Es innegable que durante los últimos meses –y años- hemos estado inmersos en un periodo de constante convulsión política. Las noticias al respecto han dominado el día a día tanto de los noticiarios como de las tertulias y redes hasta el punto que resulta casi imposible abstraerse del tema. Tanto es así que me ha costado un poco no caer en la tentación de dedicar mis artículos a la actualidad política, pero creo que ya hay demasiada gente escribiendo todo tipo de artículos al respecto como para que haga falta añadir un enésimo punto de vista sobre el tema.

En lugar de eso he preferido adentrarme en el análisis de la realidad desde un punto de vista bastante más conceptual y este mes no va a ser una excepción. Es por ello que esta vez quiero hablar de un problema que, a mi juicio, lleva enquistado en la sociedad desde sus inicios: las diferencias entre seres humanos.

Como no es un tema precisamente nuevo he decidido abarcarlo desde el inicio de nuestra especie -el Homo sapiens sapiens- pero más desde un punto de vista filosófico que histórico, centrándome más en los conceptos que en los hechos. Es por ello que me gustaría pedirle a quien pare por aquí que emplee un poco de imaginación para ponerse en el lugar de esos seres humanos que poblaron por primera vez la Tierra.

Todo empezó en la cueva

Como he dicho antes, me gustaría comenzar esta disertación situándonos hace 100.000 años, cuando los humanos empezaron a dar sus primeros pasos por el mundo y ver qué diferencias nos hemos ido encontrando a lo largo del camino.

Quisiera poner como premisa que antes de estos primeros Homo sapiens sapiens no hubo ningún humanoide con capacidad cognitiva capaz de darse cuenta de las diferencias; sé que es una premisa falsa, pero creo que ayudará a entender los diferentes conceptos que quiero tratar.

Bajo esta premisa podría decirse que la primera diferencia entre humanos que se encontraron los primeros pobladores fue la de hombres y mujeres. A simple vista pudieron comprobar que existían dos sexos, cada uno con unas características fisiológicas diferentes y que se complementaban entre sí. Eso dio lugar a una repartición de tareas en función del sexo. Los hombres se ocupaban de tareas como la caza mientras que las mujeres desempeñaban otras tareas igualmente importantes como puede ser la recolección de bayas, la crianza o la gestión de recursos.

En ese momento tan solo había una diferenciación entre humanos, que era la de mujeres y hombres. Siguiendo este razonamiento, podría decirse que la siguiente diferenciación apareció en el momento en el que las dos primeras tribus tuvieron conocimiento de su mutua existencia. En ese instante ya no solo se diferenció entre hombres y mujeres sino también entre los integrantes de cada tribu. Más adelante esas tribus conformarían sociedades más grandes que acabarían encontrándose con otras sociedades que tendrían un idioma diferente, una forma de vestir diferente, unas costumbres diferentes, unas creencias diferentes, unas razas diferentes, etc…

Las diferencias actuales

Hagamos ahora un gran salto hasta nuestra sociedad actual. A lo largo de la historia hemos visto cómo los seres humanos nos las hemos apañado para crear conflictos en función de las diferencias de sexo, credo, raza, nacionalidad, tendencias sexuales, posturas políticas y un más que largo etcétera. Casi podría decirse que a los seres humanos siempre nos ha gustado resaltar las pequeñas diferencias entre nosotros mismos; puede ser porque de alguna manera al ser humano siempre le ha gustado pertenecer a un grupo, lo cual no sería posible si solo existiese uno ya que, para que exista un grupo necesariamente debe existir al menos otro. Quizá ello nos haga sentirnos más seguros en nuestro entorno, pero prefiero dejarle esas cuestiones a los estudiosos del comportamiento humano.

Ni que decir tiene que todas esas diferenciaciones son completamente absurdas dado que al fin y al cabo se trata, en todos los casos, de seres humanos. Sin embargo aún hoy podemos sentir en el día a día de nuestra sociedad como esas diferenciaciones siguen bien presentes.

Nacionalidades, sexos, credos y razas continúan sirviendo como arma arrojadiza para justificar la discriminación de grupos sociales. Mentiría si dijese que la mentalidad de los seres humanos no ha evolucionado a lo largo de la Historia como también mentiría si dijese que no nos queda mucho camino por recorrer al respecto. Volviendo a la actualidad política -de la que no quería hablar en un principio- podemos escuchar casi cada día cómo se utilizan palabras como extranjero, inmigrante, homosexual o comunista, por poner algunos ejemplos, para señalar a esas personas que «no son como nosotros» obviando flagrantemente la realidad ineludible de que, en todos y cada uno de los casos, se trata de seres humanos.

La diferenciación original

Volviendo al tema de la primera diferencia que se encontraron esos primeros pobladores –la de hombres y mujeres- podríamos afirmar sin equivocarnos que la humanidad sigue sin poder superarla. Por poner un ejemplo, en Arabia Saudi el robot Sofía goza de más derechos que las mujeres y no parece importarle en absoluto a la comunidad internacional. Por si fuese poco, la deriva política que llevamos viviendo en el mundo occidental durante los últimos años hace que a cada día que pase los DDHH sean más papel mojado.

Seamos sinceros, por mucho que creamos que estamos avanzando hacia un mundo en el que esas diferencias importan cada vez menos, la realidad es que tras 100.000 años seguimos sin ser capaces de superar esa diferencia original. Estamos ya en 2019 y este año ha sido noticia que por primera vez se haya llevado a cabo un paseo espacial integrado únicamente por mujeres. Sinceramente, ya nos vale.