Bueno, quisiera tener en este instante la propiedad histriónica de un Cantinflas o la simpleza de Perogrullo para sintetizar con racionalidad política la contradicción que se refleja, en tiempo real, entre lo que pasa en Chile y Bolivia, dos países limítrofes en Suramérica, conquistados y liberados por los mismos años del mismo régimen español, y por conquistadores y libertadores afines. En palabras de alguien que vi por ahí en las redes sociales, la cuestión es que, «en Chile son los de abajo pidiendo la renuncia de los de arriba y en Bolivia son los de arriba derrocando militarmente al Gobierno de los de abajo. ¿Notas la diferencia?».

El escenario es el mismo: muertos, revueltas, incendios, destrucción y enfrentamientos de la población civil contra las fuerzas militares y de policía; las arengas similares: El pueblo unido jamás será vencido y el sujeto también: el modelo neoliberal; y la diferencia por la que pregunta el internauta es que en Chile se lucha para derrocarlo y en Bolivia para restaurarlo. Ni para qué decir, con Emilio Carrère que, también, el mismo espíritu burlón, que entre las sombras había, se reía, se reía.

Abisma el silencio de Estados Unidos frente al caso chileno y, abisma también su abierta intervención en el caso boliviano, al punto de elogiar el golpe de Estado y reconocer apresuradamente, al igual que las derechas de América, a la presidenta interina, Jeanine Áñez, diciendo:

Estos acontecimientos lanzan una fuerte señal a los regímenes ilegítimos en Venezuela y Nicaragua de que la democracia y la voluntad del pueblo siempre prevalecerán,

aseguró en un comunicado y agrega:

Estados Unidos aplaude… a los militares bolivianos por acatar su juramento de proteger no solo a una sola persona [...]. La renuncia de Morales es un momento significativo para la democracia en el Hemisferio Occidental (...). Ahora estamos un paso más cerca de un Hemisferio Occidental plenamente democrático, próspero y libre.

Si el corte de Gobiernos como el de Chile (Piñera), o los interinos de Venezuela y Bolivia (Guaidó y Áñez), junto al golpe parlamentario de Tremer en Brasil que prohijó el juicio político de Lula para allanarle el camino a Bolsonaro, representan la «plena democracia, próspera y libre» de América, al estilo Trump, queda claro que la inmensa mayoría de la población no es de ese corte «democrático». En palabras de Cantinflas (en Su Excelencia, 1967). «los países poderosos tratan de imponernos su propio chaleco».

Pues, vea usted, que tenía razón el hombre: es la imposición del chaleco neoliberal, confeccionado en Washington, lo que está asfixiando a los de abajo y lanzándolos contra Gobiernos autócratas y demagogos... «y por buenos motivos. La pérdida simultánea de confianza en el neoliberalismo y en la democracia no es coincidencia o mera correlación: el neoliberalismo lleva cuarenta años debilitando la democracia», dice el Nobel de Economía, Joseph Stiglitz (nov/2019), coincidiendo, a la distancia de 52 años, con Cantinflas.

El concepto de Stiglitz, y el de Milton Friedman, también Nobel de Economía, cuando dice: «una sociedad democrática, una vez establecida, destruye la libre economía» (Nesletter of the Mont Pelérin Society, 1990), encierran cierta correlación: si el neoliberalismo destruye la democracia (Stiglitz), es porque la democracia destruye al neoliberalismo, que es lo que Friedman llama «libre economía», es decir, democracia y neoliberalismo, son excluyentes.

Pero, cabría preguntar ¿de qué libre economía habla Friedman? Porque no se requiere mucho esfuerzo mental para saber que dentro del mismo modelo capitalista hay varios tipos de economía, por ejemplo, la que bien se resume en el axioma, tanto Estado como sea necesario, tanto mercado como sea posible, que alumbra milagro alemán desde Adenauer en adelante (1949).

Se tiene demostrado que en estos 40 años de neoliberalismo los conflictos sociales, producto de una extrema concentración de la riqueza en manos de una oligarquía financiera y de terratenientes ineficientes que, a su vez, detentan el poder político, se han exacerbado, caso Chile, en donde el pueblo ya alcanzó su primer objetivo: obligar al gobierno de Piñera a convocar una constituyente que, finalmente, marque una nueva hoja de ruta social en el país que quiere olvidar a Pinochet.

El caso Bolivia

Bolivia, como quedó dicho antes, es caso distinto. La Bolivia de Evo Morales (2005 – 2019) mantuvo un desarrollo económico y social, tras la nacionalización de la cadena de hidrocarburos (exploración, explotación, refinación y comercialización), principal renglón de la economía, toda en manos de empresas multinacionales cuando Evo tomó el mando. Y ese fue su «pecado»: sus relaciones con los proyankees, de donde proviene el cerebro de todo el complot orquestado por el fanático religioso, Luis Fernando Camacho, miembro de una billonaria familia de Santa Cruz involucrada en Panama Papers y heredero político de Branko Marinkovik, prófugo de la justicia por actos de terrorismo, separatismo y sedición, siempre fueron tensas en estos 14 años de gobierno.

El solo hecho de que la autoproclamada presidenta interina, Jeanine Áñez, haya llegado al despacho enarbolando una biblia y derogando la norma constitucional que reservaba la Cancillería para un representante de la población indígena, da prueba fehaciente de que con Evo cayó también, mutatis mutandis, la «Economía Social de Mercado» que mantuvo dentro del lema: tanto Estado como sea necesario, tanto mercado como sea posible.

Por si faltan pruebas, sin haber calentado siquiera el puesto, la nueva cancillera, Karen Longaric, anunció la ruptura de relaciones con Venezuela y Cuba, expulsando, ipso facto, a los diplomáticos venezolanos y 725 médicos cubanos que prestaban servicios humanitarios en Bolivia. De contera, anunció también el retiro del Alba y Unasur, las institucionales multilaterales nacidas de la revolución bolivariana de Hugo Chávez. Es decir, en menos de 48 horas, el nuevo Gobierno interino, mete a Bolivia, a la brava, en la onda de la derecha que lideran en Suramérica, el secretario de la OEA, Luis Almagro (consueta del golpe de Estado), junto a los presidentes de Colombia (Iván Duque); Ecuador (Lenín Moreno); Argentina (Mauricio Macri, ya de salida); Chile (Sebastián Piñera, en jaque-mate) y el impotable Bolsonaro, en Brasil. Todos marchando al compás de Trump, el tambor mayor.

Diciendo y haciendo

La justicia social, de la que tanto se habla en los informes de las organizaciones multilaterales que, precisamente, soportan el neoliberalismo, fue bandera y gestión de Evo en sus 14 años de gobierno mediante la distribución equitativa de las riquezas del país. También priorizó los derechos de los sectores más vulnerables de la sociedad que habían sido ignorados durante décadas, así como la inclusión social y política de los pueblos originarios y campesinos.

En su carta de renuncia del 10 de noviembre/2019 (otro enigma político por descifrar), Evo dice la verdad: «Estamos dejando una patria liberada y en desarrollo, con generaciones que tienen mucho futuro». Y explica más adelante que su renuncia obedece al deseo de neutralizar la ola de violencia contra indígenas, campesinos y miembros de su Gobierno, por parte de grupos opositores, como en realidad se está viendo en vídeos de las redes sociales, porque los principales medios de cubrimiento nacional e internacional (CNN, entre otros), referencian más las noticias de los golpistas. Fue grotesca la entrevista que un presentador estrella de CNN, Fernando del Rincón, convirtió en enfrentamiento personal al aire con la diputada del MAS (Movimiento al Socialismo), Susana Rivero.

Finalmente, lo del secretario de la OEA, ya son palabras mayores. Este Almagro, en el golpe de Estado en Bolivia, jugó papel determinante al arrogarse la vocería de la Asamblea General para consignar en un apresurado comunicado el «fraude» en las elecciones, sin haberse iniciado siquiera el escrutinio oficial. Su treta política se muestra descarada porque, suponiendo un fraude electoral, pide repetir las elecciones; pero, ahora que se sabe que la presidenta interina se autoproclamó ante una asamblea de diputados sin quórum para decidir, calla el hecho, cuando, siguiendo su «probidad» política, debió denunciarlo también. Pero, ¿qué más se puede esperar de unos cipayos secuaces de un truhán mayor, cuyos escándalos políticos equiparan hoy a Estados Unidos, la joya de la corona democrática, con cualquier banana repúblic?

No es tan fácil

Si solo se tratara de cambiar un modelo político por otro, las movilizaciones sociales que se muestran hoy en todo el Nuevo Continente (con excepción de Canadá), ya habrían cogido camino y, como reza el refrán, el comienzo es la mitad del fin.

Pero en estos 40 años, el neoliberalismo echó unas raíces muy profundas, desplazando el eje del poder político asentado en el pueblo, a la esfera económica, asentada en oligarquías especulativas y calificadoras de ‘riesgo país’ que se expresan en cuatro o cinco bolsas de valores globalizadas: Wall Street y EMBI (Emerging Markets Bonds Index, de JP Morgan), como ejemplos.

Estos especuladores, fanáticos de la anarquía económica, devenida del libre mercado, ponen y quitan gobiernos en cualquier parte del mundo externo al G-7. El embargo económico a Cuba y Venezuela, son ejemplos muy conocidos, que eximen, porque no se trata del caso ahora, de entrar en detalles.

No obstante, valga la alerta de lo que parece iniciarse en España ad portas de un nuevo Gobierno: Inversores y patrimonios buscan refugio ante el hachazo fiscal (en ciernes) con la coalición PSOE y Podemos, titula Expansión, el jueves, 14 de noviembre, y agrega: Pánico e inquietud máxima es el sentir de empresas e inversores que plantean una avalancha de consultas a despachos de abogados.

Y parece que ya tocaron la puerta por arriba, porque, ese mismo día, el expresidente del Gobierno, Felipe González, figura cimera del PSOE, advierte, según versión de El Mundo, que no aceptará un pacto de Gobierno que «rompa la igualdad y la convivencia» y critica que la nueva coalición «se haya repartido los cargos antes de negociar un programa».

Parece que España sale de una interinidad gubernativa de 4 años para entrar en una crisis política de impredecibles resultados. De momento, es una buena atalaya en Europa para observar la lucha entre los modelos neoliberal y la Economía Social de Mercado, que parece intentar poner en marcha la coalición, a juzgar por los síntomas de pánico en el sector privado.