Costa Rica está ya entre los 10 países más desiguales del planeta y su récord de pobreza es hoy más grave que nunca: casi un 30%. Y un 10% adicional está a punto de caer, según revela un estudio del BID, la Universidad de Oxford y el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Es decir, un 40% de la población está indefensa.

Cuando mi generación era adolescente, Costa Rica se ufanaba en llamarse la «Suiza centroamericana». Después vino el cuento de «el país más feliz de mundo». Ya no queda ni la sombra de ese tiempo. Apenas el recuerdo en los libros de historia. Hoy debería llamarse la Rwanda o la Sudáfrica de Centroamérica, tal mal estamos, tanto hemos retrocedido como país. Bastó que se hiciera un estudio con diferente metodología para que se revelara la verdad.

Prácticamente, hay un 30% de pobreza declarada y un 10,9% adicional está a punto también de cruzar el umbral, caso de no ser atendido por el Estado y sus instituciones. Es decir son pobres estructurales, necesitan muletas o auxilio. Prácticamente es un 40%.

El periódico La Nación publicó el 1 pasado de diciembre de 2019 el Reporte Sinirube 2.0 del Sistema Nacional de Información y Registro de Beneficiarios del Gobierno, auspiciado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la Universidad de Oxford y el Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), el cual revela que la desigualdad y la marginalidad social son peores que nunca. Bastó que cambiáramos la metodología y metiéramos ojos internacionales para que nos ayudaran a desnudar la verdad.

La información es así. Hay un 11,5% de pobreza extrema; un 17,7% de la llamada pobreza básica, para un total de un 29,2%. Pero hay un 10,9% adicional que está sostenido con alfileres. Basta que fallen los programas de asistencia social para que caigan en el abismo. No se sostienen a sí mismos, lo cual significa que padecen de pobreza estructural. Ese informe nos desnudó lo que muchos sospechábamos: que el sempiterno 21% o 22% de pobreza que nos decían la estadísticas en los últimos años era un mito que nuestra clase política sostenía para endulzar la píldora mientras el país se deterioraba. Muchos presentíamos (estudiando la estadística y, simplemente, mirando el desamparo en las calles o los muchos pequeños negocios cerrándose) que era mucho más grave del 21%. Pues bien, es casi un 40% de pobreza estructural.

Toda la información coincide

Esta gravísima información coincide con el Informe sobre Desigualdad 2019 del Banco Mundial que nos colocó en la lista de los 10 países más desiguales del mundo. Somos el noveno país más desigual del planeta. Tristemente a la par de Sudáfrica, Rwanda, Haití, Honduras, Colombia, Brasil, Panamá, Chile y México. Y allí está Costa Rica en ese grupo de la injusticia, en las sociedades donde peor se reparte la riqueza.

El indice de equidad (coeficiente de Gini) fue del 0,38 (el segundo mejor de América Latina, a la par de Uruguay) allá por 1990, hoy es del 0,52, según Banco Mundial y PNUD. Una debacle. Estamos peor que Nicaragua o El Salvador, países que el chauvinismo xenofóbico costarricense denosta o discrimina. Pues bien, esos países son más equitativos que Costa Rica, a pesar de sus problemas. Y el 95% restante del mundo también está mucho mejor.

El desempleo pasó de un 9,1% al 10,3% entre 2017 y el 2018, y esa estadística no mide aún el resultado de la Reforma Fiscal de fines de 2018 que ha llevado a cerrar miles de pequeños negocios en lo que va del 2019. Basta caminar por la ciudad o muchos de los centros comerciales para percatarse de cientos o miles de locales cerrados, con el rótulo se alquila. Toda esta gente está en sus casas, desempleada o subempleadas. Quizá ese número llegue rápidamente al 15%.

El periódico El Financiero, especialista en la materia, reportó que para mayo 2010 prácticamente un 47% de las personas que trabajaban están en la economía informal. Un país que se ha ido a pique. Cerca de la mitad de sus ciudadanos no tienen empleo formal.

Una clase política y económica insensible

¿Cuáles son las causas de todo esto? La respuesta en simple: un sistema que distribuye mal. Una economía dirigida a favor de unos pocos y una clase política obsecuente y rendida a la plutocracia de sectores favorecidos que no pagan impuestos.

La última reforma fiscal de 2018 estuvo basada en impuestos indirectos, y el IVA (Impuesto de Valor Agregado) de acuerdo a la teoría y la práctica tributaria es siempre el más regresivo de los impuestos. La causa es simple. El IVA lo pagan mayormente en forma alícuota las personas más pobres de la sociedad, así como las clases medias, pues en general no tienen capacidad de ahorro. Aunque consuman menos.

Si una persona gana únicamente 300.000 colones (US$ 500 dólares aproximadamente) y de allí tiene que pagar todos sus gastos, probablemente gastará la totalidad de su salario para pagar bienes y servicios. Quien gana 5 o 10 millones de colones, por lo contrario, tendrá capacidad de ahorro y —en forma alícuota, que significa siempre una equidad simbólica de ingresos, gastos y cargas— pagará un porcentaje menor de su salario, aunque pueda comprar más cosas. A eso se llama justicia tributaria alícuota. Ciertamente, a las personas más pobres se les exime desde hace tiempo del pago de impuesto de renta (por debajo de 780.000 colones), pero ahora se les penaliza con un IVA draconiano. Se vistió un santo para desvestir otro.

Un sistema tributario injusto

Costa Rica tenía ya un sistema tributario injusto. Y con esta reforma se agravó aún más.

De acuerdo a la información del propio Ministerio de Hacienda de Costa Rica, Octubre 2017 (Análisis de Comportamiento de Ingresos Tributarios), confirmada por Banco Mundial, 2018, la carga del ingreso tributario de Costa Rica se dividía asÍ: Venta e Impuestos Indirectos: 58, 30%; Impuesto de Renta y Utilidades, 30,81% y el 11% restante a otros impuestos como inmuebles, propiedad, etc. Es decir la mayoría de la recaudación ya era por Ventas, casi un 60%.

Costa Rica ya tenía un sistema tributario injusto, exactamente inverso a los países más equitativos del planeta. Mientras los países de la OCDE tiene un promedio de 60% o 65% proveniente del Impuesto de Renta, y un 40% o 35% basado en el IVA, el Poder Ejecutivo del presidente Alvarado (PAC) y sus aliados parlamentarios (PUSC Y PLN), impulsaron una reforma tributaria aún más regresiva, cargando la mano sobre clases medias y bajas, pues el IVA siempre tiene ese impacto.

En materia de Impuesto de Renta la reforma fue muy tímida, y dejó exentos a los sectores exonerados de siempre: cooperativas, regímenes en zona franca, incluidas las piñeras, así otros grupos exentos por ley como arroceros, azucareros, cafetaleros, lecheros (a pesar de que tenemos la lecha más cara del istmo, etc.). A esos sectores se les siguió eximiendo del pago de Impuesto de Renta, mientras a la pequeña y mediana empresas nacionales se les cobra el 25% o 30%.

¿Injusto no? En lugar de corregir lo anterior, de tener valentía política y convencer a esos sectores que enviaron sus lobbystas a la Asamblea Legislativa, se optó por la solución más simple: apretar por el lado del consumo, es decir el IVA, y ello rápidamente afectó a los más pequeños.

El camino equivocado

La clave de la fortaleza económica de una sociedad no consiste en que a pocas empresas les vaya bien, sino que la mayoría de los pequeños y medianos empresarios salgan adelante y cada día sean más competitivos. Eso se llama democracia económica: entre más pequeños y medianos empresarios tenga una sociedad, más fuerte será el país y la economía en su conjunto. Un país es fuerte donde todos ganan, no sólo unos pocos. Así creció Europa, los EEUU, Canadá, los países escandinavos, etc.

Pero la codicia de algunos y el servilismo de sus operadores políticos actuales no han entendido esto. Lástima, la Costa Rica de la segunda mitad del siglo XX (la que se basó en una fuerte clase media, e instituciones fuertes) estuvo inspirada en otros principios y otros objetivos. Pero esa Costa Rica se nos está yendo de las manos. El resultado está allí en esas estadísticas. Uno de los 10 países más desiguales del planeta y una pobreza estructural de casi el 40%. Un país que tenía todo para hacerlo bien. Y lo hizo mal.