silenciosa e impredecible. Depende de muchos factores al mismo tiempo. El ojo de un huracán está aquí entre nosotros y las miradas de todos están atentas a un partido de fútbol, a un torneo de tenis, a cualquier mosca que pasa volando. El sistema no corre peligro, hasta que esos del sofá decidan que se acabó.

Los rebeldes no parecen rebeldes

Los autodenominados millennials usan los pantalones algo más cortos y llevan los pies desnudos por fuera de los zapatos. Las chicas visten de forma que sus madres nunca pensaron posible, algo parecido y distinto a lo que se hacía en los setenta y ochenta.

No son las modas viejas que vuelven, son una mejora de otras y una aportación de ellos. Y no hablo solo de la forma de vestir. Los rebeldes no se ven venir y pueden ser pijos o hippies, normales o extraños. No se les ve venir y eso es lo mejor de todo. Hoy un chico o una chica se encuentra con otros en Twitter para hablar de sus cosas, para comentar su día y luego sus charlas derivan a temas que nada tienen que ver con el día a día y terminan juntándose de forma física para organizar una reivindicación pacífica o violenta. O al revés, después de liarla de forma física siguen la revolución en las redes.

El statu quo puede cambiar de un momento a otro con estas nuevas formas de relacionarse y provocar cambios. En Santiago de Chile no están de acuerdo con la subida del precio del metro y en Alsasua con la sentencia de un juez, ni en Madrid con la forma con la que el Gobierno actual gestiona la contaminación de la ciudad. Y así por todos lados. Focos pequeños, como toda la vida ha habido, focos que tienen una forma distinta de nacer y morir.

Hasta que no mueran.

La ley y el orden

Una cosa es la ley y otra la justicia, algo así decía mi amigo Carlos Bassas en su novela Justo. Un personaje y una novela para no perderse, por cierto. Lo que es justo no es justicia y la justicia no siempre hace su labor de impartirse como se debe. El sistema judicial es imperfecto y el legislativo más. Las sentencias se entiende bajo los ojos de personas con intereses y las leyes se elaboran bajo ciertos intereses. La ley mordaza es un ejemplo claro de esos intereses. El orden está orientado, hoy por hoy, a hacer que se cumplan muchas leyes que no tienen que ver con un ordenamiento social, más bien al contrario.

Los rebeldes lo saben. Los rebeldes respetan las leyes… hasta que dejan de hacerles caso, todos juntos, todos a la vez.

El concepto de desobediencia civil, que se oye cada vez más, se hizo común en los años setenta. Algo me dice que en esta década del veinte —que está por comenzar—va a dar un sentido más profundo y tangible a la desobediencia civil.

Qué vendrá y qué haremos: la distopía inminente

Soy escritor de distopía. Llevo años escribiendo sobre mundos futuros en los que todo irá a peor y en los que la revolución es el único medio que da cierta esperanza a la humanidad, representada por los que van quedando después de las escabechinas a las que se ven sometidos por gobiernos y arbitrios opresores.

Las microrevoluciones que vemos hoy son solo un ensayo de lo que se viene. Ese sofá en medio de una autopista, esos contenedores quemados, esos ataques a páginas web de grandes empresas, esas avenidas llenas de gente, esos disturbios que aparecen de la nada.

Ni los muros ni las concertinas podrán parar a personas que luchan por defenderse de un sistema que cada vez les deja menos espacio.

Desde el sofá también se puede hacer mucho daño, sobre todo si el sistema empieza a desmoronarse solo por dentro.