Las noticias del mundo están cargadas de manifestaciones. A lo largo del mundo se vive un ánimo de queja desde la ciudad Estado de Hong Kong hasta Chile las calles y redes sociales se han llenado de ciudadanos por un lado expresando el descontento social y exigiendo cambios y reformas. Muchos no han dudado en afirmar que todas las manifestaciones responden al mismo factor, la pobreza y la desigualdad; que todas son manifestaciones contra el neoliberalismo.

Pero las rápidas plumas de los intelectuales progresistas se equivocan. Si bien existen algunas similitudes; vemos jóvenes más educados, informados, conectados y bien alimentados. No es la pobreza ni la desigualdad, la respuesta favorita de la izquierda que ve en toda protestas un paso más en la caída del capitalismo. Sin embargo, hay dos evidencias que muestran que están equivocados. En primer lugar, el timing no coincide. Si la causa es la desigualdad: ¿porque las manifestaciones no se dieron en el 2008 en la crisis financiera con mayores niveles de pobreza y desigualdad?

Por otro lado, revisar cada caso nos permite ver similitudes y diferencias.

Revueltas en Asia

Actualmente existen tres revueltas sociales de corte liberal. La primera en Hong Kong donde los ciudadanos acostumbrados un sistema que defiende sus libertades y derechos humanos, se oponen a los esfuerzos de la dictadura de Pekín de limitar sus libertades e imponer su sistema. China quiere controlar a la ciudad libre de Hong Kong. Y los hongkoneses se han vuelto en el primer frente de resistencia frente a China. Incluso hay quienes extrañan cuando estaban bajo el dominio colonial del Reino Unido.

El segundo ejemplo revueltas liberales se presentan en Irak y Líbano, donde los ciudadanos están hartos de Estados ineficientes, Estados étnicos y confesionales en favor de la incorporación de tecnócratas en el Gobierno. En los países del Medio Oriente, artificialmente creados por las indiferentes necesidades de los poderes coloniales (Francia y Reino Unido), una de las vías de legitimación fueron los Estados basados en un grupo étnico y religión o rama de la misma. Esto no ha traído ni libertad ni prosperidad entre otras razones porque no todos los ciudadanos de un país pertenecen al grupo que quedó en el poder, porque los derechos humanos no quedaron protegidos y porque al Gobierno no llegaban los ciudadanos más capaces ni preparados.

Bolivia

En América tenemos, al menos, dos frentes abiertos. El primero en Bolivia contra un fraude electoral. El presidente Evo Morales ante un resultado indeseado en la primera ronda electoral ha tirado el sistema; rompiendo la legitimidad de la elección y legalidad del proceso. Esto ha levantado a los opositores al régimen, en manifestaciones que al encontrar eco en las fuerzas de seguridad y armadas del país quienes han pedido la renuncia del presidente Morales.

¿Es un golpe de Estado? En parte sí y en parte no. No lo es porque el control del Ejecutivo no ha quedado en manos del Ejército ni se han disueltos los poderes; el Senado boliviano sigue mandando y en ellos queda establecer al jefe del ejecutivo y llamar a elecciones. En parte sí porque un poder (militar) ha intervenido en otro. Sin embargo, el primero en hacer esto fue el mismo Morales, quien incurrió en un fraude electoral estilo PRI y Barlett. ¿Es un movimiento fascista, fundamentalista y racista (FFR)? No lo creo. Es verdad que, entre los opositores a Morales los hay, pero no todos los que se oponen a su fraude electoral lo son. No debemos estigmatizar a todos los opositores de Morales como FFR. De lo contrario caemos en el terreno de la sospecha.

¿Está mal la intervención militar? Obvio. Siempre. Pero quien la provoca es Morales. Cambió la Constitución para reelegirse. Ignoró un plebiscito que le prohibía una reelección más. Y lo más importante: tumbó el sistema cuando los resultados no eran los esperados.

Chile

Porque la historia es caprichosa, el otro país con protestas sociales es Chile. Es aquí donde la intelectualidad de izquierda ha querido ver un levantamiento contra el neoliberalismo.

Donde no lo hay. Podemos distinguir tres etapas en el levantamiento chileno. El primero contra la subida de precios transporte público; que desata un conflicto entre el mejor sistema de transporte público y, por otro lado, un sistema que cuesta hasta el 14% de los gastos de los chilenos más humildes. El pacto social en Chile, el menos progresistas de todos los americanos, manda el mínimo apoyo del Estado. Teniendo dos resultados contrapuestos; por un lado tenemos el país latinoamericano más próspero, pacífico y con bienestar; al mismo tiempo uno de los más desiguales.

Y uno puede entender las exigencias de los primeros manifestantes. Lo que nos llama a reflexionar sobre los mecanismos que una sociedad que abraza el libre mercado tiene que ejecutar para disminuir los inconvenientes de la desigualdad. Podemos poner como ejemplos; educación pública, sistema de salud público y un excelente y accesible sistema de transporte.

Las primeras manifestaciones y la respuesta absurda del Estado chileno trajeron la segunda etapa. Está basada en la destrucción, la anarquía y el saqueo. Donde no se busca revertir políticas públicas sino general suficiente violencia, tensión y resentimiento. ¿Con qué objetivo? Para el anarquismo clásico para poner las condiciones que permitan el derrocamiento del Estado burgués capitalista; para muchos de los actuales anarquistas, la catarsis de una vida de frustraciones.

La última etapa, la que se opuso pacíficamente al toque de queda, busca erradicar los últimos métodos y mecanismos que en Chile queda de la dictadura de Pinochet.

Recordando la historia chilena, la asesina dictadura de Pinochet, una de las más terrible de nuestro continente, fue superada paso a paso, rompiendo de modo paulatino al Estado totalitario. Sin embargo, todavía quedaban resabios anacrónicos pinochetistas en un Chile que hoy es un país libre y democrático.

De las tres etapas preocupa mucho la segunda, pues está fundamentada en la fantasía del revolucionario utópico, nihilismo, cínico y romántico. Encarnada en personajes ficticios que se oponen al sistema como los manifestantes reales; la banda de asaltantes y su profesor de la serie española La Casa de Papel y la versión de Joaquin Phoenix del Joker.

Por recomendación de alumnos y por la fama la serie vi y disfruté mucho La Casa de Papel. Me tenía al filo del asiento, sin embargo, la mayoría de las veces me encontraba del lado de la policía española y contra la banda de Dalí. No es solo que los asaltantes me parecieron despreciables, terroristas, violadores, violentos, injustificados y manipuladores (los peores son el Profesor, quien incluso manipula amorosamente a la Inspectoras y su hermano Berlín, un violador), sino que no peleaban por nada. Se apropian de un himno antifascista italiano, pero ni el Estado Español es fascista ni buscan un mejor mundo. Quieren el dinero para sexo, drogas y rock and roll, no dejar una mejor sociedad. Es más, no se detienen a preguntarse por las implicaciones económicas y políticas de sus actos. No son modernos Robin Hood ni Panchos Villas; son vulgares terroristas.

Lo mismo pasa con el Joker de Phoenix quien dejó de ser el nihilista buscando mostrar al mundo lo banal de la civilización y su moralidad, un Nietzsche de cómic, de la versión de Christopher Nolan, para ser alguien que simplemente busca liberar las tensiones y agravios que una sociedad injusta le han causado. Él mismo lo dice, es apolítico, solo quiere destruir. Yo prefiero al Joker de Heath Ledger, y sobre todo al de Alan Moore