La semana pasada nuevamente hemos cambiado la hora pasando al horario de invierno. Amanece más temprano y oscurece antes de las 6 de la tarde. Hoy hemos ganado una hora, devolviéndonos la hora perdida a las fines de marzo. El 15 de noviembre tengo que cambiar los neumáticos del coche y usar los de inverno, que pierden menos adherencia con el frío, aumentando la seguridad. Pero la temperatura no ha bajado mucho y la media es de unos 16 grados con una máxima de 23 y una mínima de 12. Estas son las disposiciones en Italia del norte y no siempre reflejan la realidad.

En Suecia el uso de neumáticos de invierno es una imposición legal y en la vecina Dinamarca son las personas que deciden si cambiar o no cambiar. Volviendo al cambio de hora, esta debería ser la última vez en que se va efectuar, ya que el Parlamento Europeo ha aprobado una ley que desactiva este automatismo y desde ahora decidirán los países localmente, si cambiar o no el horario, imponiendo un nivel de complejidad superior, ya que dos países adyacentes podrían tener horarios diferente como es el caso entre Suecia y Finlandia y esta última con Rusia.

La legislación tiene como objetivo regular las actividades de las personas y la comunidad y en esto existen dos puntos de vista extremos. El control absoluto que tramita disposiciones que uniforman el comportamiento o el contrario, la falta de reglas que permiten a los individuos márgenes de albedrío mayor: estas diferencias se perciben en dos países limítrofes como Suecia y Dinamarca. El primero tiende al control, el segundo a una tolerancia más amplia sobre todo en la venta de alcohol, a pesar de que ambos tengan fuertes tradiciones socialdemócratas.

Los viejos regímenes de Europa del Este imponían un control superior, que para muchos resultaba exagerado, por no decir totalitario. A su vez, Holanda se ha caracterizado por un sistema más abierto y tolerante. Detrás de esto, muchos consideran el conflicto entre la «igualdad» y las libertades personales como fundamental y lo asocian a ideologías precisas. Para algunos, en los Estados Unidos especialmente, Suecia es un país socialista, porque existe un cierto control estatal. Por otro lado, es difícil definir lo que significa socialismo ya que estamos contaminados por prejuicios que no nos dejan ver ni pensar. Lo digo, porque la política en realidad es un proyecto de sociedad, donde se idealiza una relación entre individuo y sociedad. Si pensamos sobre lo que dicen, afirman y hacen los políticos, nos percataremos que directa o indirectamente insinúan un modelo de sociedad, aunque este no sea explícito. Seguir estos temas, nos lleva a sorpresas. Por ejemplo, ciertos segmentos de la llamada «derecha» en Chile, acusaban al Gobierno de Allende de totalitarista, en el sentido que según ellos, subordinaba el individuo al control social y así muchos paradojalmente apoyaron la dictadura de Pinochet, donde el totalitarismo era innegable y controlaba absolutamente la vida de las personas.

La «izquierda» en una cierta medida avaló las intervenciones soviéticas en Hungría y Checoslovaquia, apoyando un sistema totalitario, que no fue superior a la dictadura chilena. Lo mismo observamos hoy en el apoyo a regímenes como el de Maduro en Venezuela o de los Castros en Cuba, sin insistir en la defensa de derechos humanos y libertades personales. En este sentido, las ideologías políticas se han convertido en un vicio que nos aleja de la realidad y a menudo pienso que es hora de cambiar. No el horario ni los neumáticos, sino nuestro modo de pensar y actual, preguntándonos ¿cuáles son los valores y el modelo de sociedad que nos guía? Reflexionando, al mismo tiempo, en lo que sucede en la realidad social e intentando entender y no prejuzgar, pues mucho de lo que sucederá dependerá de nuestra capacidad de dialogar y encontrar consensualmente soluciones que nos permitan mejorar, cambiando nuestra actitud, manera de pensar y sociedad